Lo que yo quiero decir es América Latina...

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jueves, 24 de julio de 2008

Salvador - Vitória, "Paisajes de Silencio..."

Días de pedaleo: julio 8 - julio 23, 1200 kilómetros.

De capital en capital voy rodando por Brasil. Recuerdo el día que entrara a la pequeña biblioteca de un pueblito en la amazonia y me diera cuenta de las distancias que tendría que surcar en este gigante, la mas aterradora es la que acabo de efectuar días atrás, Salvador - Vitória tiene 1200 kilómetros de recorrido que podrían asustar a cualquiera y así lo fue en un primer momento, pero ahora las cosas cambian y los trayectos se toman de otra manera.
Salí de Salvador con toda la intensidad de aquella ciudad, ya bien se sabe por escritos anteriores, salí de la manera como me recibió Salvador, revolcado, zarandeado y hasta vomitando. Yo, simple viajero de tierra definitivamente no estoy acostumbrado a la mar y para salir de allí y ahorrar un trayecto largo de carretera debía tomar una balsa para cruzar la bahía de todos los santos, ese día baje a puerto y después de pagar los pasajes indicados monte con la dama aquel barquito que por espacio de 40 minutos nos empezó a mecer con mayor intensidad cada vez. Pendiente de mis cosas y de la dama mi estomago se mecía con las olas y lo poco que había comido se vino afuera, bueno, no fui el único, a los locales también les hace de las suyas el mar, tiene todo el poderío por siempre.En tierra y en dos ruedas ya voy siendo soberano de nuevo y con mapa en mano para salir de este enmarañado lugar, pues arribo a una especia de isla, tomo camino y siento el placer de ir con el viento en la cara y el sol en lo alto, me dirijo a la ciudad de Nazaré. La constante para mi grata sorpresa en estos parajes son las montañas que aparecen, las montañas que recuerdan a las tierras colombianas. Nazaré como muchos de los pueblos, ciudades que encontraría más adelante son pequeños, históricos, acogedores, pintorescos. Allí por ejemplo, aquel hombre que me acogiera me va llevando por callecitas mostrándome cada particularidad del lugar, que si un teatro, que la prefeitura, el río y así, cada quien muestra su mejor cara. En unos lugares las cosas funcionan mejor que en otros. En Camamu, como en otros lugares procure albergue con la policía pero en un primer momento no fui bien recibido, cosa extraña pues ha sido una constante el buen comportamiento de estos seres, pero la suerte que no me abandona quiere dejar todo lo bueno para lo último, cuando las esperanzas se creen perdidas. Allí un hombre me acoge, me da posada, mi buen amigo Claudio Dantas, que me haría tantos favores a futuro, con el que seguía debatiendo sobre el gran Brasil y sus querellas entre norte y sur que por supuesto persisten, el país de los muchos países y sus variadas regiones, debatir con alguien que esta adentro y de otra voz que viene de afuera y se pasea por todos los lugares posibles, yo. Después de un día de calma, otro agitado, mirar el mapa y ver 44 kilómetros que no pueden significar mucho sobre la bicicleta, pero cuando tienes que sortear múltiples subidas y una constante lluvia que no deja andar la situación se vuelve angustiosa de sobre manera, pero ahora que gano tranquilidad y confianza como remonto kilómetros puedo ir con paso más seguro y aunque aquella jornada haya sido dura supe llevarla como se debía, despacio. Hasta había tiempo de comer y leer mientras la lluvia hacia lo suyo. De nuevo las posadas de paso, las pagas y por invitación, en las que acontecen las vivencias de otros, allí encuentro los rastros de muchas. Luego viene una ciudad que solo era un punto en el mapa inicialmente, pero esa solidaridad que no deja de dar la mano abre otra puerta y soy parte de otra familia, sigo diciendo que no conozco lugares si no más bien a la gente que los habita, ellos me hablan de la realidad que quiero ver y se me hace mas interesante que la calle principal o la atracción de turno. En Itabuna hay comidas caseras, hay risas en la sala, hay partidas de dominó que este extranjero gana, hay dulces gustosos como el brigadeiro y platos como el acaraje tan típico de bahía, también y como siempre lo más duro, la partida que aporrea cuando se ha vivido con fraternidad un lugar. Sigo la ruta, haciendo asombrosas pedaleadas de 110 y 120 kilómetros cambiando las palmeras por los árboles de eucalipto que pululan en la región dándole ese toque verde al paisaje, un paisaje donde se combinan las subidas, con las extensas bajadas y por fin llegan de nuevo las rectas y esos camiones que te quieren llevar por delante pasando cerquita de vos, zumbandote en le oído como una mosca gigante, yo me mantengo firme y los escucho a lo lejos, los presiento. Como hay subidas arduas esto supone un cambio en el clima, vamos hacia arriba, lo alto y se va poniendo todo frió y yo que no acreditaba frió en Brasil, hay espacio para una camisa de manga larga cuando se quiere dormir abrigado, lo recuerdo en la ciudad de Eunapolis, donde desde mi estación de policía militar veía al frente el hotel lujoso con su lago dorado, mientras veía también al chavo del ocho e versión portuguesa en aquel cuarto inmenso con camas desvencijadas donde no tuve mucha conversación con le personal, triste desencuentro. De camino a Itamaraju, en la ciudad de Itamirigim, un encuentro bello, un Pueblito que también rodeado de montañas y con una plaza fría me sigue recordando a mis pueblos de Colombia, unos niños juegan trompo, aquí tiene otro nombre, pero eso me hace pensar en esa profunda conexión que tienen todos los pueblos de nuestra América latina, desde sus juegos hasta sus mitos más intimos. En otra ciudad, Teixeira de Freitas hay un encuentro con otra familia, la de mi amigo Jefferson, hay mas sabor a Bahía con la moqueca de pez que cocinara su madre y poder tomar luego en la noche un buen café colombiano del que me diera mi amiga jenny, hay tiempo para mirar como se mueve cualquier ciudad de Brasil, como la gente va cumpliendo con sus rituales de caminar el parque y sentarse a ver como pasa la vida. Al pasar al otro estado, a Espíritu Santo voy cortando camino para mi objetivo, hay caminos mejores, siempre es así cuando cruzo de estado, es como si esta administración dijera: es para que vean como son las cosas aquí. pero luego viene el olvido en ciertos tramos y sufrimos los huecos, pero me siguen acompañando los eucaliptos y ahora mas rectas en las que me rinde más el camino. van llegando ciudades como Pedro Canario, Sooretama; en la que la iglesia me volviera abriría sus puertas en una forma un tanto reservada pero igual acogedora, Ibiraçcu; ciudad donde la suerte funciona tan bien como para dormir en hotel pago con desayuno incluido, son las infinitas formas de la ternura o solidaridad. por último y cumpliendo 1200 kilómetros aparece la capital de Espíritu Santo, Vitória, en estos los paisajes de silencio donde se habla mucho mejor, la ciudad que me sorprende y me muestra que el que no busca...encuentra. En la calle buscando mi albergue un hombre me aborda, un hombre que resulta recorredor de caminos, de mundo sobre motocicleta, el con su grupo de amigos gustan de ello, le cuento mi historia y decide ponerme en contacto con uno de ellos, viajero por excelencia, quien se ha recorrido medio mundo en su amante de dos ruedas con motor, Eduardo prata, quien gustosamente abre las puertas de su casa y es aquí, donde ahora me encuentro para seguir escribiendo al mundo que quiero conocer.

sábado, 19 de julio de 2008

SALVADOR. Negra desde siempre, festiva por naturaleza y profundamente LATINOAMERICANA.

Escribo esto cuando en el piso de arriba de la academia de Capoeira “Porto da Barra”, donde pase 4 de los 6 días en Salvador, todavía suenan unas notas de birimbao y unos jovenes juegan a danzar, bella juventud que se agarra a sus tradiciones pasajeras.
Hablar de esta Salvador es hablar de un pedazo que representa a toda latinoamerica. Salvador negra, salvador puta, salvador que danza, salvador que se muestra en las calles y la Salvador que también se esconde. Venia robandome el corazón este continente y aquí hubo un zarpazo de fiera que se quisiera comer de un bocado entero la presa, la presa en este caso fui yo y toda mi pobre humanidad y el zarpazo atravezo el corazón dejando el alma doliente. Todo duele, duele la belleza cuando es pura y sincera, duele el terror cuando viene de las entrañas, toda la vida es un eterno dolor, duele el amor porque es profundo y duele el golpe aun cuando solo toque la superficie. Había una fuerza en esta ciudad que ejerciera un llamado constante en mi y sentia que algo pasaria aquí. Largo fue trayecto para llegar, el próximo y el de antes. Como me gustan los dichos populares, cuanta sabiduria hay en ellos y bien traigo uno ahora: “Desde el desayuno se sabe que va a ser el almuerzo”. Mi desayuno al llegar a Salvador estaba frio, pero al fin y al cabo tenia desayuno, apenas me pusieron un parco plato sobre la mesa y eso me tuve que servir.
Me ubique en la casa de alguien que vive bastante lejos del centro, un negro, homosexual él, esto me importa tres rabanos, si no fuera por la constante de que con estos personajes ha sido con los unicos que no he tenido empatia como anfitriones, no soy homofobico ni mucho menos, de hecho muchos de los grandes que admiro son homosexuales, en ultima instancia no importa que se sea, chino, marciano, lunatico, lo importante es el respeto y el feeling, la disposición para.
Esta Slavador festejaba su 2 de julio y el pueblo, esa masa amorfa que siempre promulgan los politicos para hecharse al bolsillo y tener eslogans incluyentes; solo en el papel, se volcaba a las calles, yo lo vi por televisión en aquella mi primera casa en Salvador, solo que ahora estaba en el ojo del huracan y debia ir a él. Alla fuimos con mi anfitrion que seguia distante y ya en el centro al encuentro con sus amigos con los que se despacho en abrazos y quereres, la distancia conmigo se hizo mayor, a mi no me importaba, como decia un maestro cercano, “Soy testigo”. El desfile para mi fue una burla y todo por el tumulto de una horda de amanerados irrespetuosos y hablo en estos terminos, solo desde la estetica, lo mismo podría decir de un desfile de mujeres donde los machos se pespachan en coros que hechan babas mostrando un fetido insitinto animal. En aquel desfile las bastoneras eran bastoneros con los que el público gay viraba loco o locas más bien. Todo este saperoco recordando entre banda y banda de música alguna figurilla alusiva a la independencia de bahia que dicen, fue la del Brasil mismo, esta fecha todavía se pelea. Yo no aguante mucho tiempo allí y fui a refugiarme en casa. El día siguiente me lo robo la burocracia, la de los pasadizos y papeleo absurdo. Yo latinoamericano, mendigando permisos de frontera en frontera para pasearme y conocer mi continente, mi casa. Las leyes estan hechas para las nubes, por hetereas, por pasajeras, nosotros los humanos tenemos que debatirnos con dictamenes que alguien sugiere con un antojo de niño malcriado que no entiende de razones. Absurdo es decir a la entrada de Brasil, en la frontera con Venezuela, que si por favor pueden romper con la regla de solo dar 90 días de permanencia en un pais, ellos jamas abriran los ojos para ver que me propongo atravezar su país en bicicleta, el quinto más grande del mundo y que necesitare muchos más. Los días se cumplieron aquí en Salvador donde todo habría de cumplirse. Siempre el tramite se efectua en la policía federal y viaje hasta allí para encontrarme con la noticia de que debía ir hasta el aeropuerto para hacer la diligencia, volver a atravezar toda la ciudad en una vuelta de costoso bus, costoso para mi. En ese lugar tengo que desembolsar otra buena cantidad de dinero para un permiso que no tendría porque ser así y bueno, un sello más que me deja legal. Vienen despues los días en este centro de Salvador, los días en esta academia que me supo acoger con esa energia propia de los que libres andan y viven con ritmo y tradición. Aquí empezo la verdadera historia. Salvador se abrió para mí como sexo de mujer, unas veces gustoso de secreciones que saben a miel y en otras acido y amargo donde la hiel se convierte en hiel. Como un explorador me fui adentrando en esta enmarañada ciudad, en ese sexo que se va calentando con el día y hierve en la noche, Salvador de cachaça y cerveza, Salvador de crack y maconhia, Salavador de mil drogas en compensación de una realidad inmunda, drogas salida, pasadizo al encierro perpetuo, un golpe certero a la cabeza. El centro comercial y el historico conversan a distancia, en los dos mora la miseria y la belleza del paso de la historia. El historico es la puerta, el sexo de mujer que atrae y todos como animales en celo caemos a degustar sus maravillas, solo que el calor hace estragos y hasta en estos días de lluvia la temperatura se reniega a bajar. Me fue chupando ese sexo fuerte desde la praça da piedade donde habito, pasando por la praça Castro Alves y me embeleso con la vista al mar desde allí, ya me empezaba a cegar, subiendo por la rua chile me llevo hasta el palacio de rio Branco donde los locales juegan a atrapar con sus baratijas a los incautos turistas. Otra praça, la de Sé, para seguir viendo el mar o dejarse llevar por el elevador “la Cerda” a ver la parte baja de la ciudad para beber del puerto y su historia de mil barcos. Yo baje pero enseguida subi, ese centro me llamaba y despúes de la Praça da sé ya no hay nada que hacer, atraviezas otra praça y te ves bajando por callecitas empedradas que te llevan al centro del centro, el famoso largo de Pelourinho, el de las postales con el museo da cidade y la casa del escritor Jorge Amado, famoso escritor que retrato en sus libros al Salvador del que estoy tratando de hablar. Ya en el centro del centro solo queda tratar de hilvanar rua con rua y lamer el encanto de sus paredes, hacer siempre el ejercicio de borrar las chucherias para turistas, los que llevan recuerdos pues ya no recuerdan, e imaginarse la vida natural rodando por allí, los tiempos de esclavitud negrera, el transito a la libertad, las tiendas con productos de la época, los pueblos de afuera disputandose ese lugar, holandeses, portugueses, ingleses, franceses. Ese mar caribe y el de la Bahia de todos los santos fue testigo de las constantes abatidas desde afuera, los fuertes, el de São Pedro, São Marcelo, Monte Serrat, hablan de ello. En una casa viejisima con más de 200 años, un antiguo edifício de muchos pisos, el Mestre Cabeludo, maestro de la academia “Porto da Barra” me lleva para ver como se fabrican algunos de esos instrumentos que utilizan en su danza, en ese espacio hay tradición, el hombre, el hijo que sigue la enseñanza de su padre, de lo que contiuara el abuelo también, una bodega llena de objetos dispuestos a ser instrumentos musicales puestos al combate de la armonía para la danza. Pero ese ritmo frenetico de Salvador, ahora a cinco meses de mi viaje me recordaría la cara de lo que es, de la realidad que no se esconde, que no se muestra pero que esta ahí. Ya la intuia en mi segundo día pasando por el centro cuando los que viera en la plaza con sus ropas en varandas durmieran todos apiñados en la acera en cajas de cartón, familias enteras, es la miseria de muchos por la incompetencia de unos pocos, mala dirigencia y desviación de dineros. Me dispuse a que no quedara calle sin recorrer en el cenro historico de Salvador y la cachaça fue mi compañera para combatir la soledad y la lluvia, ella venida de la caña y su destilado me cobijo y empezo a mal seguir mis pasos, yo me fui perdiendo cada vez más agusto y entre lluvia y lluviecita me escampaba y me mojaba con placer. Entrada la noche y al calor del efecto del licor el matiz era otro, el matiz de las cosas bajo el cristal destilado. Baje a puerto a uno de esos viejos bares de mujeres gordas, a beber una cerveza con olor a mar y la música de las rockolas llenaba el espacio, reggae en este caso, también se dan las paradojas musicales. Volvi a la ciudad y el centro que no me soltaba y la noche con su negrura extendio su velo. Aparecio entonces aquel hombresito festivo de piel negra, negrisima y entre charlas me fui llendo con él, me mostro algún recoveco el centro que no tenia el glamour para extranjeros con dinero, me mostro más que eso, los ranchos que quedan detras de alguno que otro almacensito medio lujoso donde se instala la miseria de los que se debaten con la vida, seguian quedando en lo alto y esa favela me recodaba nuestras comunas. La negrura de este hombre junto con la de la noche le dio ese tono perfecto a Salvador, negro animal. El efecto de todo hizo que nuestro hombresito, el negro aquel, quisiera cosas más fuertes, la cerveza no le basto, yo lo acompañaba como su sombra con ese llamado mio siempre hacia lo oscuro. La casa – pension era un pasadizo de junkies y familias en decadencia, allí se hicieron los tramites, yo fui testigo, cargado de todo esto senti la hora de salir, salir solo, no queria más aquella sombra y solo en esa profuna calle fui asaltado, latinoamerica me lo recordo, cinco hombres encima de mi como gallinazos tirando de la presa, tratando de llevarse cada uno la mejor parte, es otra forma de violación, fui la bola que golpearon hasta dejar desinflada, sin cartera y sin reloj corri hacia lugar seguro, ya no había nada que hacer, el hecho estaba consumado.
El día anterior trajo la calma y me despedi de Salvador en una forma literaria, pase toda la mãnana hasta que me sacaron de allí en el gabinete de lectura portuguesa, casa Fernando Pessoa, leyendo a mi maestro en portugues, indagando en su vida, recordando a ese hombre que fue muchos para ser nadie, ese diminuto hombre perdido entre las ruas de Lisboa que viajo por todos los puertos sin moverse de su oficina, pero yo mundano tenia que seguir camino, ahora dejando a esta Salvador.

sábado, 12 de julio de 2008

Recife – Salvador. Perto do Mar, Lluvia fría y gente caliente

Siempre será una osadía comprimir en unas pocas líneas kilómetro y ciudades vividas intensamente, el trecho Recife – Salvador contiene tantas vivencias que hay que cogerlas despacio para llevarlas al papel.
Saliendo de Recife y por cierto embeleco paisajístico quería que mi próximo destino fuera la famosa playa “Porto de Galinhas” renombrada playa que ganara por siete años seguidos el titulo de la mejor playa de Brasil, tamaño titulo para un país que en su mayoría es litoral. Me deje cautivar por la oferta turística de sus piscinas naturales que encontraría allí, pero la vida que es sabia me recuerda que mi viaje es otro, de otro tipo, con una búsqueda diferente, no busco lugares simplemente los encuentro. Para llegar allá tuve que hacer un desvió de 18 kilómetros que me suponen casi una hora de pedaleo. Al llegar me fui topando con todos esos resorts y hoteles de lujo que ya me hablan de a donde llegaría. Por supuesto es otro de esos lugares hechos para turistas con dinero, dispuestos a que los hambrientos colmillos del sistema de vampiros chupe sus ahorros. Tan pronto como llegue ya estaba saliendo a una playa cercana llamada Macaraipé y en esas piruetas de la vida Javier y Carolina, un par de bicicletos uruguayos me recomiendan un lugar tranquilo y gratis para acampar. Es un encuentro para compartir experiencias de quienes entienden que es viajar un continente en dos ruedas, con equipaje y movido por la fuerza del corazón, como diría una buena amiga. La lluvia me retuvo por dos días en aquella playa, la fría lluvia que todo lo daña nos amarraba a mí y a la dama en esa playa que se hacía fría, de arena pesada por el agua, mi carpa era mi casa y cuando paso el temporal pude salir de allí, no sin antes despedirme de mis buenos amigos bicicletos. Sigo por esa ruta cerca de la mar, perto do mar, con ese cansancio que trae la lluvia haciéndolo todo más pesado, paso por Maragogi, me quedo de nuevo en una estación de policía, amables hombres, cambio de estado, en esta parte del litoral donde los estados son recogiditos y furtivo paso por ellos. En otra de esas maratónicas jornadas haciendo 130 kilómetros sobre mi bicicleta llego a una nueva ciudad, Maceio, en el estado de Alagoas. Así como la lluvia trae oscuridad, Maceio no me trae mucha alegría, hay ciudades que abrazan y cautivan y otras si apenas te hacen un guiño. Maceio me huele mal y hay un aire de desorganización en ella, como siempre tiene su lado de mostrar, el lado postal de las ciudades, pero yo que soy gusano de tierra, topo y animal que gusta de quitar los velos desenterrándolo todo, habito sus esquinas y no encuentro mucho que me atrape. Recuerdo con gracia aquella foto que no tome, que son las mejores que podamos tener, que en la ciudad de Maceio, y esto es de no creer, hay una réplica a menor escala de la misma estatua de la libertad de los americanos, según me cuentan regalo de los franceses también, esos franceses. En Maceio empecé a intuir con más fuerza las fiestas juninas de São João, con sus bailes de cuadrillas multicolores. En Maceio también me quede por la gente, la gente caliente de la vecindad que no deja que se agote la cerveza ni la camaradería, la que me hace quedar un día más con la promesa de hacer pan de ajo para mí, así fue como doña Adriana, una mujer festiva y dicharachera fabricaría el buen pan. Así van siguiendo estas ciudades, unas pasan sin mucho alboroto y otras te roban cada pedazo de corazón.
Del día que salí de Maceio, Junio 23, tengo el recuerdo vivido y húmedo todavía hoy que escribo esto, una jornada entera pasada por agua, una jornada de desesperación, kilómetros y kilómetros bajo la lluvia, una lluvia fuerte y aquello sin un lugar donde meterse, gajes del viaje. Pero al otro día de camino hay compensación y para anotar, una de las particularidades de esta ruta es que en ciertos trechos hay que tomar una balsa para pasar un rio, una laguna, un riachuelo, eso lo hace interesante, bello. Subir a esos pequeños ferry que llevan un par de autos y algunas personas, dejarse transportar. Sería pasando del estado de Alagoas a Sergipe donde tendría otro de esos encuentros que marcan y claro, dan una mano. Sergio, que va en su camioneta me hace detener y me cuenta que es profesor de educación física, que se ha andado más de medio continente en bicicleta y que solo le faltan unos pequeños tramos para completarlo, él me ve y entiende perfectamente en que ando, viene él de la próxima ciudad a la que voy y como presente me da una estadía en la posada que acaba de pernoctar. El camino para llegar a ella es difícil, no es de asfalto, es de tierra, pero todo lo vale, la tranquilidad y la comida y un amigo que queda pendiente en la ruta. Al día siguiente termine la ruta de tierra con la suerte de esta vez no ser alcanzado por la lluvia y brindarme mi decima ciudad brasilera, Aracaju. Ciudad con nombre de pájaro y fruta, que magnifica combinación, el Arara o papagayo y el cajú, fruta gustosa y común por estas tierras. Una ciudad así solo tenía que traer cosas buenas, desde que cruzara ese enorme puente sobre el río Sergipe, el nuevo puente con solo un año de vida, el puente que aun no desplaza a las pequeñas embarcaciones que siguen cruzando a la gente de lado a lado, difícil luchar contra la costumbre, esos barquitos llamados tototó, entrar por su mercado central, el viejo mercado de Aracaju vestido de São João, recubierto por la fiesta con multicolores banderines, casetas de comida y bebida, dos tarimas gigantes y el ambiente de fiesta, de fiesta junina sintiéndose en el aire. Un grupo de amigos me recibiría allí en Aracaju, donde todo fue baile, fiesta, conversaciones, disertaciones y aprendizaje de la historia de su ciudad, una ciudad en la que de verdad billa el sol aunque por estas temporadas sigamos peleando con la lluvia. Aquí sentí con total intensidad eso de las fiestas juninas, con su ritmo de forró, el que viniera desde la tradición con Luis Gonzaga y ahora tuviera tantas vertientes para seguir mostrando que Brasil es ritmo, ritmo por doquier.
Mis mapas me mostraban que la ruta entre Aracaju y Salvador era llamada la línea verde, una carretera de 190 kilómetros que comenzaba unos kilómetros después de Aracaju donde tuve que volver a tomar un par de balsas para cruzar sendos ríos. La línea verde fue uno de los trayectos más difíciles en Brasil, constante sube y bajas por terrenos desolados hacían la dificultad del terreno, la lluvia seguía haciéndose presente. Dure dos días en cruzarlo, volviendo a parar en una estación de policía en la que apenas me abrieron las puertas y la otra en una de esas playas para turistas de afuera, en otra pasarela construida para el confort de los que todo lo tienen y no quieren que en su lugar de veraneo esto se les olvide. Como siempre en estos lugares me es difícil buscar albergue, pero la suerte sigue conmigo, no solo pude dormir bien, en un estacionamiento pose mi carpa y pude dormir tranquilo y seguro, si no que hice un par de amigos que me ofrecieron futuras posadas. Felipe me invitaría a comer y pondría su casa de Río de Janeiro a disposición y el Mestre Cabeludo, maestro en Capoeira me acogería en su academia en la ciudad de Salvador. La estancia en salvador traería tantas sorpresas y sensaciones como le es posible dar a una ciudad, ciudad de ritmos, caras y sabores mil, ciudad de choque y revuelque, ciudad de todas las razas y ley propia.

lunes, 7 de julio de 2008

Recife, un puente, dos puentes, tres puentes a la felicidad...

Especial acontecimiento en la ciudad de Recife. De muchos días atrás y de un encuentro que sentimos inconcluso acorde con mi amiga jenny, de Bogotá Colombia que deberíamos vernos de nuevo en este periplo. Fue un encuentro del que aprendí mucho, un encuentro que trajo múltiples sorpresas y por sobre todo que trajo tranquilidad que en estos caminos es la felicidad. Abrí las puertas a este encuentro ya que con esta mujer es con una de las pocas que puedo encontrarme de la manera en que me gusta hacerlo, encontré en ella a una amiga. con ella puedo hacer a plenitud varias cosas en las que me siento pleno cuando encuentro con quien compartirlas; caminar y conversar, lo otro es añadidura, el afecto, la buena comida y la gustosa bebida. ahora bien, no hay que olvidar que esto es viaje y el andar hace parte de todo. la particularidad aquí fue la compañía para hacer todo esto, en este caso tuve una compañía óptima, pero la relfexión que me viene es sobre lo que significa conocer bien una ciudad. Siempre he sido un hombre que se conforma con lo sencillo y he pensado entonces que conocer bien una ciudad es caminarla bien, las ciudades se me pasan cuando no las camine y las pude haber vivido por los pies, si no que se me fueron en las ruedas de la bici viéndolas desde la carretera o encerrado en algún lugar. Recife no defraudo y muy por el contrario cautivo. Su parte antigua sigue latente, la pregunta siempre será por el pasado, por el funcionamiento de esa estructura en antaño. había que ir despacio y mirar las fachadas de esos edificios viejos que se resistieron a morir y bueno, claro esta, una que otra administración que supo mantenerlos en pie, difícil acabar con la memoria de Recife. había que mirar bien arriba, allá donde se encaramaba la historia de esos edificios, también se tenia que sentir el piso viejo en piedra, todo iba lento allí, a la manera en como se debe viajar. En los muchos días que estuve allí no hubo día en que no encontramos una calle nueva y donde el ritmo de este Brasil musical lo contajiara todo hasta encontrar la otra esquina donde se ofrece ropa y calzado y el hombre que tiene el micrófono mientras hace todo esto, canta también. así es este pueblo hecho de ritmo. Lo otro de Recife es su historia, sus numerosos puentes que conectan cada punto de la ciudad, cada uno de ellos como conexión para ir a mirar otra cara, para ver el otro lado del espejo. Cada puente tiene su tiempo y su historia, tiene su placa y sus moradores, os hay solitarios y también concurridos, pero en todos, por debajo, va ese río negro y tristemente mal oliente que va caminando lento hacia el mar. En el marco Zero que es de donde parte todo más allá del otro lado presientes el mar y tienes que ir en busca de él y la otra cara de la ciudad, la de las otras postales con hoteles en venta y playas atestadas de gente, meticulosa mente cuidadas para que más gente venga a ellas, hasta una artificial barrera de contención para las olas puede verse desde la arena. yo que también habite la arena con mi traje de turista, felizmente pase por uno nacional, pude ver la vivencia como hace tiempo no la sentía, picar cuanto alimento local se atraviese por delante y sentirse como uno más dentro de la manada, eso esta bien. También hubo tiempo para visitar la ciudad cercana de Olinda, en la cual parece nació Recife cediéndole luego el puesto, allí sorprende la cantidad de iglesias, eso habla de algo que paso y no deja de suceder, pero hay color en las fachadas y el sol lo intensifica, el sol que también se mete por las calles y callejones y nos persigue, solo podemos esquivarlo al entrar a un local donde en su interior el color no se apaga, son faroles y banderines indicando el carnaval, ese de São João que estamos viviendo, ese que se multiplica con toas esas almitas que se encienden más en la noche al llamado de todas las músicas, no hay lugar que no sea un perfecta tarima, todos bailan y se saben las canciones, yo soy un feliz analfabeto que gozo con la ignorancia de mi propia fiesta. Ni me quiero imaginar esta ciudad en carnaval, el otro, el grande, siento que viví solo las esquirlas y así fui feliz.