Lo que yo quiero decir es América Latina...

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viernes, 18 de abril de 2008

Rodando por el lomo del elefante y su posterior salida

Este texto lo debía y me lo debía, me refiero a las palabras que narran la estancia en la capital venezolana y la posterior salida del país.
Salí de Maracay después de una estancia bastante fraternal, esa mañana Don Oscar me acompañaba y veía como me alejaba aquella mañana de su ciudad, dejando un vínculo inquebrantable. Comencé a rodar en búsqueda de la capital caraqueña, yendo hacia la gran urbe y como en este viaje se sucede lo más inesperado la mañana corrió rápido ese día y luego de varias horas de pedaleo fue apareciendo, después de un largo descenso esa gran ciudad. Yo me preguntaba si en verdad sería Caracas y en efecto un aviso lo confirmo, ya estaba pisando a Santiago León de Caracas. Desde aquí el gran comandante en jefe decreta las leyes de su revolución sin libreto como reza el texto de Medofilo Medina. Imposible pasar por este lugar sin dejar permearse de su proceso, revolucionario llaman acá. Ese poderoso coctel nombrado “Socialismo del siglo XXI”, una mezcla de marxismo, leninismo, con Bolívar y el Che a la cabeza y la poderosa sombra de la revolución cubana como una gran hermana. Un trago que no muchos quieren beber, otro tanto no entiende y muchos más han bebido demasiado. El proceso revolucionario se sustenta en un discurso que llama la atención, hay una dialéctica allí que enamora, son fundamentos del deber ser, pero como dice un refrán en mi tierra: Del dicho al hecho hay mucho trecho. El trecho de la naciente República Bolivariana y los cambios que esta trajo, su estrella de mas en la bandera, el caballo en su escudo que cambio de dirección y ahora corre hacia el lado que mira su cabeza, la nueva moneda de nombre contradictorio, el bolívar fuerte que nace débil, este trecho, se recorre con dificultad. Como todo proceso tiene sus altas y sus bajas, pero ya la taza se empieza a rebosar, pues al pueblo le tocan la comida y esto tiene sus connotaciones. Cuando no se puede beber leche de una manera libre y ciertos productos desparecen fantasmagóricamente de los estantes en tiendas y supermercados hay una campanada de alerta. Las razones siempre serán un misterio, es una novela de suspenso esta historia, pues mientras el pueblo venezolano, que es más Caribe que nada, sigue refulgiendo en júbilo, bebiendo, haciendo parrilladas y bailando, sus costumbres sin una educación apropiada se ven sumamente afectadas. Cierto es que esto tiene que cambiar, pero recuerdo esos carteles grandes por toda la ciudad, unas enormes letras rojas sobre un fondo blanquísimo y pulcro que dicen: “POR AHORA…”. Así siguen las cosas en la buena capital. Allí llegue y no me quedaba más que conversar con esta, doblar sus esquinas e indagar en la calle por su historia donde la sombra de Bolívar se siente como ninguna. Al heroico Bolívar hay que reconocerle sus victorias pero pienso que también hay que saber tratar su discurso para no convertirlo en figura fetiche. Basta conocer su casa en el centro de la ciudad y maravillarse por los pasillos de ella, pensar en un infante Simón de la santísima trinidad que libertaria de alguna manera un continente que no termina de liberarse mientras las cadenas mentales sean más fuertes que las físicas y el proceso educativo deje los lastres ideológicos y se dedique a construir nación y ciudadanía sin resquemores, siendo consientes del aquí y el ahora para poder pensar en futuro. Recuerdo esa primera visión de los cordones de miseria en Caracas, esos barrios variopintos que se comen la montaña, duro ver como se esparcen por la periferia y en el centro de la ciudad las multinacionales enarbolan sus marcas sobre las cumbres de los edificios, contradicciones de esta revolución. Pero el miedo del que tanto me hablaron al venir acá y la inseguridad que me atropellarían apenas saliera a la esquina nunca me toco, como nunca me ha tocado el imaginario público de peligros geográficos en el camino ni figuras públicas amenazantes, es preciso vivir con tranquilidad pero siempre con los ojos abiertos este y todos los viajes. Seguí viajando por sus parques, el de los Caobos, donde me hablaron de su historia y sus tiempos mozos, ahora al parque se lo come el deterioro y pasa de arreglo en arreglo, pero hasta un concierto pude apreciar allí, una de esas bondades de la revolución, ver su plaza Venezuela con monumentos que hablan de un odio y obras de arte arañadas por la misma gente, por considerarse arte “Sifrino” o burgués para que se entienda mejor , el centro con sus esquinas calientes recordando el proceso revolucionario, viajando por ese gusano que va debajo de la tierra, un metro tranquilo y efectivo. Escuchando las historias de espacios recuperados y otros a la deriva. Esa fue la Caracas que habite. Luego al salir de ella, todo fue la otra cara de la moneda. Salir a lo otro, recorrer espacios donde las ciudades son más distantes. De Caracas salí hacia Puerto la Cruz, tres días de incertidumbre en cuanto a morada, ya que en el mapa solo se veían lugares apiñados y cada día iba trayendo su verdad. De las píldoras del camino se recogen las historias. En el puerto las cosas son a otro precio. La Cercanía con el mar y las casas suntuosas con yates a sus puertas y automóviles varios hablan de otra realidad, esta es la tierra del petróleo, ese oro negro en el cual nada este país. En este sector la diferencia se nota a leguas y de una calle lúgubre pasas al lujo y las construcciones elegantes. Además llegue en la temporada en que todos quieren estar aquí, así que la gente pululaba en las calles, gente de todos los estratos se amontonaban en la playa. Aquí volví a sentir el Caribe. A seguir aprendiendo el multicolor de lo que en apariencia puede tener uno solo, aquí el rojo no es tan rojo y los matices asombran. La salida del puerto sería mi preparación para el largo recorrido en Brasil, extensas jornadas me esperarían para llegar a la frontera. Hasta Ciudad Bolívar la batalla sería contra un enemigo invisible, el viento. Pedalear contra él es como tratar de correr una pared parado sobre una pista jabonosa, el viento aprieta pero hay que seguir y los pedalazos se hacen fuertes. Voy intuyendo por estos lares la otra Venezuela, en Ciudad Bolívar hay historia y color y un rio que se impone, el Orinoco. Desde su malecón puedes ver cómo pasa tranquilo pero diciendo, aquí estoy yo. La última ciudad grande, Puerto Ordaz sigue teniendo la predominancia del rio. Una ciudad que son tres juntas, San Félix, Puerto Ordaz y Ciudad Guyana son una. Uno se pasea medio desorientado adivinando cuando pasó el puente y está en la otra. La naturaleza habla en estos parajes, el parque de la llovizna es bello, una gran extensión de tierra con cascadas, ríos y una vegetación que te invita al descanso. Por acá la gente es más tranquila, pero sigues estando en el país de la política y su sombra va tocando todo. De Puerto Ordaz a la frontera, que es el pueblo de Santa Elena de Uairen es la travesía máxima. Muchos kilómetros y poblaciones pequeñas. De las píldoras del camino podemos beber para recordar este recorrido. Pero para rescatar hay que hablar de la gran sabana, ese tesoro venezolano, con sus tepuyes, cascadas y ríos, un lugar por el que el pedalear es un oficio lento y cuidadoso, por el viento y además donde te sientes en medio de la nada, un desierto verde donde de vez en cuando viene una ligera lluvia. Allí tuve un día negro con pinchazo abordo y desperfecto de mis herramientas de viaje, pero nada que empañara la belleza del lugar. Santa Elena de Uairen es el límite, aquí va acabando el país para mí, aquí ya se siente Brasil, la otra lengua se escucha y las placas de los carros me indican que es hora de pasar. Un pueblo pequeño pero típico de frontera con su comercio abundante y lugar de paso indicado para muchos. Yo miro hacia atrás y veo la espesa República Bolivariana de Venezuela y no tengo más que una absoluta gratitud con su pueblo, la gente, su gente, la recuerdo como un lugar alegre que no es solo política y digo: ¡Naguara! (expresión venezolana que denota asombro) he recorrido Venezuela en bicicleta.

1 comentario:

Troyana dijo...

Definitivamente me embriague con el espeso coctel que me ofreciste y descubrí así, en el sabio relato de tus palabras, un recuerdo placentero de la Venezuela de tus pedalazos; de la replica de la tierra en donde se repiten los triunfos y las derrotas, de la tierra de justos y pecadores, de la tierra del hambre y del sifrino. Creo, que, por ahora...me jacto con la embriagues que te produjo el contacto son la gente.