Lo que yo quiero decir es América Latina...

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viernes, 15 de enero de 2010

Punta del Este


Sin mucho ánimo, más bien con una morbosa curiosidad me dirigí a esta ciudad. Renombrado en todo el continente como sitio de veraneo de ricos y famosos ya más o menos tienes una idea de lo que te vas a encontrar. Esto no me llamaba mucho la atención pero ya que estaba de paso, porqué no pasar un par de días en el. Es exactamente como me lo imaginaba. Te vas internando por una pila de casa lujosas, shoppings plantados a cada tanto como árboles al lado y lado del camino, restaurantes de lujo y tiendas de todas las marcas famosas.
Tenía una posada y fui en búsqueda de ella. Con dirección en mano me interne en cierto barrio y me empezaban a intimidar las fachadas exuberantes de sus casas. Todas con sus jardines bien cuidados, garajes enormes y moradas de varias plantas para albergar un batallón y que de seguro nunca se llenan. En estas calles con nombres variados y donde las casas no tienen número si no un nombre me despiste para llegar. Luego de lagunas vueltas con la bici encontré mi lugar y así empezaron las buenas sorpresas. No estaba con las típicas personas que pueden habitar un lugar como este. Mi anfitriona tenía una modesta casa en la que vive con su esposo y sus dos hijos, además de su perrito. Magela es una mujer que le ha apostado por el lado alternativo y autónomo de la vida. Nada de horarios ajustados ni jefes, un delicioso anarquismo reina en ella. Diseña collares pulseras, en su taller ubicado en la parte de atrás de su casa, al lado del taller hay un inmenso árbol en cuyas ramas se gesta un proyecto hermoso, “la casita del árbol”. Junto con su esposo juntan tablas y clavos para diseñar una acogedora morada en las alturas y de altura diría yo. Se suponía que iba a vivir en la casita pero a mi llegada todavía no estaba lista, está en proceso, pero debes subir y tener una vista al mar desde allí, seguro que cuando este lista no querrás bajar de ella. Entre alambres, brocas, piedras de todos los colores, verduras variadas y especias vive Magela con su familia. Además del negocio de la bisutería, tienen también una línea de alimentos alternativos, maravillosos, berenjenas, champiñones, mermeladas que ella misma prepara. No todos tienen que jugar el juego de la oficina, el traje y los tacones, la empresa, la fabrica, para poder en este mundo competitivo. Es una hermosa sorpresa encontrarse con gente así y sobretodo en un lugar como este. Un lugar así debe ser mirado desde muchos puntos de vista. Me fui con la dama a recorrerlo, mi compañera habitual, curiosa como yo de conocer también quiere ver. Hablemos de Punta del Este en tanto espacio construido. Como lo dije antes, las tiendas de moda imperan aquí, vitrinas con maniquíes que lucen prendas de diseñadores famosos, los artículos deportivos en los que los deportistas se convierten en otro maniquí mas que adorna vitrinas, que teatral suele ser el mundo. Las avenidas son enormes pasarelas donde autos de lujo descargan pálidos turistas cubiertos con grandes capas de protector solar y sus consabidos anteojos oscuros, el guion y la consigna se sigue al pie de la letra. Cada vitrina, cada local por pequeño que sea acepta dólares y euros, a veces me siento en otro lugar y hasta pienso que los pesos uruguayos no tienen valor aquí. Por suerte he venido en temporada baja (que glorioso termino) y todavía las calles no se ven muy pobladas. Las listas de precios afuera de los restaurantes te ahuyentan, los crustáceos y los peces se diluyen en precios que llegan a las nubes como si estos fueran perlas preciosas que el mar se negara a dar, por supuesto no es así. En el puerto los humildes barcos de los pescadores descargan peces a granel. Es un espectáculo majestuoso, cada uno de esos barquitos llega constantemente cargado en su vientre con frutos del mar y es un festín para todos, las aves que revolotean esperando las sobras o uno que otro pez caiga de los botes y de otro lado los lobos marinos tan comunes allí, gigantes perezosos con la boca abierta y tostándose al sol., dicha de turistas que disparan con sus cámaras fotográficas. Barquitos multicolores con nombre ingeniosos, una pintura en fila con su cargamento y los puestos de pescado que los preparan para luego ser llevados a los restaurantes donde habían adquirido otro valor. La otra Punta del Este, la natural, tiene la belleza que le ha concebido la divina providencia. Este lugar es una punta con sus playas que reciben nombres distintos, playa mansa, playa brava. Es por la interacción del viento en sus arenas, en una golpea fuerte y los tipos de las tablas remontan sus olas, en otra todo es calmo y tranquilo. El faro que en la noche tiene su supremacía se yergue inmenso y callado en el día y en la punta, en toda la punta del este ondea la bandera uruguaya con su vivido sol al costado, aquí golpean los dos vientos y las rocas puntiagudas hacen que solo impere la soledad de las aguas y el infinito a mi espalda, los cientos de edificios que atestaran las playas en temporada alta llenando todo de ruido y absurdo consumismo y en frente de esta solitaria plataforma, el mar, el soberano océano que está por encima de todo y en su rugir de olas deja que lo contemplemos para dicha nuestra.

San Carlos…! Qué impecable Che!


Hubiera podido seguir derecho hasta Punta del Este pero tenía una invitación que no podía rechazar. Un tiempo atrás y por esas piruetas tecnológicas un buen hombre, Germán, se había enterado de mi travesía y me ofreció un lugar en su casa. Son esas oportunidades que no desaprovecho, no tanto por la posada si no por la oportunidad de parar y conocer un tanto más de cerca cada lugar por el que voy transitando. Este pudo haber sido otro pueblo que estaba de paso y rodado rápidamente. Germán gusta de la bicicleta, de los viajes, quería compartir historias y charlas conmigo así que allí fui. San Carlos sí que es una ciudad pequeña, solo 20 kilómetros la separan de la fastuosa Punta del Este. Germán como muchos de los habitantes de San Carlos viaja todos los días a trabajar a ese lugar. Esos grandes centros de recreo para personas adineradas están llenos de gente humilde ( pero de gigante corazón) como Germán que los trabajan. Esas personas que limpian sus piscinas, barren sus calles, limpian sus ventanas, brillan sus botes, arreglan sus autos, para que esos espacios sigan siendo lo que son, un sueño, un espejismo donde se esconde el sol a cada tanto. Pero volviendo a San Carlos, un lugar que tal vez tenga más magia que la pomposa Punta del Este, el sitio donde hay vecinos, amigos de verdad, donde hay un saludo a cada cuadra y parece que no hubiera extraños. Donde ir a comprar el pan y las facturas para acompañar el mate es un hecho cotidiano y un momento para preguntar por la vida del otro, un lugar donde el campo se siente y en su feria rural hay comidas típicas y bailes que hablan de su historia. Alrededor de su plaza hay cafecitos y vinerías nada suntuosos pero con el calor de la amistad. Como olvidar la vinería artesanal, inmensos botellones donde te venden un litro de vino gustosísimo por un precio irrisible y con todo el espíritu de la hermana uva y como no, con una sonrisa. Ese parque donde los domingos se juntan los muchachos y los viejos. San Carlos y sus pintadas, los esténcils que entre jocosos y contestatarios armonizan con sus casas antiguas de calles empedradas. Veo carnicerías en cada esquina y se lo hago notar a mi anfitrión, para él eso es común y en tono de chiste me dice: Aquí sembramos vacas. Es cierto es una tierra muy ganadera, pocas verduras y mucho ganado. En este pueblo Germán hace un contacto para que me hagan una entrevista en una emisora local, lo importante de esto además de poder difundir mis ideas alrededor de mi viaje, hablar de los puentes que nos deben conectar en nuestra América, es la conversación que sigue después de la entrevista. Vamos a la casa del amable periodista y luego me quedo hablando con su familia, soy invitado a unos exquisitos mates, una bebida social, hecha para conversar, una tarde de mates para hablar de fútbol, de política, de la vida en general. Hay tiempo para regalos, pequeños presentes que se quedan conmigo. Sigo atando lazos a través de mi recorrido con esa gente bella que no te deja de abrazar. La madre, su hijo, su novia, Germán, me saludan como a uno de los suyos. Cebamos y cebamos mates, mates uruguayos y sellamos con una foto para llevármelos a todos en un recuerdo tangible porque desde ahora viajan como muchos en mi corazón.

Rocha – Un hostal bajo perfil


Esos caminos del Uruguay, tan planos plantados de verdes y ganado aquí y allá, tímidas cuestas con un ínfimo nivel de inclinación me permiten rodar con tranquilidad. La meta de esta día ya estaba definida y me proponía llegar a la ciudad de Rocha, tenía la posibilidad de que alguien me recibiera allá, debía hacer una llamada para concretar esto y me detuve en una población cercana, un pueblito llamado 19 de Abril, por un día más y me hizo recordar la bella canción de los celtas cortos llamada 20 de Abril, canción llena de recuerdos de juventud, de amigos, de amores. A la vera del camino uno de esos locutorios con una sola cabina de teléfonos. Una casa, cualquier casa en cuya sala a la entrada se ubica la cabina. Me detengo y llamo para ser atendido, un hombre sale de su interior, cualquier hombre que hacia sus tareas diarias. La cabina es su negocio y lo atiende cada vez que alguien llega, ya sean los locales que la utilizan como medio de comunicación o como yo un viajero que va de paso. Los uruguayos tienen un hablar tranquilo, te van introduciendo a la conversación, una charla con escucha de ida y vuelta. Al terminar mi llamada en la que soy enterado de que no poseo albergue en mi próxima parada el buen hombre de la cabina me provee de una charla que comienza con las concebidas preguntas de rigor, preguntas que siempre abren paso a una amistad, a la sorpresa del recorrido, a la hermandad de pueblos, al recuerdo y las conexiones entre países hermanos. El hombre alaba mi aventura y por unos minutos el camino queda de lado para plantar un nuevo amigo y hasta me deja sus datos por si algún día pasara de nuevo por allí pero estos caminos con un retorno lejano dejan un alto grado de incertidumbre, solo me voy con un apretón de manos y una sonrisa que me manda de nuevo al pedaleo. Es un día de sol aunque no caluroso y el habitual sudor junto con la arena se pegan sin que prime mucho el cansancio, pero como siempre hay que ir en búsqueda de un lugar para quedarse y limpiar el sudor. Me encuentro entonces con la sorpresiva secuencia de negativas para obtener una posada solidaria en la ciudad de Rocha, que más que una ciudad parece uno de eso pueblos chicos sin mayor atractivo. Ante el fortín militar mi voz se pierde y la negativa es contundente. Me interno en la ciudad y me entero del cuerpo de bomberos, me digo entonces que nada puede fallar y encamino mis esperanzas hacia allí. Ubicada en una cuadra cualquiera el inmenso garaje donde habitan esos carros color rojo, gigantes apaga fuegos me indican que allí es. Después de contar mi historia recibo la noticia de que no es posible pernoctar aquí, me cuentan que antes era posible pero que otro viajero anterior al que se le brindo la posibilidad de pasar la noche en ese lugar no tuvo un buen comportamiento, desde entonces las puertas quedaron cerradas para nosotros los peregrinos. Sin embargo me cuentan sobre otro albergue destinado para estos casos. Tercamente toco otras puertas y la negativa persiste, ahora el cansancio del camino y la entrada de las horas de la tarde hacen presencia, la dama pesa más y mis movimientos se hacen lentos. La única opción entonces es el albergue aquel, ese lugar del que no se mucho y entonces por las empedradas calles de esta ciudad sin atractivo voy hacia él. Una casa blanca con una parca fachada parece ser el lugar y con la última esperanza golpeo la pesada puerta de madera. Una amable mujer me recibe y me escucha atenta, un si una bienvenida, ya tengo un lugar, ese en el que el estado a veces hace las veces de paternalista y da lugar a personas de la calle para que pasen el día. Así es, personas que deambulan en el día por la ciudad, tienen esa vieja casa de patio en el centro, habitaciones múltiples, baño rustico y un solar enmarañado, un lugar para hacerle un quite al frio de la noche. Pero hay unas reglas. La hora de entrada es a las 7 pm y ahora acaban de pasar unos minutos después de la 1 pm. No se me permite guardar mis cosas ahí. Con mucho gusto esa será mi casa después de las 7 pm se me recuerda. 6 horas en el limbo entonces, sucio, cansado y con hambre. De nuevo al puesto de bomberos con la intención de que almenos se me permita guardar mis pertenencias y sobre todo se cuide a la dama, esto sí es aceptado. No tengo ese ansiado baño repositor después del pedaleo pero almenos puedo cambiar mis ropas de ciclista, me digo entonces que esas horas han de irse rápido. Me proveo de un buen libro para despistar al tiempo y me voy de caminada. Lo primero es comer, buscar con que llenar la panza, para almenos tener fuerzas para mantenerse en pie. Siempre hay algún puesto de sanduches o hamburguesas barato dispuesto a calmar el hambre, pero la comida pasa rápido y luego de esto me veo con toda una tarde por delante. Comienza mi deambular por calles poco atrayentes donde el tiempo parece detenido y es que en verdad en estos lugares del interior lo es. La siesta de la tarde es imperdonable y el pueblo muere hasta las tres de la tarde. Entre diagonales y avenidas se agota el recorrido rápidamente. El parque central que nos acoge a todos siempre tiene una banca de mas y allí me postro para decirme que en la lectura podría aniquilar el tiempo por un buen rato, pero el cansancio de la jornada me aniquila a mi primero y no logro pasar de un par de páginas, s eme cierran los parpados y solo alcanzo a distinguir un revoltijo de letras. Tiempo quieto, muerto, adormilado, mudo, hasta las palomas vuelan en cámara lenta. Una calle otra, calle y otra más, vista y vuelta a ver, me siento como un sospechoso que pasa y vuelve a pasar por los mismos lugares, pero después de mucho el tiempo se mueve y ha caído el sol.
El albergue. Hablando en términos contemporáneos era nada más y nada menos que un Hostel. Pero no de estos de ahora donde apilan a 5 o 6 turistas europeos en un cuarto y les ponen una salita con TV de plasma y DVD, una terraza para que hagan sus fiestas de madrugada y bed and breakfast, todo por precios altísimos, no. Este era una casa que destinaba el estado para personas de la calle sin ningún recurso. Aquí no había TV de plasma y revistas de farándula en el living. Aquí encontraba de nuevo a esos vagabundos que como yo esperamos todo el día en la banca del parque sin un lugar a donde ir. Esos padres con sus tres muchachitos, sus rústicos juguetes y una bolsa de pan, sus muchas risas, sus cigarros y sus charlas. Estos éramos los habitantes de nuestro “Hostel”. Un cuarto con camarote para los hombres, otro para las mujeres con sus niños, un poco de shampoo y una barrita de jabón para esperar el turno al baño. Mientras tanto uno que otro se pregunta por la vida y ya bajo un techo hay cierta tranquilidad. Es un hogar para todos. Hay un pan con café. Después del baño el cansancio me vence y tengo que dormir un poco, me hubiera querido quedar un tanto a escuchar algunas historias pero así son estas jornadas. Más tarde me levantan para sentarnos todos a la mesa y disfrutar un arroz con pollo, benditos alimentos. Comparto esta vez con la gente, les comparto mi vida, ellos la suya, conozco aquella mujer que estudiaba derecho y fue estafada en no sé qué negocio y ahora duerme aquí con nosotros. Así nos junta la vida en estos y a la noche vuelve el tranquilo sueño en nuestro hostal.