Aquí van algunas anécdotas acontecidas en el camino que merecen ser relatadas.
Durmiendo en una estación de policía.
Sabía que la cosa era así de simple, que el camino traería sus vericuetos, sus incidencias, que el día en ocasiones se apagaría en cualquier lugar pero que el mismo camino me iría enseñando a adelantarme a él. Hasta ese momento solo había tenido una de esas experiencias donde el camino se agota porque se cumple con el kilometraje del día y el cuerpo no da más. Y es que en este viaje a esta maquina que es el cuerpo hay que cuidarla y bastante. Aquella vez fue camino a Bucaramanga, así sin mas y después de esas inexpertas primeras jornadas y aun mas neófito de lo que me encuentro ahora tuve que dormir en algún lugar que ni se que era, parecía un local el cual quería revivir después de un tiempo de muerto. No pudiendo poner mi carpa el suelo fue mi colchón, noche dura aquella, sin baño, presa de los zancudos, eterna. Pero no todas las noches en carretera traen pesares, la experiencia de esta vez es en Venezuela, saliendo de Caracas, donde me adentraba en uno de los trayectos más inciertos de mi viaje. Pequeños pueblos me separaban de mi meta, Puerto la Cruz, un poco más de 300 kms, que me llevarían tres días de rodar. Llego el primer día y entre cálculos, horas y kilómetros marque mi destino, un pueblo llamado El Guapo, cuyo único hotel se encontraba copado, solo quedo entonces volver al camino, solvitur ambulando. Mí cuenta kilómetros marcaba casi 150 kms y había que tomar medidas desesperadas, aparece entonces un puesto de bomberos, allí voy con mi historia sobre ruedas para pedir una posada solidaria. Los bomberos, hombres alegres y festivos me indican que allí no podré pernoctar pero que con seguridad me podrán ayudar en el puesto de policía que se encuentra al lado. Con gran escepticismo voy con uno de los bomberos, un moreno que no termina de asombrarse por mi aventura y dice: verga chico hay que hechale bola, desde Colombia en bicicleta, que arrecho tu eres. En el puesto de policía, una instalación grande y con una zona verde bastante generosa donde por sorpresa me recibieron de la mejor manera. Después de un chequeo de identidad tengo vía libre para instalar mi carpa y quedar cómodo y seguro. El baño para gusto mío se me da en un río cercano para completar una jornada particular. Los baños de allí no funcionan, pero las aguas naturales fluyen y encantado de por fin hacer algo de lo que tenia ganas hace rato calmo mi fiebre por esas claras aguas. Nada profundo el río, apenas llegaba hasta más arriba de mis tobillos, me baño mientras unos pececitos nadan alrededor de mis pies. Limpio y renovado voy un rato a compartir con los bomberos, allí recibo comida y bebida mientras nos reímos con las historias de cada uno. Me invitan a jugar un partido de fútbol, pero el cansancio me vence. Ellos por su parte se divierten como niños, yo los veo jugar mientras como. Allí tengo otra amistosa conversación con el policía que fue mi anfitrión, un tipo bastante joven, que con apenas 23 anos ya llevaba un buen rato en el cuerpo policial. Este generoso me regalo comida, bebida, medicinas y siempre me decía: chico, tú te vas, nosotros nos quedamos. Quien lo necesita más?.
Este hombre, un policía, hace que mi mirada hacia estos sujetos se sanee un poco por decirlo de alguna manera. El me cuenta de sus duras experiencias para entrar en la policía, su vivencia en el monte, el entrenamiento en otros países. Nunca olvidare cuando llegue allí, a pedir posada a la policía de Miranda, el momento en que entre, bastante animados ellos veían la ultima cinta de rambo y exaltados comentaban con precisión sobre armas y estrategias de ataque. Pero volviendo a Franklin (el policía), asombra la bondad de este hombre que se siente feliz de haberme podido ayudar. Él tiene familia en Colombia, intercambiamos información y de seguro la vida nos pondrá de nuevo en camino. La noche en mi carpa y al resguardo de estos sujetos es placida, hay una leve lluvia y yo ni la siento. Amanece, monto mi bicicleta, recojo los termos con agua fría y me despido muy temprano para seguir camino. Axial fue entonces una placida noche en una estación de policía al lado del camino.
Entre humos y pinchazos
El camino de Caracas a Puerto la Cruz seguía trayendo sus sorpresas y esta si seria considerable para mi. La Dama de los radios ardientes, mi bicicleta, se había portado excelente hasta el momento, bueno y lo sigue haciendo, hablo de que habíamos rodado más de 1500 kms y no teníamos un solo pinchazo a nuestro haber. Era el día e que debía arribar a Puerto la Cruz, un camino con un sol incomparable, angosto, árido y con vegetación bastante seca a los lados. Para completar el cuadro yo llevaba un ligero malestar estomacal que me hizo detener en más de una ocasión para pedir un baño con suma urgencia. En una de estas ocasiones me detengo a toda velocidad si ni siquiera reparar en el lugar, voy al baño corriendo (al natural como me diría su dueño), al volver todo están alrededor de la dama y empiezan las consabidas preguntas y la admiración no demora en aparecer. Entonces uno de ellos anota: pana estas pinchado. Efectivamente asisto a mi primer pinchazo del viaje. Lo cómico de la situación es que me había detenido sin fijarme en una caucheria, un montallantas como lo llaman en Venezuela. Así que me siento protegido, además la amabilidad sigue imperando y un bonachón hombre fumando su cigarro natural me ayuda de la mejor manera. Hablamos someramente de política, de lo que tanto se habla aquí, pero también hablamos de los productos de mi tierra que le gustan tanto a este hombre, en particular cierta hierba de la tranquilidad. Después de una ligera reparación la dama queda lista para el camino, fuerte y altiva como siempre. Pienso que el nombre que le puse a mi bicicleta no puede ser más apropiado. Ella es toda una dama, venir a pincharse en un montallantas la primera vez, eso es tener tacto y ser educada, toda una dama que sabe surcar los caminos.
Cuando la gente sabe de hospitalidad
Ya había pensado aquello de que el corazón se debe seguir ensanchando conforme voy avanzando en este viaje, pero las expectativas se ven rebozadas. Por momentos cuando las luces aparecen apagarse en el camino, viene luego un chorro de luz que lo ilumina todo. Sabia que la salida de Puerto Ordaz traería un recorrido durísimo, me esperaban jornadas muy largas donde la tarde y la llegada serían inciertas. La primera noche estuvo colmada de buena energía cuando sin mucha esperanza me acerque a ese puesto de policía y aquel hombre de muy mala cara, el cual no paraba de escupir al piso, parece que no veía con muy buenos ojos mi estancia allí, pero al ver que todo estaba en regla y que mis razones eran fuertes me dejo poner mi carpa en sus terrenos. Mis pequeños rituales de comida y arreglo de mis implementos de viaje fueron cautivando a los que allí estaban. En ese sitio la tarde era particular puesto que uno de los policías, un hombre muy muy joven, era visitado por su familia y junto con ellos estaba su joven esposa con su pequeño hijo de tan solo tres meses. Todos muy animados celebrando el cumpleaños del joven policía. Con mucha suerte me dieron a probar de un rico postre que prepararon, siempre viene bien algo de dulce. De hecho mi cuerpo lo necesitaba. Entre todos, la familia y los otros dos policías fuimos compartiendo historias y creando el buen vinculo de la amistad. Así fue como en la noche me invitaron a dormir cómodamente en su casa, la casa de los policías. Casa que hace poco les habían hecho, un lugar bien equipado con cuartos todos ellos con aire acondicionado y baño. Una cómoda casa en medio de la nada donde me sigo sorprendiendo de que el ser humano puede acometer acciones de una pureza insospechada.
Al otro día al llegar al pueblo de Tumeremo, vuelve la vida a sorprenderme casi borrando la acción de la noche anterior. Lo digo en términos de fraternidad y emoción. Mi bicicleta necesitaba una leve reparación y di con un hombre que ha sabido entregar de una bella forma su vida a las bicicletas. Por supuesto las conoce al derecho y al revés y al conocer mi historia trata a la dama con sumo cuidado. A mi parecer el hombre es un genio, un prestidigitador haciendo pases mágicos cuando cambia, quita una llanta, pone un parche. En la velocidad que el hombre hace aquello yo solo bajaría mis alforjas y sacaría los implementos. Conversar con Don Miguel es sumamente gustoso, pues quienes amamos las bicicletas nos dirigimos a ellas con un afecto que asombra a quien ni se atreve a montarlas. Para rematar, el asombro llega cuando voy a comprar un inflador que necesitaba pues con el que se salí de viaje no sirvió para nada. En este acto sin trascendencia, el de la compra aparece otro sujeto especial. El tipo que me lo vende tiene un acento que reconocería a leguas. El hombre es paisa, para más senas de Medellín, un paisa de pura cepa. El señor Carlos Botero. Yo la verdad me alegro bastante y ahora que lo pienso me extraño de que cuando en mi tierra me tuviera aburrido ese dejo del acento, aquí, casi dos meses sin escuchar a un paisa, vibro de alegría y al identificarnos como semejantes vienen esos acentos marcados, los dichos de la tierrita, la evocación del lugar. Don Carlos obviamente es un hombre amable y dicharachero que entre cuento y cuento vende cuanto cachivache quepa en su enorme tienda. Les expreso mi afecto, mi alegría por encontrarlos, ellos también se alegran y se asombran con mi historia, él si sabe exactamente de donde vengo. Al igual que con Don Miguel hay fotos para poder llevarse el recuerdo en forma de imagen. Las costumbres no se pierden, estés donde estés y bajo las condiciones que sean. En este país donde la leche no aparece por los estantes y la gente desespera por tenerla , Don Carlos me ofrece un enorme vaso de leche fresca, de verdad, recién venida de la vaca. Es una locura, no puede saber mejor ese vaso de leche. Terminamos la conversación y viene una somera despedida y este hombre que apenas me conoce y que nos une un vínculo de tierra se conmueve con mi travesía y para acabar de ajustar y ya después de haber hecho bastante con su presencia y amabilidad, me ofrece algo de dinero. No hemos visto nada, la vida no dejara de sorprendernos hasta que nos hayamos ido y si eso quizás.
Durmiendo en una estación de policía.
Sabía que la cosa era así de simple, que el camino traería sus vericuetos, sus incidencias, que el día en ocasiones se apagaría en cualquier lugar pero que el mismo camino me iría enseñando a adelantarme a él. Hasta ese momento solo había tenido una de esas experiencias donde el camino se agota porque se cumple con el kilometraje del día y el cuerpo no da más. Y es que en este viaje a esta maquina que es el cuerpo hay que cuidarla y bastante. Aquella vez fue camino a Bucaramanga, así sin mas y después de esas inexpertas primeras jornadas y aun mas neófito de lo que me encuentro ahora tuve que dormir en algún lugar que ni se que era, parecía un local el cual quería revivir después de un tiempo de muerto. No pudiendo poner mi carpa el suelo fue mi colchón, noche dura aquella, sin baño, presa de los zancudos, eterna. Pero no todas las noches en carretera traen pesares, la experiencia de esta vez es en Venezuela, saliendo de Caracas, donde me adentraba en uno de los trayectos más inciertos de mi viaje. Pequeños pueblos me separaban de mi meta, Puerto la Cruz, un poco más de 300 kms, que me llevarían tres días de rodar. Llego el primer día y entre cálculos, horas y kilómetros marque mi destino, un pueblo llamado El Guapo, cuyo único hotel se encontraba copado, solo quedo entonces volver al camino, solvitur ambulando. Mí cuenta kilómetros marcaba casi 150 kms y había que tomar medidas desesperadas, aparece entonces un puesto de bomberos, allí voy con mi historia sobre ruedas para pedir una posada solidaria. Los bomberos, hombres alegres y festivos me indican que allí no podré pernoctar pero que con seguridad me podrán ayudar en el puesto de policía que se encuentra al lado. Con gran escepticismo voy con uno de los bomberos, un moreno que no termina de asombrarse por mi aventura y dice: verga chico hay que hechale bola, desde Colombia en bicicleta, que arrecho tu eres. En el puesto de policía, una instalación grande y con una zona verde bastante generosa donde por sorpresa me recibieron de la mejor manera. Después de un chequeo de identidad tengo vía libre para instalar mi carpa y quedar cómodo y seguro. El baño para gusto mío se me da en un río cercano para completar una jornada particular. Los baños de allí no funcionan, pero las aguas naturales fluyen y encantado de por fin hacer algo de lo que tenia ganas hace rato calmo mi fiebre por esas claras aguas. Nada profundo el río, apenas llegaba hasta más arriba de mis tobillos, me baño mientras unos pececitos nadan alrededor de mis pies. Limpio y renovado voy un rato a compartir con los bomberos, allí recibo comida y bebida mientras nos reímos con las historias de cada uno. Me invitan a jugar un partido de fútbol, pero el cansancio me vence. Ellos por su parte se divierten como niños, yo los veo jugar mientras como. Allí tengo otra amistosa conversación con el policía que fue mi anfitrión, un tipo bastante joven, que con apenas 23 anos ya llevaba un buen rato en el cuerpo policial. Este generoso me regalo comida, bebida, medicinas y siempre me decía: chico, tú te vas, nosotros nos quedamos. Quien lo necesita más?.
Este hombre, un policía, hace que mi mirada hacia estos sujetos se sanee un poco por decirlo de alguna manera. El me cuenta de sus duras experiencias para entrar en la policía, su vivencia en el monte, el entrenamiento en otros países. Nunca olvidare cuando llegue allí, a pedir posada a la policía de Miranda, el momento en que entre, bastante animados ellos veían la ultima cinta de rambo y exaltados comentaban con precisión sobre armas y estrategias de ataque. Pero volviendo a Franklin (el policía), asombra la bondad de este hombre que se siente feliz de haberme podido ayudar. Él tiene familia en Colombia, intercambiamos información y de seguro la vida nos pondrá de nuevo en camino. La noche en mi carpa y al resguardo de estos sujetos es placida, hay una leve lluvia y yo ni la siento. Amanece, monto mi bicicleta, recojo los termos con agua fría y me despido muy temprano para seguir camino. Axial fue entonces una placida noche en una estación de policía al lado del camino.
Entre humos y pinchazos
El camino de Caracas a Puerto la Cruz seguía trayendo sus sorpresas y esta si seria considerable para mi. La Dama de los radios ardientes, mi bicicleta, se había portado excelente hasta el momento, bueno y lo sigue haciendo, hablo de que habíamos rodado más de 1500 kms y no teníamos un solo pinchazo a nuestro haber. Era el día e que debía arribar a Puerto la Cruz, un camino con un sol incomparable, angosto, árido y con vegetación bastante seca a los lados. Para completar el cuadro yo llevaba un ligero malestar estomacal que me hizo detener en más de una ocasión para pedir un baño con suma urgencia. En una de estas ocasiones me detengo a toda velocidad si ni siquiera reparar en el lugar, voy al baño corriendo (al natural como me diría su dueño), al volver todo están alrededor de la dama y empiezan las consabidas preguntas y la admiración no demora en aparecer. Entonces uno de ellos anota: pana estas pinchado. Efectivamente asisto a mi primer pinchazo del viaje. Lo cómico de la situación es que me había detenido sin fijarme en una caucheria, un montallantas como lo llaman en Venezuela. Así que me siento protegido, además la amabilidad sigue imperando y un bonachón hombre fumando su cigarro natural me ayuda de la mejor manera. Hablamos someramente de política, de lo que tanto se habla aquí, pero también hablamos de los productos de mi tierra que le gustan tanto a este hombre, en particular cierta hierba de la tranquilidad. Después de una ligera reparación la dama queda lista para el camino, fuerte y altiva como siempre. Pienso que el nombre que le puse a mi bicicleta no puede ser más apropiado. Ella es toda una dama, venir a pincharse en un montallantas la primera vez, eso es tener tacto y ser educada, toda una dama que sabe surcar los caminos.
Cuando la gente sabe de hospitalidad
Ya había pensado aquello de que el corazón se debe seguir ensanchando conforme voy avanzando en este viaje, pero las expectativas se ven rebozadas. Por momentos cuando las luces aparecen apagarse en el camino, viene luego un chorro de luz que lo ilumina todo. Sabia que la salida de Puerto Ordaz traería un recorrido durísimo, me esperaban jornadas muy largas donde la tarde y la llegada serían inciertas. La primera noche estuvo colmada de buena energía cuando sin mucha esperanza me acerque a ese puesto de policía y aquel hombre de muy mala cara, el cual no paraba de escupir al piso, parece que no veía con muy buenos ojos mi estancia allí, pero al ver que todo estaba en regla y que mis razones eran fuertes me dejo poner mi carpa en sus terrenos. Mis pequeños rituales de comida y arreglo de mis implementos de viaje fueron cautivando a los que allí estaban. En ese sitio la tarde era particular puesto que uno de los policías, un hombre muy muy joven, era visitado por su familia y junto con ellos estaba su joven esposa con su pequeño hijo de tan solo tres meses. Todos muy animados celebrando el cumpleaños del joven policía. Con mucha suerte me dieron a probar de un rico postre que prepararon, siempre viene bien algo de dulce. De hecho mi cuerpo lo necesitaba. Entre todos, la familia y los otros dos policías fuimos compartiendo historias y creando el buen vinculo de la amistad. Así fue como en la noche me invitaron a dormir cómodamente en su casa, la casa de los policías. Casa que hace poco les habían hecho, un lugar bien equipado con cuartos todos ellos con aire acondicionado y baño. Una cómoda casa en medio de la nada donde me sigo sorprendiendo de que el ser humano puede acometer acciones de una pureza insospechada.
Al otro día al llegar al pueblo de Tumeremo, vuelve la vida a sorprenderme casi borrando la acción de la noche anterior. Lo digo en términos de fraternidad y emoción. Mi bicicleta necesitaba una leve reparación y di con un hombre que ha sabido entregar de una bella forma su vida a las bicicletas. Por supuesto las conoce al derecho y al revés y al conocer mi historia trata a la dama con sumo cuidado. A mi parecer el hombre es un genio, un prestidigitador haciendo pases mágicos cuando cambia, quita una llanta, pone un parche. En la velocidad que el hombre hace aquello yo solo bajaría mis alforjas y sacaría los implementos. Conversar con Don Miguel es sumamente gustoso, pues quienes amamos las bicicletas nos dirigimos a ellas con un afecto que asombra a quien ni se atreve a montarlas. Para rematar, el asombro llega cuando voy a comprar un inflador que necesitaba pues con el que se salí de viaje no sirvió para nada. En este acto sin trascendencia, el de la compra aparece otro sujeto especial. El tipo que me lo vende tiene un acento que reconocería a leguas. El hombre es paisa, para más senas de Medellín, un paisa de pura cepa. El señor Carlos Botero. Yo la verdad me alegro bastante y ahora que lo pienso me extraño de que cuando en mi tierra me tuviera aburrido ese dejo del acento, aquí, casi dos meses sin escuchar a un paisa, vibro de alegría y al identificarnos como semejantes vienen esos acentos marcados, los dichos de la tierrita, la evocación del lugar. Don Carlos obviamente es un hombre amable y dicharachero que entre cuento y cuento vende cuanto cachivache quepa en su enorme tienda. Les expreso mi afecto, mi alegría por encontrarlos, ellos también se alegran y se asombran con mi historia, él si sabe exactamente de donde vengo. Al igual que con Don Miguel hay fotos para poder llevarse el recuerdo en forma de imagen. Las costumbres no se pierden, estés donde estés y bajo las condiciones que sean. En este país donde la leche no aparece por los estantes y la gente desespera por tenerla , Don Carlos me ofrece un enorme vaso de leche fresca, de verdad, recién venida de la vaca. Es una locura, no puede saber mejor ese vaso de leche. Terminamos la conversación y viene una somera despedida y este hombre que apenas me conoce y que nos une un vínculo de tierra se conmueve con mi travesía y para acabar de ajustar y ya después de haber hecho bastante con su presencia y amabilidad, me ofrece algo de dinero. No hemos visto nada, la vida no dejara de sorprendernos hasta que nos hayamos ido y si eso quizás.
3 comentarios:
Que locura! es impresionante como las palabras te transportan; a lugares tan desconocidos pero tan familiares gracias a estas, mas que palabras ventanas de aventuras, vivencias, y todo aquello que te saca de lo mas profundo, un enorme sentimiento aparte de admiracion, yo diaria que de agradecimiento, si eso es "gracias jaime"; porque en lo personal, una historia tan propia suya se convierte en fuente de energia para los que creemos que de verdad hay cosas inalcanzables. "Que la Fuerza te Acompañe"
Sorpresas¡, vaya que la vida esta llena de ellas, regalos para los que no se acostumbran a tenerlo todo en las narices, éxtasis para vos que “en el absoluto anonimato” protagonizas un notable recuerdo para uno y uno más de nosotros.
Con cuanta insolencia nos quedamos sosegados en nuestras oficinas¡¡ nuestras?
Gracias hermano por este obsequio, el mas grande que se le puede ofrecer a un hombre: dignidad¡¡¡
"Una dama en mis rutas; signio de la noche y el sabor de estrellas en la calma.
Fuerza del ocaso, temple en el pasar de la saliva ; escucha dama, colmas de vida a mis pensamientos".
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