Lo que yo quiero decir es América Latina...

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viernes, 5 de diciembre de 2008

Un ángel en la Punta del Diablo


Ahí venia el Pablo, por una de esas callecitas cortas que van al centro de Punta del Diablo, aunque no se si haya un centro aquí, el centro siempre será el mar, el punto de partida y de llegada. Venia con su matesito en la mano y paso lento, fumándose uno de sus cigarritos. Hacia un calor terrible y las montañas de arena encandilaban los ojos. Pablo era leve como el viento que venia del mar.

¿Venís de lejos?, me pregunto. Reconocí otro ángel entonces. Los identificas por su levedad, ya lo dije. Menudito el Pablo, un silbido que se suma a los aires que soplan en ese resguardo llamado Punta del Diablo, del que me cuenta ya no quiere salir. Le estaba cuidando unas cabañas al Tano, su amigo. Se quedaba en una de ellas y allí tenia su palacio. Rodeado de plantitas que el mismo sembraba. Pablo no tenia la edad que decía tener, Pablo tenia mucho menos, Pablo es un hermoso adolescente de 50 años. Me brindo una de esas cabañas sin mas ni mas. Yo solo le había preguntado por un lugar para poner mi carpa.

Y es que el Pablo es un hombre de muchas historias. Me hablaba de su periplo por el Canadá y su enamoramiento por la lengua inglesa, gustaba de hablar ingles, loro viejo si aprende a hablar, parodiando el refrán. Seguía inquieto con las palabras, un niño, jugaba con ellas y se sentía feliz al aprender tantas mas.

En el Pablo también estaba resumido el pueblo uruguayo, su amor por el país y el reconocimiento de vivir en un lugar tranquilo. Eso es la patria sin patrioterismos, el más puro amor. Me decía que no había pisado la Argentina y que tampoco le interesaba, que ya no quería salir de Punta del Diablo. Ese lugar embruja con su calma, aunque esta sea rota en los tiempos de temporada alta donde hasta los ratones tienen que alquilar una madriguera, allí todo se alquila, terreno, cabaña, cualquier cosa es apta para vivir por esos días donde los humanos aquí se multiplican como arroz y de 800 habitantes netos que son pasan a ser 22.000 mil, una cosa para no creer y sobretodo para no estar por esas épocas, yo se lo decía al Pablo. Igual los tiempos de temporada baja eran majestuosos y ese mar frío, friísimo seguía allí refrescando la arena que calienta el sol en ese pueblo de pescadores artesanales, todavía con sus barquitos viejos, esos barquitos que son poesía pura, esos barquitos que son un canto, esos barquitos que pueden ser un tango, un fado. Están atados en la playa esperando ir a la búsqueda de peces y en la punta de la punta esta el faro que indica el camino y todo parece tan quieto, tan en silencio. En esos pequeñísimos barquitos se juegan la vida los hombres que toda la vida no han hecho mas que pescar. Y esos nombres sonoros de los barcos, Lina Valeria, Victoria, Yogane, son los titulos de las poesias que son. Por eso el Pablo no quiere salir de allí, lo entiendo. Yo mismo me vi atrapado un par de días cuando solo estaría uno. Junto con el mar y la arena clara, las caminadas por la playa donde te conviertes en fantasma, el pueblo donde todos se saludan, porque todos son familia, me quedaba conversando con el Pablo, nos quedábamos cebando matesitos y no había de otra que oír sus fascinantes historias y dejar que me pintara sus narraciones de cuando trabajaba en el hipódromo allá en Canadá, porque hay que decir de su afición por los caballos que cuidaba , un hombre cercano a la tierra, un Zorba de este tiempo. Hasta tiempo para una caña y un buen asado hubo. Esa carne a la brasa chorreando finos hilos de grasa y luego sentarse a la mesa para comer como buenos hombres primitivos, pasar la carne con unas buenas migas de pan, unas galletas como la llaman aquí.

Hablo de los hombres porque son los que construyen los lugares, los que hacen una geografía, sigo encontrándome con gentes locales porque me dicen mucho mas que las guías o los encuentros buscados de gente sin eco, de turistas perdidos tratando de encontrar soledades, reuniéndose para aburrirse juntos y así ser felices. Con personas como Pablo siento que aprendo de un país, con personas como él hay silencios mas constructivos que el mundanal ruido de las hordas que se reúnen para hacer rebuznos colectivos y pasarla ¨bomba¨ .

Viento grande del sur.

Había que volver a Brasil, siempre habrá que volver a Brasil. Pedalee 150 kilómetros para regresar a ese país, al estado de Río grande del sur. El pedacito de carretera Argentina me trajo satisfacciones, las satisfacciones aquí son kilómetros bien andados, son pájaros que te saludan, son árboles incólumes que a metros te miran extendiendo sus ramas al cielo y a vos.

El camino de Argentina también traería sus particularidades, de pinchazos y estrellones. La buena suerte me ha acompañado, mis verdugos y a la ves amigos, que son los camioneros me siguen coqueteando al costado de la Dama, siguen rozándome azarosamente con sus maquinas infernales que de tocarme me llevarían a otro viaje. En Argentina ocurrió el primer incidente directo con ellos. Kilómetros atrás escucho la bocina, no hay acostamiento, bajo la velocidad, no quiero meterme a ese truculento lado del camino lleno de baches que puede afectar a la Dama, ellos tienen espacio para rodar sobre su carretera de asfalto, sigo escuchando las bocinas insistentes, me da rabia, no se que hacer, respira el camión encima de mi…se escucha el crujir de espejos, dos monstruos chocan y ya no podrán mas mirar hacia atrás con sus retrovisores, existen en pedazos, desperdigados por la carretera. ¡Pelotudo! Me grita el primer conductor, el segundo me hace parar y me injuria hasta el delirio por el incidente del que me culpa. Yo pongo mis argumentos sobre el asfalto y sigo camino.

Es un paso rápido por la Argentina del norte, voy a conectar con Brasil y busco afanosamente la frontera, otra de esas desoladas fronteras donde nada acontece, el paso por Sao Borja, vuelvo a mi Brasil, pero las segundas versiones no son lo mismo, aunque Brasil nunca defraude. Igual me palpita el corazón cuando me vuelven a decir: “Ben Vindo ao Brasil”.

El viento sopla con fuerza en ese inhóspito pasaje, un puesto fronterizo en medio de la nada, sin el agite de las fronteras comerciales. Ocho kilómetros para llegar a la próxima ciudad y como casi siempre un puente que conecta.

Sao Borja vuelve a ser Brasil, el de la sonrisa en el rostro cuando trato de ubicarme preguntando una dirección, una palmadita en el lomo para seguir mi camino, un camino que se me complica para conseguir posada en esta pequeña ciudad que se me escurre de las manos. Termino en el albergue de no creer y la policía militar vuelve a ser mi cobijo. Un cuarto en caliente y con humedad en la trastienda de un batallón, de nuevo la batalla con los zancudos y su sinfonía en los oídos. Camino por Sao Borja para volver a sentir a Brasil y esa música que es el portugués y en este horario de verano el sol se pone más tarde y caliente como nunca. El nuevo día traerá lluvia y yo que pensaba quedarme en mi cuarto húmedo soy arrancado por golpes en la puerta y la noticia de que debo dejar aquel resguardo, estos policías no entienden de razones y me hacen salir al camino. Las calles están mojadas y todavía una leve brizna ocupa el ambiente, las horas tardías no me favorecen pero debo tomar camino e internarme en este estado que traerá duras pedaleadas.

El viento soplo como nunca en Río Grande do Sul. Enemigo invisible, ligeramente ruidoso, constante, insistente, arrasante. Una pared de aire a ser atravesada. A eso había que sumarle los kilómetros inhóspitos de laderas inhabitadas y cuestas por sortear. El frío, la amenaza de lluvia que muchas veces fue presente, las horas al lado de la carretera esperando que el cielo y sus gotas mil me dieran paso, donde cualquier techo fue refugio. El sur y su frío, su ganado que me mira, sus ovejas que balan a mi paso, las asustadizas ovejas que se cubren con finas pieles y no paran de masticar con sus bocas pequeñas. Las carreteras de este sur tan desolado como para que los pájaros hagan las veces de caminantes y se posen sobre el asfalto, caminen de lado a lado, hagan sus reuniones en la mitad del camino, vivan la experiencia de caminar.

En mi primera parada en la mitad de la nada, en esas villas que aparecen cuando el cuerpo no da mas, toco a la puerta de un paisano que me dicen, sabe acoger a los viajeros y así es. Su extenso terreno me sirve de cama y la carpa vuelve a ser mi cobijo, ya en la noche me veo sentado a la humilde pero gustosa mesa compartiendo unas costillas de oveja, típicas de la región. No pude haber mejor comida que esta, al calor de la mesa con gente local, tan verdadera y tan pura, tan ellos.

Junto pueblos y pequeñas ciudades hasta donde el viento me lo permite, ese viento que aquí ruge como en ningún otro lugar, ese que me pone sus hilos en la cara y me lleva hasta el delirio con su ruido constante en su devenir. Ese que en la estación de servicio donde pernocte, quería llevarme con todo y carpa y no se canso de rugir hasta el día siguiente. Traspasaba por las paredes de mi morada y se colaba por mi saco de dormir, me fustigaba. Quien sabe que furia antigua traía ese viento, con que rabias estaba cargando. Era como si se quisiera llevar a toda la humanidad con el. Sería la furia de algún diosecito.

En el camino hacia la ciudad de Pelotas, mi ultima ciudad grande en el gran Brasil, un hecho bien particular me asalto en el camino. Es un hecho que me sigue cargando de preguntas y como no, de absurdas admiraciones ante tales acontecimientos. Un hombre va en su auto, parece un trasteo. Va lleno hasta el tope su auto, lo acompaña una mujer. Yo ruedo al lado de la desolada carretera y me pregunta hacia donde queda Pelotas. Miro hacia el frente y veo una intercesión, se que allí hay un cartel indicando la ruta, le digo que tal cartel le indicara así donde debe seguir. Él es un hombre mayor de unos 40 años aproximadamente y me dice: no se leer. No me queda mas que decirle que me siga, yo le indicare cual camino debe seguir. El hombre no sabe leer, me lo dijo así no mas. Me siento consternado por el hecho y me pregunto sobre que significa la ignorancia, que es la ignorancia, hasta hoy todavía me pregunto, me seguiré preguntando como puede acontecer. No estoy hablando de que aquel hombre fuese ignorante por no saber leer, de seguro tendrá mucha sabiduría en su haber, solo que la ignorancia como todas las otras cosas del mundo, la muerte, el amor, el odio, tiene sus múltiples formas.

La ciudad de Pelotas y mis anfitrionas me reciben con sonrisas y abrazos, Brasil me sigue recordando lo que es. Esa pequeña ciudad fue casa por unos días. Ciudad de estudiantes y arquitectura conservada con un río que la saluda donde ver un amanecer es un bonito regalo que te puedes dar. La ciudad de las librerías de sebo que tanto visite. Me explicaría mi buena amiga Juliana que son llamadas así por vender libros ya leídos, lo de sebo es un decir, es por esa partícula de grasa que se ha quedado en el extremo de sus paginas al ser pasadas por sus lectores, bonita forma de nombrar las cosas. En alguna de esas librerías tuve que comprar un par de textos para seguir recordando las tonadas escritas de Brasil, seguiría mi viaje con Vinicius y Jorge Amado.

Ahora había que emprender la salida de Brasil y 300 kilómetros me separaban de mi próximo país, Uruguay. El camino en este tramo fue mas benévolo conmigo, largas rectas se extendieron hasta la salida del país. En mi primera parada me deje estar tan a gusto en una olvidada estación de policía, que no me lo podía creer. Un solo hombre cuidaba de aquel espacio, el mismo que me recibió con una amabilidad impresionante y me dijo que a las 5 de la tarde partía. Yo me quede allí, toda una tarde disfrutando de frutas, acompañado por Vinicius y Jorge Amado, acompañado por las golondrinas que en esta primavera hacían un concierto fabuloso como si quisieran que las escuchasen hasta en el ultimo rincón del mundo, acompañado por el cielo más azul posible, acompañado de mi mismo.

Unos pasos más adelante presentí a Uruguay pero antes de salir volvería a pernoctar en otra estación más de policía y como recuerdo aquel joven policía escuchando al viejo Bob Marley su ¨Redemption Song´, una de esas cosas raras de la vida, en una estación de policía suenan las notas de ¨ otra canción de libertad...canción de redención ¨

Una calle que divide dos países y otro sello en mi pasaporte y me indica que estoy en Uruguay, donde necesariamente soplaran otros vientos.

jueves, 30 de octubre de 2008

Periódico Argentino.

Noticia que se publicó en el diario "Primera Edición" de la ciudad de Posadas en Argentina.

http://www.primeraedicionweb.com.ar/index.php?idnoticia=8951&dgprincipal=nota&tipo=impreso&idEdicion=465

domingo, 19 de octubre de 2008

De Asunción a un pedacito de Argentina.

Me despedí de la capital de Paraguay como me gusta hacerlo, caminando por su centro, volviendo siempre a él. Ese día el calor de este trópico rebelde azotaba la ciudad, los buses se movían más lentos y todo tenía ese sopor tan típico en días como esos. Centro llano de locales medio abiertos, centro limpio pero olvidado, ese Paraguay del desarrollo a medias, ese pueblo castigado por años de dictadura disfrazada con las máscaras comunes. Fui al puerto en busca de vientos y cebadas para despedir a la ciudad, para decirle un adiós a largo plazo, sé que me demorare para pisar de nuevo estas tierras donde el amor no se afinco mucho, pero claro que queda un sentimiento de gratitud. En esa pequeña tienda del puerto bebiendo una robusta cerveza pensaba en el pedazo de Paraguay que me fue dado conocer y las capitales que son la muestra del país pero que por supuesto no lo son todo, se concentra la gente y la industria pero se escapan tantas cosas. El Paraguay del guaraní no se escucha tanto en la capital, nuestras lenguas autóctonas para algunos son vergüenza y en las capitales que son de todos y de nadie hay muchos fantasmas que hablan. Iba más lento el día con la cerveza en el puerto, pero mucho más llevadero, el calor se apagaba y los recuerdos como siempre, se adherían a la piel que es lo más profundo, como bien decía Paul Eluard. Había que partir de la capital entonces, montar a la dama que se encontraba rozagante por la reparación que le hicieran, cadena nueva, piñones nuevos, nuevas pastas de freno y un baño rejuvenecedor, ella es mujer yo la entiendo, a ellas les gusta ese tipo de cosas por el cuento de la vanidad, mi chica también es vanidosa. El calor del día anterior se extendió al siguiente y bueno, hay que bendecir al rey sol pero los reyes a veces abusan de su poder y este hoy se estaba excediendo, pegaba duro, con fuerza, menos mal la dama sabia como llevarme en su lomo, pero en ocasiones y con gran dificultad remontábamos pequeñas cuestas que cortaban las extensas rectas que iban apareciendo en el camino que dejaba Asunción por aquella, la ruta número uno como es llamada. Me encontraba literalmente bañado en sudor y los kilómetros llegaban lentos, en ocasiones los caminos no son de mantequilla si no de barro y este era uno de esos. Había que parar mucho e hidratarse aun más, al medio día con el sol en la cúspide se hacía imposible pedalear, necesario parar a comer algo y en uno de esos pueblitos en medio del camino me detengo, es notable ya aquí la presencia del guaraní, la otra lengua del país. Con soltura la gente se comunica en ella, yo ignorante escucho como testigo mudo. La gente se sigue interesando por esta, mi historia de recorrer Suramérica en bicicleta, la Dama y yo seguimos sacando expresiones de asombro cuando contamos de dónde venimos y como cada vez nos alejamos más, más es el asombro. Después del almuerzo hay espacio para una charla con los locales, a falta de cafecito, un dulce y una buena conversación y la oportunidad para saber quién es quién. Una profesora de guaraní me cuenta de cuan viva esta esa lengua, me trata de enseñar algo, pero nada, me es difícil. Hay que seguir camino a pesar de que el sol no se calma, las rectas desafían pues es ahí donde quedas a merced de él, tengo que hacer otra parada en una estación de servicio, el sol es implacable hoy, pero es bien, tengo más conversación, mas de esta lengua local, un dulce de maní que me regala una anciana que vende dulces, Latinoamérica no defrauda, descansa y te agarra donde estés. Cuando ya he cumplido con un kilometraje justo y el cuerpo se manifiesta me detengo en mi primer pueblo, San Roque y vuelve una mano amiga. Silvino es un joven del cuerpo de bomberos, su boina negra con una estrella roja en el medio me habla algo de quien es, por supuesto me tiende su ayuda y entre un refrescante tereré dejamos caer la tarde mientras él me habla de este su golpeado país por la eterna dictadura. Me habla del posible cambio que puede venirse con Lugo, el nuevo presidente, conversamos sobre las paradojas de nuestra América. Paraguay tiene la mayor represa del mundo y falta luz, es costosa y más de la mitad de la represa no es de ellos, en el mismo San Roque hasta hace poco llego la luz, me contaba de lo desesperado que se encontraba antes de las elecciones pasadas y me decía que si la hegemonía del partido colorado seguía, él tomaría decisiones extremas, yo lo entiendo, a eso nos llevan estos caudalosos ríos que duermen pero que acaban con todo. Seguí al día siguiente para llegar a San Miguel, entrar en el departamento de misiones y dormir por vez primera con la policía paraguaya, amables como siempre pude poner mi carpa en sus terrenos. Ellos se siguen comunicando en guaraní yo me sigo sintiendo perdido, quién pudiera habitar tantas lenguas. Al otro día el panorama climático cambió y una lluvia me puso en problemas, fina lluvia sin rumbo, fina lluvia indecisa y yo queriendo continuar. En un acto desesperado me lanzo a la ruta pero como era de esperarse la lluvia me toma en sus manos y por espacio de 17 kilómetros nada que hacer, seguir por las rectas hasta el pueblo más cercano. En momentos como ese todo si que va lento, pesado, adverso, soy un caracolito que no puede moverse y no ve más que un lejano horizonte y hay que armarse de kilos de paciencia para mantenerse, pero llego, llego y hago una pirueta que no me molesta, no soy héroe, ya lo dije, no me gustan y entonces tomo un bus que me lleve cercano a mi próximo país. El pronóstico son dos días de lluvia que me tendrían quieto y gastando el dinero que me falta y entonces 170 kilómetros se hacen fácil en uno de esos viejos buses que se mueven en tierras paraguayas, voy a la ciudad frontera, Encarnación, que conecta con tierras Argentinas a la ciudad de Posadas. La frontera es bastante particular, muy tranquila con poco tráfico de personas y automóviles, debo ir esa ciudad y estar poco en Argentina, luego cruzaré de nuevo a Brasil para seguir mi camino hacia el sur del continente. Estoy en un nuevo país, el quinto en esta travesía y la ciudad de Posadas es una pequeña introducción para lo que será la Argentina de más adelante. Vuelve a suceder que hablo de estar en Argentina y para los otros solo existe su capital, yo estoy bien al extremo, en el norte del país. Posadas es un bello rinconcito, tranquilo, con un clima supremamente agradable y donde soy muy bien recibido y claro, esto es Argentina, la del mate, la del vos, la de la tradición europea de pastas y de vinos, pero bella y acogedora como ella misma. Un centro pequeño que se deja recorrer, unas costumbres diferentes para mi, un manejo de horario inquieto, locales que mueren al medio día para volver a las cuatro de la tarde, podríamos decir que los argentinos se toman su tiempo. Todo aquí está bien puesto y también hay puerto, hay barquitos que también descansan en su cascarón, la costanera que bordea el inmenso río Paraná va por toda la orilla y es delicioso pasearse por ella, uno saluda desde allí a la ciudad de Encarnación, se puede sentar a tomarse unos matecitos en sus bancas y ver cómo pasa el día, los hay deportistas que van de aquí para allá, los hay que caminan lentos al ritmo del viento, los hay desprevenidos que solo van. Yo fui de aquí para allá recorriendo cada calle, atento a lo que oía y veía, y lo que más recuerdo es estar tomándome un mate en el tercer piso de la ventana del apartamento de mi amigo Fabricio mirando al horizonte, hacia el sur, pensando en la todavía lejana Ushuaia que algún día rodare con mi Dama, pensando en ese frío y distante sur donde se acaba el mundo.

lunes, 13 de octubre de 2008

Paraguay. De lo que es, no es o lo que fue.

Voy entrando a otro país, a su lógica especial y esta Latinoamérica tan mía no deja de sorprenderme con sus cosas. Me siento más latinoamericano que colombiano mismo, me siento más de todos los lugares por los que voy pasando y hace tanto tiempo soñé, recorro sus carreteras y soy testigo, la mayor de las veces mudo, soy testigo. Cada lugar me duele tanto como el siguiente por eso cuando veo dificultades y diferencias me siento más movido que cuando veo el candor y la fiesta que muchas veces son nuestro escape a lo que no puede ser. Paraguay me volvió a recordar una parte de lo que significa ser latinoamericano. De muchos lugares se puede decir que parece que el tiempo no avanzara, que estuviera detenido. Con Paraguay sucede algo particular, su tiempo no es el tiempo continuo, pero tampoco el detenido, es un avance de cauchera, hay un estiramiento momentáneo, un avance y luego si un tiempo detenido, es el reflejo de nuestros pueblos, ese impulso, esa fuerza que tenemos para, pero luego hay tantas tantas cosas que nos detienen y entonces el barco se queda a mitad de camino y va naufragando lento, sucumbe, nos volvemos anfibios que aprenden a respirar bajo el agua, bajo las eternas dificultades que nos sepultan, hasta que venga otra momentánea marea que nos saque a flote y venga otro efímero triunfillo. Después del gigante brasilero todo quedaba cerca, tudo fica perto como dirían allá. Así es como solo 330 kilómetros me separaron de la capital Asunción. Fui pasando rápido, con paso seguro en esa línea recta que me llevara a mi destino, al centro mismo del país, donde todo acontece, o no acontece según como se le mire, pasando por Juan Manuel frutos, Coronel Oviedo, Itacurubi de la cordillera, Caacupé. Fui atravesando pueblitos, pequeñas poblaciones, ciudades, en esas rectas de campos de soja, cultivos de yerba, la yerba del mate y el Terere, tan consumidos aquí. Terere frío y refrescante, Terere de todas horas, Terere costumbre, de menta o clásico, pero siempre rico. Un termo con abundante agua fría que dure bastante y la bombita con la yerba, siempre Terere, siempre Paraguay, así sabes quien es quien aquí y afuera. El mate lo dejamos calientito para la mañana. Así iba avanzando entre nuevos términos, por aquello de que somos lenguaje y el lenguaje es movimiento también. Un copetín, una despensa, una milanesa, una gomería, minutas, chipas, chipa guazú, lomiterias, tantas cuestiones por descifrar. Un Copetín que es un lugar donde venden comidas rápidas, osea, unas minutas y una minuta que puede ser una milanesa, que es lo que en mi tierra llamaríamos carne apanada y si te pinchas vas a una gomería osea a un montallantas. Lo otro son comidas para reafirmar aquello de la unidad, seguimos con la conexión del maíz, y la yuca. La yuca que es Mandioca aquí, la que te sirven en todos los platos, el acompañante de siempre, estamos alimentados por las raíces de la tierra, la misma que desechamos y ensuciamos hasta el cansancio y la inconciencia.
La cuestión del tiempo en suspenso se nota con fuerza en la capital, Asunción. Aquí me saludan viejos buses que me recuerdan a las provincias de Colombia donde esos antiguos artefactos todavía se pasean ofreciendo transporte eficiente, de algún modo todavía se mueven, sus latas truenan por todas las calles, aquí los buses “nuevos” son los del vecino país, los que brasil desecho. Latinoamérica es como el reflejo de una familia y aquella situación donde la ropa del hermano mayor pasa a la del más pequeño y así hasta que el resorte no aguante más, hasta que la transparencia aparezca y develemos nuestra humilde humanidad, tenemos que vivir todo prestado porque el desgrano de nuestras economías a manos de políticos ineptos; perdón el eufemismo, no da para más. Lo de los buses es solo una parte, pero no deja de asombrar, aunque por el golpe de cauchera también veo una Asunción que progresa bajo la sombra de su gran represa, Itaiupu, la más grande del continente, que provee luz y energía, también la venden, de ella se toma más que agua para transformarla en progreso cuando se quieren dar esos grandes pasos, invertir en educación, en el país. Así tenemos una Asunción con un centro limpio, organizado y unas construcciones que impresionan, en el panteón de los héroes descansa la sangre que se derramo en sucesivas guerras, como decía Roberto Zuco, todo héroe descansa y se yergue sobre sangre, es por eso que nunca me han gustado los héroes. Te sigues paseando por el centro histórico y te saluda el majestuoso palacio de gobierno, palacio de los López edificación bella, antigua, un poco más al lado esta el palacio legislativo, edificación nueva con ese modernismo tan forzado de espejos superpuestos que en este caso me sacan de casillas y me muestran la ceguera de quienes planean, lo digo por varias cosas. Al nombrado palacio lo cubren miles de espejos y justo en frente hay un barrio miserable de casuchas que se sostienen como pueden, literalmente en ese palacio se ve reflejado la miseria. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?, al lado de nuestro poder esta instalada la miseria que se sostiene por puro milagro, esa que ellos mismos edifican, su suntuosidad con el perfecto contraste de la pobreza que generan. Al lado del palacio de los López hay un pequeño parque con un sonoro nombre, “Plaza de los desaparecidos”, en la que un solitario hombre hace una huelga de hambre, ya lleva 28 días allí, yo espero que esa solitaria hambre tenga alguna minina repercusión, ya que todas estas hambres nuestras no han sido escuchadas. El primer día que recorrí el centro de la buena Asunción contabilice cinco manifestaciones populares en la calle. Los mismos temas de siempre, educación, transporte, terrorismo de estado, estampas comunes de un mismo mosaico. Como también hay espacio para las buenas sorpresas aprendo que Asunción tiene un puerto, ¡Ah los puertos!, barcos que entran y salen. Aquí no hay mucho movimiento, también hay otra huelga, pero eso no impide sentir el poder del agua, en este caso el agua de río que navegara camino a la mar, de los barcos que descansan para remontar aguas, del poder de una aduana, de lo que llega camino de las aguas en el puerto de Asunción.
El punto de encuentro amable siempre se dará con la gente, somos nosotros lo que construimos lo que en parte somos. Yo voy tratando de buscar eso que la gente tiene para dar sin tener que pedírselo, eso es lo que hace a un pueblo. Por supuesto Paraguay tiene mucho para dar. Repiquetean los teléfonos y muchos buenos amigos me dan la bienvenida a la capital, ya me la habían dado a la entrada al país y el camino también hizo lo suyo. En aquella estación de servicio donde pase la noche escuchando música colombiana, el recuerdo sonoro de la patria, el refresco local que me regalaran, mis primeras palabras de Guarani, la otra lengua del Paraguay, la que se me escapa de los oídos, la que no logro aprehender. Lengua como un fuerte, impenetrable para quien viene de afuera, lengua indígena, resguardos que se niegan a morir. Latinoamérica no muere, agoniza pero no muere. Hablaba de la gente, de la que todavía sonríe, Paraguay tiene una forma particular de sonreír ante las adversidades, su debilidad hace que mire un tanto hacia fuera, es común, cuando no tenemos de que asirnos miramos hacia fuera en vez de construir para dentro. Cerveza extranjera, modelitos importados, mucho bar ingles e irlandés, la gran paradoja, venerar a quien fue verdugo hace tiempo y quebró el puente del verdadero progreso cuando se era prospero y solo se quería buscar una salida al mar, tener un pedacito de cielo y terminar vilmente aplastado. La historia hace sus fisuras que el ejercicio de la memoria tiene que reparar, eso se reclama aquí y en todos nuestros pueblos, quiero irme de Paraguay y que cuando vuelva me encuentre al tiempo rodando junto con la gente no siendo aplastados en silencio por el, quiero un país que se mire de verdad y no solo al encuentro de once jugadores tras una pelota, hay que recordar que la patria definitivamente es y tiene que ser otra cosa.

domingo, 5 de octubre de 2008

Reportaje en Laranjeiras do Soul

Noticia que salió en el diario "Correio do Povo" en la ciudad de Laranjeiras do Soul.

http://www.jcorreiodopovo.com.br/noticias/?url=aventura-de-bike

Frontera Brasil – Paraguay, la nueva Ciudad del Este.

Mi salida de Brasil fue como el final de la película “El Gran Pez”, de Tim Burton. Mientras pedaleaba buscando la frontera se me iban apareciendo todos los personajes de mi estancia en Brasil, iban desfilando por la carretera y me saludaban, justo así como en la muerte de “El Gran Pez”, solo que yo no moría, o tal vez si, un poco, era otra despedida en sostenido como son las muertes, mi muerte por la salida de Brasil, los hombres que son las historias se pasearon al lado de la carretera para que el olvido nunca llegase. De repente una estructura gigante que dice “Receita Federal – Brasil” se me presenta, es la salida y yo no lo puedo creer, el nuevo caos me recibe, una interminable fila de automóviles se agolpa para entrar y salir, es la frontera, el paso, el puente. Entrar para sellar el pasaporte de salida, es como si marcaran a la res, hay dolor, hay distancia. Me preguntan si salgo definitivamente, tengo que decir una mentira, digo: Si. Se que ya nunca saldré definitivamente de ese país. Me despiden con otra sonrisa, soy el único que esta sellando el pasaporte y tengo que volver al flujo de carros y peatones que se dirigen a Paraguay. Decidí cruzar el “Ponte da amizade”, como se llama el puente que une los dos países, a pie, por la acera, como un peatón más, mas lento de lo que podría hacerlo en la bicicleta. De bicicleta en mano cruce el puente aquel sábado 27 de septiembre, seis meses se sellaron aquel día de mi paso por Brasil. La altura del puente era la de mis vivencias, arriba arriba, el agua verde que va hacia las cataratas se paseaba diáfana allá abajo y los autos no caminaban, día de tumulto en la frontera, en la frontera con más movimiento comercial posible en toda Latinoamérica. Ciudad del Este te recibe como una pintura abstracta, es un Pollock en movimiento. Ruido, suciedad, gente que va y viene. El cartel que te da la bienvenida a Paraguay tiene el 95% de publicidad en artículos digitales y electrodomésticos, eso ya te dice algo de a donde vas a entrar, solo abajo hay un ínfimo: “Bienvenido a Paraguay”. Todas las fronteras tienen su lógica y sus puntos en común, esta por supuesto no escapa a lo suyo. Los cambistas de dinero están a los costados de las calles jugando con la economía, como bancos del juego Monopoly, juegan con su monedas y sus precios, te dicen el precio que ellos quieren y si estas de suerte te dan todo el dinero de verdad. Las fronteras son el cruce de lenguas y monedas. La de la entrada a Paraguay es bastante particular, el portugués y el español se dan la mano todavía junto con la lengua local, el guaraní, es una fantástica babel, sin que se escape que por ser frontera de jugosos bajos precios y contrabando otras culturas por años se han afincado aquí para hacer negocio, libaneses y coreanos tienen su parte. Es común comprar y vender en, Guaraní paraguayo, peso argentino, real brasilero, dólar americano, en fin. Campea esta economía loca de productos variados, aquí consigues desde una aguja hasta lo último en tecnología, desde una galleta, hasta peces disecados del Japón. La frontera no tiene un único producto todos juegan en la calle, en esa empinada calle que te va llevando adentro de la nueva ciudad, la famosa Ciudad del Este, la que mira a Foz de Iguazú a través del rió. Ciudades casi hermanas de productos y servicios. En esas ciudades de fronteras todavía te sientes en el país que acabas de dejar pues la economía sigue bastante ligada y el gracias y el obrigado conviven por mucho rato. Yo seguía de bicicleta en mano tratando de descifrar la lógica de esta frontera que paradójicamente no atropellaba, entre el nuevo sello que legitimaba mi estancia y la nueva moneda me iba dejando estar en Paraguay. Lo otro son las nuevas costumbres, la otra gente, los otros rostros, la común fascinación por mi viaje en bicicleta, las preguntas de rigor. En este Paraguay indígena, latino, mestizo, las nuevas costumbres me van sorprendiendo. Normal ver a la gente con su termo de agua fría, algunos con yerbas y ramajes dentro de el, y su bombita con pitillo, sorbiendo el bien conocido: Terere. Esta bebida tan Paraguaya que calma la sed y sigue la tradición, todo paraguayo que se respete anda con su termo, sorbe Terere. En cada país tienes que preguntar y descubrir su ley, si hay o no teléfonos públicos, cual es su comida, que es común beber, como orientarse, son cuestiones que el mismo país te ira indicando según te pasees por él. No choque con Paraguay, inclusive viniendo de un país tan diferente como lo es Brasil. Para mi Latinoamérica es una, tiene una unidad y no me sorprendió volver a ver buses viejos y destartalados, no me sorprendió volver a ver un tapete de basura y que no me recibieran con una sonrisa, así como una frontera tiene su lógica, un país si que tiene la suya. Paraguay con esas características de caos tiene una de las lógicas que mas me gustan, la del libre albedrío, la de que aquí esta todo por hacer, organizar la casa para poder luego salir a fuera, yo por mi parte estoy conociendo mi casa con todos sus cuartos y patios. Hay que mencionar la otra particularidad que solo se da en esta frontera, el punto de encuentro de tres países, aquí se saludan Paraguay, Brasil y Argentina, se bordean, se tocan y sobretodo lo hacen en el punto más bello, las cataratas de Iguazú, esa enorme caída de agua donde siempre habrá un arco iris y los pájaros se bañaran en esas aguas, aguas un poco disminuidas por aquello de que la tierra se seca, habla a su manera, pero igual no pierden la majestuosa belleza de la interminable caída de aguas y cada país sigue diciendo desde que lado se ve mejor, si del brasilero o el argentino, yo estaba en el brasilero y me sorprendió igual, estas cataratas siguen bañando la sed de muchos, propios y extraños y se siguen paseando por las fronteras como nos deberíamos pasear muchos solo que la burocracia sigue poniendo las barreras que solo para ellos existen, quien fuera agua entonces para saltar de catarata en catarata y no presentar pasaportes a la entrada de algún nuevo río.

Habláme de Brasil

¿De qué país querés que te hable? , son muchos este inmenso Brasil. El del norte, nordeste, el del sur, el del litoral, el de los deportes, el de sus comidas, sus bastas pasiones. Brasil son muchos, no se por dónde hablar de lo que tanto quiero hablar, de lo que tengo que hablar. ¿De qué país querés que te hable?, del que me despisto en el norte cuando no sabía su lengua y me asustaba lo desolado de su floresta, de no encontrar un alma en kilómetros y no llegar a ningún lado para después y como siempre llegar a casa, a la sonrisa de este pueblo que parece que nació alegre. De la jugosa melancia que me chorreo por las mejillas cuando la mordí, la más dulce, la del norte. No encontrara otra como esta me dijeron, es verdad no la encontré porque todo en Brasil es único, se puede repetir es verdad pero es único. De ese norte que es otro país, del que no sale en las postales más que cuando pasas a la amazonia para venderte exotismo barato, de la Roraima indígena, la de su reserva que asusta en extensión y diversidad. Norte alejado y distante, norte de precios inalcanzables y sutaque diferente, tonalidades de lenguaje, norte que me enseño mi primer portugués, norte de animales varios, de nubes de papagayos amarillos y azules, de armadillos que saludaban en la carretera, de macacos saltando de árbol en árbol, norte de serpientes que no me mordieron porque antes las mordió las llantas de los autos que van a millón y no pudieron parar ya sea para esquivar los huecos de carreteras olvidadas o por costumbre de ir siempre adelante. Norte sin norte, norte que divide el río más grande del mundo, río que separa al país. Puerto de progreso, Manaus cauchera, Manaus de mil barcos donde cabe el mundo entero, Teatro de Manaus, Teatro amazonas que canta al mundo en las temporadas de opera que todavía no se apagan, Manaus de bebidas más poderosas que el café, Guarana de la Amazonia, tantos frutos en un vaso. ¿Te hablo de las frutas?, ¿Qué te puedo decir yo que vengo de un país tropical y llego a otro que me presenta una fruta todos los días? ¿Ya probo…? Es la pregunta que se repite aquí. Y yo decía, no, no y no. Mi paladar se abría como flor en primavera para recibir esos nuevos frutos, Caju, Caja, Copo Açu, Acerola, Ate, miles de frutas todos los días, de todos los tamaños, de todos los sabores, de todas las regiones. Pimienta amazónica que me reta, hecha con los frutos que la gente cultiva en su quintal, que afortunados son. ¿Qué otro país hay?, muchos muchos y muchos mas si te sumerges en el río Amazonas mecido por estos titanics criollos donde duermes por cinco días y te despiertas luego en otro mundo, done se funde el sol en el horizonte que no alcanzas a ver. Luego llegas a Belen, belencito corazón como en la ciudad de Medellín, nombres que se repiten y todos tan distintos. ¿Qué país es este?, Brasil, el otro, el del otro lado del río, el de otras frutas, otros peces, otros mercados, mil olores, el de más puertos, porque quiérase o no este país es hijo de navegantes, hijo insurrecto al fin y al cabo que invento otra lengua y bailo y sigue bailando con su ritmo, el que no termina de re inventar. El del Forró Nordestino que se mezcla con los muchos otros y convive con la samba y la bossa nova, tan nueva y tan de aquí, tan de siempre. ¿Y el Brasil Litoral?, el de la costa claro, línea delgada y fina que alberga lo que muchos de afuera no conocen y los locales solo saben de nombres, porque este gran Brasil reta a quien lo quiera recorrer con esas distancias como para no llegar nunca. Ciudades que miran siempre el mar y se reflejan en el, en su danza de olas, en su agua de coco que calma la sed, en la condición de sentirse pueblos de mar, en asustarse cuando sabían que yo vivía lejos de la mar, que yo no era caribe como ellos, soy un hijo de las montañas, un montañero como diríamos en mi tierra. La línea del litoral esta llena de puntos que la cortan, esos puntos son puertos con toda la historia del mundo y hay un fuerte a cada tanto que defendía la soberanía, ahora el mundo tiende a convertirse en museo y la historia se cuenta desde otro lado. Pero este pueblo sigue escribiendo su historia con tranquilidad, con la tranquilidad de la brisa del mar que los mece o los adormece en ocasiones. Brasil, tranqüilo, Beleza, Brasil Tudo bem. ¿Y de las fiestas?, dijo Hemingway que París era una fiesta, no se si fue que no vino a Brasil, para ver que aquí siempre es una fiesta, así el carnaval; que es lo más conocido pero no lo único, dure tan solo tres días, la fiesta aquí es un saludo amable y si llegas a una casa entonces lo más probable es que haya un churrasco por que si y porque llegaste y porque también. La vida es la fiesta misma, es la celebración constante y el brasilero bien lo sabe, no hay brigas como dicen allá, no tiene por que haberlas, si hay un malentendido, pues bien meu filho vem com a gente para falar um poco. Hay carnaval y también fiestas juninas, las del nordeste con más fuerza, banderines de colores en las calles, parques, plazas, banderines que anuncian el baile y la comida, la licencia para más felicidad, este pueblo lo sabe, creo que no se lo tienen que recordar. Rueda el baile de muchas tarimas hasta las cinco de la mañana y las bandas con ritmos clásicos y los más nuevos que atrapan a la juventud, pero también creo que en Brasil no hay viejos o por lo menos no de espíritu. La línea del litoral te conecta con otros Brasiles y el negro de Salvador te tiñe el corazón, no es mentira, poderosos negros que embrujan con canto baile y comida, con su estela de energía venida no se de donde te embriagan y la bahía que es la de todos los santos te revuelca, pero hay un faro que te marca el camino. ¿Cuántos países llevo hasta ahora? Creo que no se pueden contar todos los que hay dentro del gigante, sería como intentar contar las sonrisas o los abrazos o las invitaciones que me hicieron o las puertas que se abrieron mientras lo recorría, soy malo para las matemáticas, tal vez sepa un poco más de amor y tal vez un poco más después de recorrerlo. Tal vez acredite más en la humanidad desde que Brasil me mostrará esa cara, era imposible no creer con esas interminables muestras todos los días. La costa en Brasil nunca termina y las montañas a veces me escondían el mar, Brasil juguetón, juega a la pelota, danza de piernas que agita corazones, gritos de miles de almas cuando rueda el balón en todos los estadios y las calles que son el más grande de todos. Brasil de postal más grande que una postal, un cuadro que se chorrea a través del marco, Río de Janeiro se sale de Brasil, lo supera, supera la ficción y el espíritu de sus cantantes de Samba en el barrio villa Isabel y la Bossa nova de Ipanema, sientes las notas de Vinicius de Moraes y sus poemas están incrustados todavía en las aceras, las calles y las mujeres a las que tanto canto. ¿Las Mujeres?, pueblo vivo, piel jugosa, boca definida, ojos para perderse en ellos, ojos que extravían, peligroso animal son todas ellas y cuando abren la boca es para robarte, te roban, te enamoran, te cantan, se cantan, se agitan de la cadera para abajo cuando bailan, ellas corren con soltura por la arena. La canción más famosa de Vinicius ya estaba hecha hace mucho rato, el solo recogió lo evidente, eso hacen los buenos poetas, ponernos a nosotros los parcialmente videntes lo que esta ahí. Mujeres mil, mujeres fatal como diría Sabina, mujeres de Santos para enloquecerse, negras de bahía de ojos verdes para delirar, Cariocas de piel canela para desvariar, rubias del sur que crees que no existen, mininas, garotas, mulherada, cuantos suspiros que son el lenguaje del alma me robaron todas y ahora que la lembrança no muere me roban más. Su corazón es el Brasil mismo de las puertas infinitas que aquí se me abrieron, las de parques para una conversación y un suco, las de la casa a la Beira de la estrada y un almoço, la de un pueblo y un colchón, la de mil ciudades y muchas familias, yo tengo todos los apellidos del Brasil en mi nombre, las de derrocar mitos y abrir puertas de batallones de policía militar para dormir entre armas y más sonrisas, las de cuerpos de bomberos y jugar como niños a salvar vidas, mi vida, bomberos alegres, resumen de Brasil. Tantas familias anónimas que creyeron en mi y me hicieron su hijo por un par de días, tantas comidas que más que llenar mi estomago calmaron mi alma, miles de temperos para temperar la vida, hijos del Feijao, grano mágico que alimenta este pueblo y Latinoamérica toda. ¿Y de la seguridad?, me dijeron que es un país inseguro. Sí claro, el más. Peligrosísimo. Aquí te roban el corazón en cada esquina y te punzan con abrazos en cada puerta y si la cruzas te dejaran solo con afectos en la piel y moretones de cariño. En las mal conocidas favelas te bombardean con música poderosa, pagode, samba, Mpb y entonces tu cuerpo se resiente y se retuerce, viene alguien a salvarte y terminas entrelazado con el danzando. Peligroso es este Brasil sin mas ley que la del cariño para el que llega, aquí existen los secuestros por amor, yo como soy un prófugo de la injusticia tuve que fugarme porque si por ellos fuera todavía estaba como por Manaus donde me secuestro mi primera familia o en Fortaleza donde el mar y una sonrisa de mujer me revolcó o en Recife donde los puentes me llevaban por calles que salían a un lugar que traía música, o en Itabuna o en Vitoria o…mil nombres mil personas, todas ellas peligrosas, hermosamente peligrosas, encantadoramente peligrosas, cautivadoras. En ese Brasil sude las gotas mas dulces pedaleando, bailando, conversando, emborrachándome con cada gota de licor que me dieron y que siempre duraba hasta le amanecer. Brasil no duerme para poder ver el sol que despunta en la montaña o en el inmenso mar, el más grande de todos.
Obrigado por tudo meu Brasil, voceis fican com meu coraçao.

Saliendo del gigante

Había pensado que mi salida de Brasil comenzaba en la ciudad de Curitiba, de allí era cruzar el estado de Paraná y listo, estar en otro país, pero ahora que lo miro en retrospectiva y con gran dificultad escribo estas atrasadas líneas siento que mi salida comenzó mucho mas tarde, cuando partí de la ciudad de Santos en el estado de Sao Paulo. Desde aquel lugar donde también deje otra tajada de corazón todo se me hacia más difícil, cada kilómetro me recordaba las vivencias de lo recorrido, nunca avanzar fue tan difícil. La misma ciclo vía que me recibiera en Santos me llevaría a su salida, esta se extendía y me creaba un puente casi hasta la otra ciudad, era increíble sentir como iba navegando aquella mañana con un mar de bicicletas a mi lado, muchas personas yendo a su lugar de trabajo en esas dos ruedas movidas a motor de corazón, yo me iba alejando y cambiando de paisaje, me iba con el olor de mar en la piel, de la última vez que viera el océano a mi salida de Brasil. Esas mañanas en las que pedaleo después de mucho tiempo estático no se me hacen tan difíciles y ayuda el sol y los abrazos que todavía llevo puestos. Vuelvo entonces a los pueblos y ciudades de paso, esos pasos me llevan a mi primera, Itariri, ruedo con la Dama buscando un lugar donde embarcar y estos brasileros siempre tan de brazos abiertos no demoran en dejarse ver y en invitarte a “Batir un papo”, que no es otra cosa que tener una conversación, este humilde hombre que vende salgados, me confiesa su amor por la bicicleta, los viajes hechos y los que tiene en su cabeza por realizar, me invita a un salgado con suco, siempre le sobra uno de mas para el amigo que llega. Los cultivos de bananas y los guayacanes amarillos, llamado aquí IP amarelo, me llevaron a este pueblo y el camino seguía para ir hasta Cajati donde el sol me azotaba y terminaría durmiendo en un coliseo deportivo acogido por los locales, viendo esa pasión tan brasilera por el deporte y entre volley y fútbol todos pasean por allí, en la noche siempre hay espacio para otra conversación, para preguntarse de donde se es y que es Colombia y que es Brasil y preguntarme que significa la ignorancia sin encontrarle una respuesta, ¿será eso?. Luego en otro trayecto Brasil me vuelve a recordar su magnitud al dejarme perder por horas entre colinas y descensos interminables cruzando por una de sus muchas áreas de protección ambiental, momentos en que solo conversas con la naturaleza y piensas si esa colina que subes te llevara al cielo. El calor del día anterior ahora es frío intenso acompañado con neblina al cruzar al estado de Paraná. Un puesto fiscal de esos que hay a la entrada de cada estado sería mi morada, la carpa de nuevo mi refugio y el ruido de los autos que arrulla, amigos interesados por mis historias y un café en la mañana para empezar a entrar a mi salida. Hasta aquí venia la Dama con sus llantas originales pero hubo el gran campanazo de alerta cuando desde kilómetros atrás ignore el hueco que creció hasta que el neumático se saliera por la llanta, cuestión que no me permitiría llegar pedaleando a mi próxima ciudad, pero se cierra una puerta y se abre otra y por la cercanía de amigos de aquel puesto fiscal viajaría de nuevo unos cuantos kilómetros en camión, en la compañía de esos solitarios seres, zorros de camino, conocedores de cada curva, comedores inquebrantables de kilómetros. Se cruzarían nuestras historias, las de sus veinte años a bordo del volante y la de mis tímidos recorridos de una épica aventura. Otra despedida que rodaba en la pista y así llegaba a mi última capital de Brasil. La fría e impresionantemente organizada Curitiba me recibía. Tuve que rezar mientras pedaleaba en busca de un buen taller de bicicletas para comprar mi primera llanta y con gran suerte lo conseguí allí en pleno centro, puse a mi Dama de radios ardientes de nuevo lista para el combate con otra pequeña reparación que necesitaba. En Curitiba entras a otro Brasil, otra cara de las muchas que tiene. El Sur de la marcada influencia europea, el de polacos, italianos, alemanes, las cabelleras rubias, los ojos verdes y azules que se pasean entre esos guayacanes amarillos que me recibieron, época de ellos para que exploten en las calles y dejen su tapete de flores. La Curitiba de mil parques para perderse en ellos, el del alemán con su senderito de Hansel y Gretel, el de la opera de Arame con su teatro precedido con lago y cascadita, estructura donde se han presentado algunos grandes, el parque de Tangua, tan nuevo tan grande, planta alta planta baja, otro lago otra cascada, vas de aquí para allá, fuentes y jardines, esa es la Curitiba para la gente. También lo es la de la afición al vino, los quesos, las aceitunas, la de su mercado central tan organizado que no parece latinoamericano, con locales donde puedes encontrar todo lo que quieras y entre finos olores y sabores te endulzan el recorrido. Tan común como para encontrar un local japonés en el que no entiendes nada y se encuentran productos rarísimos, así es esta Curitiba tan organizada y pluricultural, con su sistema de buses que copiaran los ingleses de lo efectivo que es. En esta ciudad en algún momento me sentí como si fuera la ciudad menos brasilera que pisara, bares de salsa, mucho rock, otros ritmos mezclados todos, pero su gente, su gente me recuerda que esto es Brasil, que la risa y el calor no se pierden ni con el frío. Familias que me hacen suyo y entre comidas que revientan mi estomago tengo que partir en busca de la frontera, atravesar el frío Paraná. La siguiente parada fue un puesto de gasolina, esos puestos que descubrí como pequeños oasis, por prestar todos los servicios, encuentras un baño de ducha caliente, un buen restaurante para comer, estos puestos que son como pistas donde decolan los grandes camiones van y vienen, esos lugares donde los camioneros son dueños y señores, esos mismos que te brindan un plato de comida y un café para calentar esa fría noche. El día siguiente me traería un pedacito de paraíso en el Chalet do Mel, un lugar salido de la nada allí en medio del camino, una mujer que con su esposo le aposto a la tranquilidad en un bello espacio, una casita roja y blanca con dulces y comida, espacio para camping donde fui rey solitario, valga decir que esta generosa mujer me trato como a un hijo y así seguíamos contrarrestando el frío del clima, con el calor de gente. Llegaría luego a Guarapuava ciudad con ese aire tan Paranaense, es decir, de organización, verde y pequeña, con lagos y cascadas, y como no otra de esas familias que no me dejaban ir de Brasil, otra que entre comidas y charlas amenas me resumía mi paso por el país, la del churrasco y cafés de manha gustosísimos, una ciudad que por estar ya cercana a Paraguay me dejaría escuchar ese ritmo tan propagado por toda Latinoamérica, menos en Brasil, el reggaeton, ya presiento mi próximo país. Luego en Laranjeiras do Soul hasta mi cuerpo hablaría de lo que es la ida de aquí, se resentiría mi salud estando enfermo por un día, yo me seguía llenando de mis familias que no son tan de paso, que las llevo guardadas conmigo con sus cuidados y afectos. El paso hasta la ciudad de Cascavel sería difícil de remontar, muchos kilómetros, pero un paisaje hermoso entre cultivos de maíz y soja, extensas planicies amarillas que me acompañaban y hasta un sembrado de girasoles tendría en mi camino. Cascavel fue solo ciudad de paso, ya tenía que salir como fuera de aquí, sin querer le decía a Brasil que me soltara de sus cariñosas garras. Me faltaban tan solo 144 kilómetros para salir y los quise hacer en dos días, robarme un día más en estas tierras y por supuesto Brasil no decepciono en mi despedida, fue la gota que derramo el vaso de la solidaridad, un hombre me aborda en la calle y me abre las puertas de su casa su familia me cuida ese ultimo día, comemos, charlamos, les manifiesto mi tristeza por tener que dejar su país, al otro día vamos al mercado local de productos frescos, frutas, verduras, carnes, todo listo para un último desayuno y partir momentáneamente de estas tierras a las que necesariamente hay que volver, iba saliendo con un cúmulo gigantesco de imágenes en mi cabeza, con los sentimientos tan revueltos como era posible, iba dejando a Brasil, iba entrando en Paraguay. Las próximas historias serán contadas desde el puente de la amistad, ese que divide o une los dos países hermanos.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Reportaje en periodico de Curitiba.

Este fue el reportaje que salio en el periodico, "O Estado do Paraná" el 12 de Septiembre. Así se sigue registrando esta aventura que no termina.
Hay que copiar link para ir a la página.

http://www.parana-online.com.br/editoria/cidades/news/322457/

jueves, 18 de septiembre de 2008

Estampitas de la ciudad de Santos

En oposición a la grandilocuencia de las postales y esa manera de resumir una ciudad con una imagen y un paraje, hablare de la ciudad de Santos en pequeñas estampas, además por ser la ciudad en la que más tiempo more en este gigante y la que más me toco. No tener mucha información sobre una ciudad es bueno pues hay un espacio para la fascinación y la sorpresa y eso sucedió en Santos a la que tenia como una ciudad de paso nada más, después de ella me pregunto todavía, Existe el amor a primera vista, con una ciudad? y de mi paso por Santos puedo decir, Si.

+ Llevado por Caronte en bicicleta.
Para llegar a Santos tome una ruta desolada, menos puntos para ella, la ciudad de paso. Pocos carros transitaban aquella ruta, me sentía medio perdido, no sabía si estaba en el camino cierto. Delante de mi un hombre común en una bicicleta Monark roja con abultado equipaje, se da la consabida conversación de ruta, luego yo le pregunto y el contesta, a su respuesta mi viaje queda casi nulo, no se nada de héroes, ellos llegan salidos de la nada en bicicletas Monark color rojo. Este hombre viene de un lejano estado de Brasil, en un bicicleta nada calificada, sin el menor equipamento y con un equipaje embalado en bolsas negras y amarrado rusticamente, hace jornadas mucho más largas que las mías, despierta más temprano y duerme más tarde sobre la bicicleta, yo lo entiendo, lo comprendo, con el corazón y otros tantos músculos. Hay espacio en esos 20 kilómetros aproximadamente de compartir frutos y dulces que yo llevo en mi equipaje, que refinado y burgués soy, !Llevo comida!, mi comida es suya y así entonces me alimenta mucho más. Este hombre es de Santos y apesar de la hora, ya va siendo tarde, no quería detenerse en la ciudad, es aun más errante, no le da treguas ni a su propio lugar, tiene que seguir, pero es mi guia, me va llevando por el trafico pesado de una movimentada avenida de la ciudad que precede a Santos, Guaruja, no ha olvidado las calles que nos llevan a la balsa para arribar a Santos, este hombre es el Caronte vivo que olvida el infierno para llevarme a las puertas del cielo, o lo que parece serlo.

+Del último al primer canal por un corredor de bicicletas
Fue desde el primer momento que la vi que quede flechado por su belleza, podría decir un cursi enamorado, bueno, todos lo hemos sido alguna vez, algunos con mayor frecuencia y menor suerte, cuando no la vuelven a ver o ni pueden hablarle. Yo vi a Santos, ella me vio y luego me llevo por un largo y tranquilo corredor a mi destino. Entonces Santos fue bastante amable y condescendiente conmigo me determino y me condujo donde debía llegar. El corredor del que hablo es una extensa ciclovia lo suficientemente organizada para que numerosas bicis se desplacen todo el día por la ciudad, Santos gusta de las bicis, las bicis gustan de Santos. Este inmenso corredor es una pasarela que sirve de abrebocas para conocer la ciudad, ella me iba llevando y con una voz muy tenue y nada empalagosa me decía: a la derecha esto, a tu izquierda aquello. yo como soy poco atento me quedaba en la contemplación del mar y ese enorme pedazo de playa que posee la ciudad, un gigante tramo de arena la cual mantiene vivo el vivir de la playa, ciudad y mar toman distancia en armonía. Aquel extenso corredor se ve interrumpido en siete ocasiones para dar paso a igual numero de canales que vienen del mar, cruzan la calle y luego se meten por toda la ciudad en linea recta, los canales tienen algunos arcos de arboles y con sus muchos edificios tienes entonces una bella imagen.

+Una casa una amigo, un amigo una casa.
No me fue a recibir a la puerta de su edificio y cómodamente espero que llegara a sus aposentos, me equivoque de piso en el primer intento y todavía me faltaban otros nueve para llegar.oi Tudo bem?, um abraço y ya todo estaba dicho, los buenos amigos no se detienen en pequeñeces ni formalismos de ese tipo que empañen un lazo tan fuerte como el de la amistad, basta verlos para reconocerlos y con este hombre pequeño me reconocí desde el primer momento y justo por nuestros bellos defectos que son nuestras mas grandes virtudes. nuestro orden era el caos que bien sabíamos llevar, mi espacio, tu espacio, nuestro espacio y ya esta.

+La otra ciudad.
Algunas ciudades se ven de día y otras de noche, otras tantas ni se ven.A Santos la vi mucho de noche, de madrugada y un par de veces que me mostró la playa. La otra ciudad es la que se te presenta más seguido. Rua XV empedrada, Galería de Galería, bar de bar y de bares. La imagen de Santos era la Rua XV, la del comercio, la de un pedacito de mucha historia, la de ir una y otra vez, la que fica perto de tudo, cerca del olor de café. Lo de Galería era el nombre del bar, lo de Galería es por vitrina también, rua de muchas sillas, muchas piedras, de bandas de música en vivo, de todas las pintas. Galería, galería de Brasil, culto a su música, las pinturas, pinturas de mujeres bellas, cantando y moviendose ritmicamente de la cintura para abajo, culto de Brasil, manera brasilera que no atrapo en la danza pero si en el corazón. En galería me robaba notas de canciones cuando nadie me veía y me sentía o me creía brasilero. La puerta de galería es grande y caben muchos y caben todos y sobretodo los que llegan después de la media noche, los músicos (para no olvidar que la música siempre será en vivo)ya conocen tanto su espacio, como su instrumento, su repertorio, el del bajo se pasea por acordes magistrales y el de la guitarra da punzadas en la barriga del instrumento, punteo lo llaman los que saben, el de la batería golpea y golpea y parece que le diera palmaditas a cada pedazo de Brasil y suena el norte, el nordeste y el sur, suena samba, bossa nova, y MPB, suena todo porque Brasil ahora y siempre es música y Santos son acordes lentos, lentísimos pero fuertes, ciudad de notas recogidas, la ciudad sin feo ruido es la otra ciudad.

+Caras y rostros también.
Vuelve el, E ai !Tudo bem, tudo...todo esta bien. El de la porteria que ya no indaga de donde vengo, el de los panes y la de la sirviera abarrotada, sobretodo los domingos, la cajera del supermercado que sonríe con gusto ante nuestras paupérrimas compras de salchichas y papas a granel, pero donde siempre hay un espacio para saber su nombre y otro para una sonrisa. Tudo, Tudo bem, hay playa y no solo es exclusiva para los fines de semana, hay fugados en la arena todos los días que aprovechan la gran porción de arena para parapetarse entre los granos donde no hay vendedores ambulantes, playa extraña sin vendedores, las palmeras aquí te miran desde atrás. Escuelas de fútbol, volley, surf, tudo bem garotos, escuelas de caminantes y novatos deportistas. Una bermuda y unas chanclas bastan para habitar este pedacito de paraíso, todo acontece en la playa, aquí son vacaciones siempre, hay pastel "feito na hora", hay cervecita, tubo bem cara, beleza, tranqüilo.

+Benditas entre todas ellas.
pero es que a mi me habían dicho que las cariocas, o las del nordeste, o que espere que llegue al sur, no se, no voy a ninguna parte, llego y veo y siempre camino. En Santos no hay santos, todas ella son Santas y como buenas santas no reconocemos sus pecados hasta que entramos en sus aposentos, si no entras entonces solo rezas y rezas y les rezas en las calles, en la playa, en los bares y otros lugares de culto, bendito Santos con sus mujeres santas, malditas formas que nos convierten en demonios.
Ey niñita de ojos verdes, gatita, menuda menudita, pequeña pequeñita, mira que te rezo, ah que aposentos mágicos, rezo lo que me se y no me alcanza, rezo mis trucos y solo consigo llegar hasta la puerta, me dejan entrar hasta la sala y luego pierdo las llaves y el control hasta perderlo todo. !Santos Santos!, Qué has hecho?, otro ángel que se perdió, sigamos rezando e invoquemos a las que apenas se santifican y ya están canonizadas, angelitos negros y rubios venidos de África, exquisitos demonios juguetones de danzas macabras, inocentes como la mayor de las meretrices, subir hasta el cielo y perderse en cualquier nube en un día de tormenta. Sigo rezando para no perder mi alma aun más y una de ellas me da el cáliz y bebo y bebo y bebo y me embriago y se embriaga, nos embriagamos, entramos en trance, en un trance que conduce a la ceguera de un adormecimiento perfecto y entonces hablamos de profecías, de pasados siniestros, luego sigo viendo santas en un interminable desfile.

+Vario pintas.
- Exquisitas al modo español eran nuestras humildes comidas que entre plato y plato paraban nuestro discurso sobre lo divino y lo terreno.
- Fuimos la última coca cola del desierto nocturno en la madrugada que todos quisieron de ella y nadie tuvo que beber.
- Dormidos hasta el cansancio de la una de la tarde cuando la inconsciencia no dio más.
- El criollo jugo de limón envenenado que bebí solo, el que ayudaba a los malestares del alma.
- Galansito vos de muchas y de todas, tristes los espectadores que nadie quizo jugar con ellos.

+Tiene una vacante?
Por gusto y por capricho, por afecto y por bebida, por comodidad y necesidad, trate de jugar al juego de entrar en el sistema momentaneamente. Como recordaría al viejo Chinaski cuando tuve que entrar en esa agencia de empleos, sórdido y triste lugar donde se intenta mendigar un pedacito de futuro para no sucumbir en el presente. Arrumadas hojas de vida, desesperadas, esperando que los dados den el mayor puntaje, mis dados se salieron de la mesa y se perdieron cuando alguien los pateo. Gracias, no estamos necesitando personal por ahora, fue la voz que sonó después de muchos días de espera. Vou embora, me dije. Recogí las cartas y me fui, ya no juego más aquí, esta vez conté con suerte.

martes, 26 de agosto de 2008

Río de Janeiro – Santos. “Sumergido entre fuego, montaña y mar.”

Días de pedaleo: Agosto 8 – Agosto 14, 500 kilómetros.

Salir en bicicleta de una ciudad como Río de Janeiro es una cosa totalmente de locos. La ciudad es un fiero animal que va despertando y cuando menos piensas va detrás de ti en picada, manda una horda de voraces autos de los más variados tamaños para atacarte, ella es una estratega, te va conduciendo por calles tranquilas en las que todavía no han despertado sus compinches, te va llevando a un cruce donde ya vas intuyendo la situación y luego, cruzas un puente, pasas una calle y no hay escape, estoy en la avenida Brasil, la salida para tomar la carretera Río – Santos. Después de mucho estudio decidí que era esa la mejor salida, el camino rápido pero con el mayor peligro, todo el transito pesado entra y sale por allí y así como aviones hacen garabatos en el aire para entrar y salir de Río, los carros mal escriben con su estela de humo y el tremor de sus latas en las avenidas. Un hueco, dos huecos, el camión, el bus inter urbano, el tipo del taxi que casi no te vio, ¡uf!, de nuevo el hueco con agua, ¡zas!, cuento los kilómetros, miro los carteles, todavía en Río, la ciudad no acaba, no se agota, nunca termina ni comienza, aquello de la selva de concreto no es cuento. Quiero ir en búsqueda de una carretera que me traerá una de las combinaciones más bellas en todo Brasil, montaña y mar. A veces se me agotan las palabras y aparecen constantes de palabras en mis escritos y digo mar y vuelvo a repetir y lo vuelvo a decir y el mar y siempre el mar y los colores que trae y su sal y los juegos con el, pero es así y no tiene más como, no siento error en repetirlo. Escribo esto cuando ya he efectuado todo su trayecto y me queda el mejor de los sabores de boca que me ha dado el asfalto y el paisaje brasilero. Si bien es cierto que la carretera geográficamente hablando es una de las más difíciles de atravesar, pues se tienen que sortear subidas en las que más bien parece que escalaras, batallar con el frío y a veces la lluvia, las recompensas son de una magnitud casi indescriptible. Poblada de ciudades como Mangaratiba, Paraty, Ubatuba, São Sebastião, la carretera con sierra, mar y montaña es una combinación perfecta de belleza, te vas abriendo camino con dificultad por esos caminos donde la niebla a veces es reina, subes una montaña y luego en la cima ves una bahía con una gran extensión de mar con esas olas inmensas haciendo espuma y un buque que viene de tierras lejanas, ya con aquello se compensa una ardua subida. Y que decir cuando algunos barquitos se agrupan en una playa pequeña como si estuvieran conversando, yo pienso que si están conversando, que se cuentan sus cuentos de historias marítimas y que no paran de hablar, ahí, tan tranquilos con las velas guardadas para no andar más y solo mecidos por la brisa que se hace tranquila cuando anclan. Por esta región es muy común ver a esos pescadores aficionados, hombres mayores que han conseguido lo necesario para hacerse a una buena caña de pescar, tienen las piezas justas para ir a tirar el lazo y cazar la cantidad de peces justa que de para el día, o bueno, no se, talvez solo lo hagan por deporte, el acto mismo de pescar ya es una terapia, ellos van por lo general con otro amigo, preparan la carnada, aseguran la caña y lo otro es espera y conversa mientras el pez cae para estremecer la vara que va enrollando hasta traer la presa, el trofeo que guardaran en su cajita junto con los otros peces. En Mangaratiba fue cuando vi por primera vez aquello, en la bahía mientras esperaba a conseguir algo para instalarme y terminar de nuevo y con la mejor de las energías en un hotel que me cediera la secretaria de deportes, otra de las constantes de la Río – Santos, la gente si que sabe de solidaridad y alguien que me dijo que todo cambiaria en el sur y yo fui al sur y no, las cosas no cambiaron, se puede enfriar el clima pero esta gente tendrá siempre todo el calor de los hijos del sol que son. Entre camino y camino hay soledad de montañas, que no es tanta, que es diferente, el camino angosto te abraza entre ladera y ladera y esa brisa fina que junto con las subidas varias hace que falte la respiración, agota, pero ya lo dije, se abre el mar como un inmenso telón que muestra la mejor de sus obras y aquellos barquitos…todo olvidado. En algunas ciudades como Paraty por ejemplo, la arquitectura lo dice todo, además de los barquitos que conversan en puerto, en otrora exportadora de oro en el periodo colonial, los colores de sus casas de fachadas limpisimas son en si mismo pequeñas obritas de arte, fondos blancos y acabados de colores hacen que sea fácil darle y darle vueltas a esa ciudad cuyo centro histórico encanta, encontrando en cada vuelta un lugar que con certeza no viste en la última pasada, la casa de la cultura y su teatro de bonecos, de Paraty para el mundo entero, terminan de fascinar. Seguiría luego mi camino rumbo a Ubatuba donde me regalarían unas rectas para llegar hasta el y encontrarme con una ciudad donde la bicicleta es usada por muchos, se abren ciclo vías junto con las calles para autos, como debe ser, se siente uno aquí tan seguro sobre ellas y los parqueaderos donde están todas, en las bibliotecas, los supermercados, las madres y padres que recogen a sus pequeños también en bicicleta, disponen una pequeña silla para sus niños, rueda la familia junta. No hay que ir hasta Ámsterdam para ver el uso de la bicicleta. Mi próximo destino es São Sebatião y las laderas vuelven a tomar la palabra, ellas que me dirigen entre pueblitos que no aparecen en mis guías. Juego con el calor y el frío y en los últimos kilómetros vence el sol, ¡victoria!, además vuelvo a tener una de esas compañías que me gustan. El tipo trabaja en un pueblo y va a otro moviéndose siempre en bicicleta, 20 kilómetros de subidas y bajadas, no hay problema, tiene el mejor transporte, él mismo me lo manifiesta. Aprovechamos cuando hay acostamiento para hablar, conversar sobre Brasil, que mejor conversación para mí, reafirmar lo que he pensado desde el primer día que entre aquí, lo que es virtud y también mal, su tranquilidad. Este hombre en su buen portugués me dice con uno de esos sinónimos que me encantan: el pueblo de brasil es muy sosegado. Sosegado, tranquilo, calmo. Tanto que a veces no se da cuenta de sus problemas o lo que es peor, se da cuenta y no quiere enfrentarlos, mientras haya Feijão, churrasco y fútbol no hay problema, yo digo que si lo hay, mientras ello nos ciegue para no hacer nada ante lo que no debe ser. En aquel pequeño recorrido con ese hombre hay espacio para que también me vaya hablando de su ciudad, de donde vivió, de su familia y hasta me de un rápido vistazo turístico. Que buen sabor de boca dejan esos encuentros. En São Sebastião hay que ir a Ilha belha, cruzar en el ferry boat en el que muchos vamos en bicicleta, es bello ver como este medio de transporte se impone aquí. Recorrer la isla para visitar mas barquitos y numerosas playas, calles de piedra, predios llenos de verde. Volver a São Sebastião y encontrar un pequeño centro con el mismo sabor, volver a pensar en el viaje y aquello de mantenerse en movimiento, allí se reafirmo la idea.
En todo este trayecto tuve el mejor hospedaje de todos, el que más me gusta, pernocte en todas estas ciudades con el cuerpo de bomberos de cada lugar, esa fue mi casa, conté con la suerte de que donde llegaba había uno y siempre, siempre, fui recibido de la mejor manera, sigo pensando que la condición para ser bombero es que tienes que ser un buen hombre y tener una cuota de buen humor y disposición para con los otros, así son los bomberos con los que me encuentro, los que me dan la bienvenida con tortas, asados y no dejan que falte un plato de comida, donde esa expresión brasilera “Fica a Vontade” nunca tiene tanto sentido como allí. A los bomberos de Frade, Paraty, Ubatuba, São Sebastião, mis mas sentidos agradecimientos, gracias por hacer que la carretera Río – Santos además del paisaje más bello de Brasil haya tenido una de las mejores gentes con las que pude haberme encontrado. Gente y paisaje con sentido hacen el ser del viaje, lo otro es sal de mar y olor de montaña.

Keep on Moving

Ya no recuerdo el nombre del escritor que contaba esta anécdota que ahora entiendo tan bien, se que era argentino y que sucedió en la Patagonia, cuando aquel hombre se encontró a un ciclista que venia dándole la vuelta al mundo en su bicicleta. Cuenta que era flaco y callado, pero lo capital de la anécdota era que el ciclista decía que al principio de su viaje quería escribir un libro pero que luego, con el correr de los días se fue dando cuenta que el mundo sobre la bicicleta se hacia demasiado grande y lo de la escritura hasta pasaba a un segundo plano, lo importante decía era: mantenerse en movimiento. Pienso en el hombre de la bicicleta y me doy una mirada en la que voy reconociendo rasgos comunes, tal vez seamos una nueva raza de hombres y el mundo entonces tal vez si se mueva cada día. Somos una raza de hombres flacos y callados que vamos encontrando la naturaleza del silencio, pues quien viaja solo comparte largos monólogos que son quebrados en el papel que tiende a ser su extensión o en las gastadas conversaciones con otros que son el eco de la misma historia, la suya que se repite en cada cuerpo y la de los otros que no varia de a mucho. Lo de mantenerse en movimiento se establece como regla única, incluso cuando se esta quieto, es decir, se embarca en un lugar y todavía hay movimiento continuo, hablamos por los pies y el espíritu nos va moviendo, pero la constante de todo es la estela de silencio que vamos dejando a nuestro paso. Claro que aquí estoy entrando en vagas generalizaciones metiendo a una cierta porción de la humanidad en un mismo saco y se que todavía no se ha tejido el costal para abarcar cualquier manada, a lo sumo he visto redes, algunas enormes para cazar peces, los hombres con su carga de problemas y ruidos son más pesados, no hay con que atraparlos, las carnadas para atraparlos pueden ser más simples tal vez, bueno, eso es otro cuento. Hablaba de mi reconocimiento con el hombre flaco de la bicicleta, tan flaco como para hacerle un quite al sol y robármele la sombra, ¿Será que la sombra nos habla de la existencia?, se me cuela el sol entre los cabellos y en el espacio que queda por los dedos de las manos y mis ropas que se hacen transparentes por el gasto, el paso del tiempo, soy entonces un asomo de sombra sin más ruido que el de mis pisadas y el rodar de los aros de mi bicicleta, la soledad entonces es la condición propia, la única, la eterna compañera que rompe solo el viento y la lluvia cuando me agarra y salto en improperios contra ella, aunque ya la se llevar. El movimiento es morfina que cura momentáneamente, el movimiento es conducto por los caminos de esta guerra que solo terminará con la estocada final, mantenerse mantenerse mantenerse mantenerse mantenerse mantenerse en movimiento, es la consigna que traza un camino con crueles verdades. Mudará el paisaje cada día es verdad, despertare con nuevos soles y goterones diversos, me saludará la blanca nieve con su manto de pulcritud, tendré el sabor de muchos cansancios y deberé seguir en camino, pero el monólogo, el monólogo será la sombra que proyecto, un monólogo transparente, no puedo cargar con mis historias en la espalda, no me gusta promocionar mi vida, la pluma es mi desvergüenza porque algún vicio he de tener. Los he conocido cargando banderitas y mapas a cuestas, siendo maquinitas aventureras de publicidad, y no esta mal, cada cual se mantiene como pueda y quiera, el grito de otros es y tiene que ser lo bastante sonoro para que les abra su camino, yo me armo de susurros y llaves de diplomacia para abrir los canales que creo ciertos, también soy un aliado del azar al que me gusta tener como compañero, él y la incertidumbre son mis cartas, como se puede ver entonces soy un prestidigitador sin trucos esperando que la paloma y el conejo estén todavía en el sombrero. La morfina no se consigue todavía en los almacenes de cadena (una lastima), por eso el movimiento ha de ser perpetuo y entonces se sucede como el mito de Sísifo y arrastro mi piedra, solo que yo la acompaño corriendo cuesta abajo y entonces busco otros caminos para lanzarla, eso es, busco todos los caminos para lanzar la misma roca, una roca que son todas las saudades y la misma, de esas como de muchas solo tengo una, paseo mi nostalgia y desesperación buscando paisajes de ensueño donde arrojarla, soy lanzador olímpico de bala, encuentro paraísos de agua y selva y la lanzo lejos, lejísimos, pero la vida es como en las caricaturas y las nostalgias son el personajillo molesto que por más lejos que lo arrojemos apenas nos damos la vuelta aparece ahí y tenemos que cargarlo hasta el próximo paraje, así el personajillo aquel que en medio del camino hace de las suyas y apesta como mal aliento, hiede como axila sudorosa, se infecta como llaga, la nostalgia se alimenta de lo podrido y crecen gusanos que son andariegos, pero los gusanos pueden ser semillas que esparce el viento y van a dar a los cables de luz o los techos de las casas, sobretodo en los pueblos y lugares pequeños, así pues que tenemos jardines en las nubes y todo por una nostalgia podrida que se alimento del movimiento y voló y fue y se fue y se hizo. Reconocerse en el movimiento trae los pesares propios de cada decisión, es como decidirse a destapar un caño para encontrar un anillo con una enorme piedra de esmeralda o saber que puede salir una jauría de cucarachas. La decisión del movimiento es reconocerse nómada y absolutamente solitario, pues por más “lacitos” electrónicos que se establezcan, tu condición será siempre la de la soledad. Siempre habrá una constante despedida con gente que tal vez jamás volverás a ver, resulta que con algunos de ellos podrán haber habido mejores relaciones, entonces la despedida es una lagrima en sostenido cuya sal lo damnifica todo, pero las más de las veces es un hasta luego mentiroso, un ADIOS.

Río de Janeiro, una pintura musical.

Se me antoja que para hablar de una ciudad como Río de Janeiro, habría que hacer tal cual como si elaboráramos una pintura, entonces yo tengo mi forma particular de tomar la paleta de colores y empezar a hacer las mezclas necesarias para que vaya apareciendo la ciudad tal cual la viví.
Desde Niteroi que es la ciudad próxima ya avistaba una Río nebulosa, no se si por la polución o por el clima mismo, no entre sobre ruedas a ella, tuve que regar una acuarela de color azul claro que sirviera de puente chorreado sobre la bahía de Guanabara, estaría entrando en una barca grande que suele ser el medio para conectar la ciudad, al lado hay un trazo del largo puente de 13 kilómetros para los que llegan sobre cuatro ruedas. Por ese tranquilo lago de tinta azul la barca sobre la que palpito me va enseñando en pinceladas varias la ciudad de la Samba misma. Desembarco en un puerto amarillo y no dejo de ver el movimiento de aviones que vienen y van, hay garabatos en el aire, es Río de Janeiro pintada por muchas manos. Ya no estoy en los pueblitos donde cruzo dos calles para encontrar mi morada, aquí es necesario que tome fuerte la pluma y haga un trazo firme para marcarme mi camino que es largo, así que por avenidas inmensas, por esa Presidente Vargas en la que me sumerjo tengo que hacer tachones y marcas firmes abriendo trocha y tener el cuidado de no ser borrado del mapa por salvajes buses que vuelan sobre el pavimento. Esta es la bien nombrada Río de Janeiro, un organizado caos en el que de momento solo tengo tonalidades grisáceas. Voy al barrio Vila Isabel, cerca del monumental estadio de fútbol Maracaná, el mismo de los años 50, el del maracanazo, una bola parecida al mundo, blanca y azul por fuera con un centro verde, capaz de albergar miles de almas que se arrancan los pelos, gritan y lloran, donde se sucediera aquel mortuorio silencio cuando Brasil perdiera la copa del mundo ante Uruguay. En Vila Isabel, barrio bohemio y de famosos compositores de Samba pasaré mis días. Como recuerdo sus aceras de la avenida 28 de septiembre, ellas también fueron dibujadas y luego esculpidas, tapizadas todas en esa piedra portuguesa, pedacitos blancos y negros, ¿Y como se les ocurrió distribuirlos? Otra pintura a lo largo de la avenida, en esas aceras hay ritmo, al comienzo una guitarra, luego la frase de una canción de Samba con su respectivo compositor y luego un pentagrama con las notas de la frase, caminamos sobre música, es el dibujo perfecto. Río de Janeiro, que también fuera capital hace mucho alberga moradores de todo Brasil, yo que tuve oportunidad de conocer el nordeste, en junio, en sus fiestas juninas, me doy cuenta ahora que la nostalgia sigue persiguiendo al hombre, es su sombra que no se esconde con lunas, soles ni nubes, el hombre la erige a como de lugar, aquí en Río entonces hay un lugar donde los nordestinos han ganado su espacio, un predio gigante donde cada sábado hay una fiesta nordestina típica, música, dulces, comida por doquier. De las viejas pinturas tuve que volver a untarme para dar una pasada a mi memoria. A veces de afuera todo se ve de un solo color y por eso pareciera que por ejemplo Francia fuera París, Argentina Buenos aires, México el DF, y Brasil solo Río de Janeiro y más que Río, Copacabana e Ipanema, es como que si de su bandera multicolor solo viéramos el verde que la puebla, olvidando la pequeña pero profunda circunferencia azul, esa circunferencia me llevaría a sumergirme por vez primera, como no lo había hecho en 4 meses aquí en Brasil, en las aguas de su archifamosa Ipanema, y no estuvo mal para mi que gusto mas de contemplar el infinito océano que probar de sus profundas mieles saladas. Un agua fría que combatía el calor, una arena blanca para olvidar los días oscuros y unas olas orquestando la sinfonía de un chapuzón armónico. Y como no estar en Ipanema sin tararear la letra de Vinicius de Moraes y la música de Tom Jobim, como no bañarse en sus aguas de cara a la arena y no ver a la chica de Ipanema que todavía se pasea por allí, es innegable, el bueno de Vinicius junto con Jobim pusieron música a una realidad palpable “mira que cosa más linda, mas llena de gracia…”. Luego viene más color y con la paleta llena de oleos, vinilos, temperas, crayones y demás, dibujo las montañas que pueblan a Río, las mismas de las favelas; que como algunos de curiosidad morbosa que no es mi caso, no vi, las montañas que conectan una y otra parte de la ciudad, por eso hay que poner tinta negra en la base de ellas, hacer un puntito y crear un túnel, túneles que nos dan paso a otra cara. La montaña sobre la que se erige el cristo redentor, el corcovado que no se cansa de mirar a Río de Janeiro, de dibujarla en su estatismo absoluto, las montañas que hacen que en un contorno y otro surja una playa, aquí y allá, la de flamenco con su parque inmenso lleno de árboles de almendro que por esta época pintan sus verdes hojas de amarillo ocre para formar un tapete sobre la arena. Esta la otra playa de Botafogo circundada por piedras que habitan felinos que retozan en ellas viendo el mar, ¿en que pensaran estos peludos amigos?, con ellos compartí caricias la vez que fui a pintar la ribera de Río de Janeiro, desde su centro hasta Leblon. No soy el único que pinta aquí, muchos hablan en las paredes en la ciudad poblada de graffitis, firmas anónimas, firmas y firmas en todas las fachadas, garabatos en códices contemporáneos y muchos dibujos más en cada pedazo de ladrillo arrumado en algún lugar.
Tendría la suerte en Río de vivir una de las experiencias que aquí es casi una religión, me refiero como no, al fútbol, danza de 22 hombres tras una bola donde miles de almas revientan a cada giro de ella, y que mejor lugar para vivir todo esto que el mítico Maracaná. Tarde de domingo, Flamengo con la mayor torcida del mundo enfrenta al Cruzeiro, esa esfera se tiñe de rojo y negro, pero allá en un rinconcito una mancha blanca y azul no se cansa de animar, son los del Cruzeiro, la religión esta en todas partes. Pisar el interior del Maracaná en un juego del Flamengo es algo que toca hasta una persona que como yo no encuentra mayor atractivo en el fútbol, pero pienso que aquí el juego es la excusa, aquí reina la fiesta en esto que por supuesto es un templo donde se baten palmas al unísono y el coro de las graderías salpica hasta el gramado. Y que decir cuando el balón se inserta en la red del contrario y la euforia se sale del estadio, es la catarsis total. Ese día que el Flamengo estaba en casa no venció, todos salieron tristísimos, menos yo y los del Cruzeiro claro está. Cuando salí todavía me vibraban los cantos y las palmas en la piel, los múltiples madrazos que los furiosos hinchas proferían contra los jueces.
Ahora, la paleta de colores debe usar los oscuros y algunos encendidos para hablar del tradicional barrio de Lapa, histórico y rumbero. Lapa el de los arcos que llevan al barrio de Santa Teresa, Lapa de caserones casi abandonados y otros tantos convertidos en bares, bares por doquier, punto de encuentro de todos, multitud de colores en la noche, Lapa de rumba y Samba, barrio que canta a ritmo de pandero y guitarra el ritmo que bailan en carnaval y cuando no también, Brasil es carnaval siempre, los cariocas lo saben, Lapa oscuro de fachadas caídas, hoteles de solteros con damiselas en la acera para acompañar la soledad, mujeres de todos que visten sombrilla para que el escaso maquillaje que llevan no se corra con esa lluviecita fina que cae, para que no corran sus clientes tampoco, Lapa que canta en cada rincón hasta la madrugada los ritmos que tanto saben los locales y que nosotros los de paso solo tarareamos, estupefactos, queriéndonos robar cada nota, pero es que son tantas tantas, Lapa decadente y ampón pero a la vez fraterno, Lapa al asecho. Esos son los barrios donde acontece la vida.
La Dama sabía de todos estos cuentos míos y se antojo de que la llevara de paseo, no se quería perder Río y ella que resulta más andariega que yo me mostró las otras caras que no había visto y me llevo a despedirme de Copacabana e Ipanema el día que no las poblaba la multitud, en esa hora que va cayendo el día y la noche pintaba otra historia de las muchas que todavía tiene para contar Río de Janeiro.

Vitória – Río de Janeiro. “Rodovia do Sol”.

Días de pedaleo: Julio 28 – Agosto 2, 500 kilómetros.

Cerrar el capítulo de Vitória fue difícil como ciertos enlaces que hago en este viaje por América Latina. Después de pasar un fin de semana absolutamente familiar en esa ciudad donde queda otro pedazo de corazón, salí. Otro fantástico desayuno brasilero fue la antesala de la despedida. Esas mesas como cornos de la abundancia, las frutas frescas, el pan recién salido del horno, los rituales que desembocan en la mesa que es donde todo vuelve a comenzar y entre pan y café se sabe entonces que el día tiene que ser mejor. Un abrazo para ir al camino y entonces me voy internando en la ley del pedal. Estoy antes de Vitória, en el municipio de Serra así que debo remontar los 24 kilómetros que me separan de ella, luego al llegar a la misma ciudad empieza la lucha con los automóviles, pero hay sol, hay alegría por lo que aconteció e inclusive me sigo encontrando amigos de las motocicletas que me saludan a la salida de Vitória. Para salir de ella podría haber cruzado un puente gigantesco, alto como ninguno e ir tomando rápido la carretera que me llevara por la “Rodovia do sol”, pero esto no fue posible. Hace mucho el paso para peatones y bicicletas se restringió, muchos escogieron aquel puente para acabar con su vida y así solo te podrías suicidar ahora si vas en carro, yo solo tenia intención de cruzar al otro lado así que tuve que bordear la ciudad para salir, no importa, fue una buena excusa para despedirse de ella, volver a su puerto a saludar a los gigantes que van despertando en la mañana y a los que llegan de no se sabe dónde, los buques. Entre avenidas que voy descifrando y otros puentes menores me veo entonces en una carretera hermosa, la “Rodovia do Sol”, plana, extensa, recta y custodiada por el astro Rey, con acostamiento, parece que volara entonces y los kilómetros no se sienten y el mar, siempre el mar saludándome, un mar de color verde esmeralda con una arena amarillo ocre. En la carretera hay una nutrida venta de ollas de barro, “panelas”, como las llaman aquí, tres por 10 reales, ¡llévelas, promoción! Esas ollas me recuerdan, como no, al calor de casa, el olor de una comida hecha con amor y el sabor de la tierra entre frijoles y caldos gustosos. Sigo por la Rodovia buscando mi primera parada, la pequeña ciudad de Anchieta, a la Beira del mar, él la saluda todos los días y con sus calles de piedra nadie sabe del mal vivir ni el estrés aquí. Eso lo supe cuando buscaba a una persona que me ayudaría aquí. Buscando a una persona di con otra y como siempre, no fue un mal encuentro. El tipo que lleva una camiseta de un moto club sale del bar, todavía con un vaso de cachaça en la mano de la que me ofrece un poco, debido a mi cansancio no acepto, empezamos a trabar una conversación y me ofrece llevarme a mi contacto, él lo conoce, así es este Brasil, te lleva de la mano mientras conversa y ríe, mientras te hace uno más de los suyos. Por esas cosas de la vida, las ocupaciones de siempre, de los otros, da un viro mi posada y me veo en la casa de mi primer interlocutor, un motociclista, un aventurero, bohemio, amante de la música, cocinero de buena mano. Vovó (como es llamado) me ofrece su casa como si me conociera de siempre, siempre con una sonrisa y una canción en la boca, su casa también es otro pedazo de paraíso, parece que todos lo fueran, entre gallinas, cachorros recién nacidos, cocos, limones, graviolas hay una armonía. El agua de coco, una comida típica, Bobó de Sururú y camarón son mi bienvenida lo otro es la tranquilidad, o sea la felicidad. El camino demanda atención, pedalear no es siempre ir hacia el frente. Yo quería seguir por toda la playa, por mi carretera del sol y pueblos pequeños donde te saludan al paso y por un descuido fui de nuevo a la desolada y directa, BR 101, buscando el estado de Río de Janeiro y me vi en el Brasil de carreteras desoladas, las que te hacen temer un poco en procura de albergue, en las que el tiempo no se siente porque no hay nada mas que floresta. En los mapas no aparece nada y las líneas rojas esconden las pequeñas poblaciones que existen. Hay que sacar la información de la gente y se que más adelante aparecerá, Morro do Coco, así se llama la población junto con el cansancio del día, de una jornada larga hacen que tenga que buscar hotel infelizmente, entonces las sabanas blancas arropan el cansancio y caigo sin saber nada más hasta el día siguiente. Los hoteles dan desayunos, parece una regla aquí en Brasil así que bien, casi dormido todavía llego a una mesa llena de gente y el cerebro no se conecta más que para untarle mantequilla al pan y comer, el barullo de los otros ni me llega, las manadas tienden a hablar en voz alta cuando se juntan…hay más pan. Del hotel Silva, ahí en la misma carretera salí tarde, el confort, va creando la comodidad y la comodidad crea modorra, tengo que respirar para salir de nuevo al camino donde kilómetros más adelante un nuevo pinchazo me traería otros recuerdos, el mundo no es plano, ni liso y hay alguno que otro pincho por ahí. Me sorprendo de lo rápido que reparo a la Dama y con el atraso de las cobijas y el pinchazo mas la soledad del paisaje con las montañas como compañeras cruzo de estado. Hay otra constante al cruzar los estados, la desolación es notoria, parece como si corrieran la línea de construcción de los pueblos y para mi el próximo siempre se encontrara lejano y esta vez no fue la excepción. Serrinha, aparecería cuando ya el cuerpo no daba más (quien sabe) había que buscar algo para comer y volver a la vida. El instinto de supervivencia en estos pueblos donde no hay nada de nada, la escuela cerrada, no hay una iglesia y donde el puesto de policía es comandado por un solo hombre, ponen a prueba mi condición de viajero. Terminaría este día durmiendo en una extensión de tierra que el buen hombre que rebajara el almuerzo diera para mí, él me dice: no es mío, pero igual puede quedarse, no hay problema. Que bueno aquello donde la tierra no es privada…para el hombre. Al día siguiente ocurriría un suceso para mí, son esos hechos que te demuestran que no sabes de que estas hecho hasta que intentas algo, 155 kilómetros en un día me dejan bastante cerca de Río de Janeiro, llego a Río Bonito. Lo de los 155 kilómetros me sorprendió bastante, sobretodo por la manera en que los pude hacer, tranquilo, con calma, acompañado por las montañas que no dejan de recordarme a Colombia, claro que las montañas esta vez no significaron subidas como en otras ocasiones, pero si un desértico paisaje donde solo ellas eran soberanas, había que levantar la cabeza para mirarlas bien arriba, allá erigidas como gigantes dormidos. En Río Bonito me doy cuenta que hay un puesto de bomberos, estos hombres nunca cerraran sus puertas mientras puedan ayudar y allá voy, solo que el puesto que esperaba resulta ser un pequeñísimo trailer donde por supuesto no hay espacio para mi, pero si una ayuda, una comida, la disposición para ser recibido amablemente. Allá me doy cuenta por boca de ellos que hay un encuentro de motociclistas en la ciudad, esas carambolas de la vida me siguen poniendo en el punto cierto. La “Galera” de motociclistas vuelve a recibirme como a uno más de la casa, hay un espacio para camping y vuelvo a dormir cercano a mi Dama, mientras en el día observamos el fraternal encuentro de los motorizados que en la noche vuelven a jugar a ritmo de Rock and Roll. Al otro día es incontenible la emoción de saber que solo 60 kilómetros me separan de la mítica Río de Janeiro y la carretera que va hasta la ciudad por vez primera no esta desolada. Aquí en Brasil parece que todo aconteciera en Río o en São Paulo, estas ciudades comienzan mucho antes de aparecer, ciudades cercanas las anteceden y todo va hacía ellas, por eso casi que desde que salí de Río Bonito me sentía ya en Río de Janeiro pero ya en Niteroi la ciudad que esta antes de cruzar la balsa, definitivamente sabes que vas para Río. Cruzo esa bahía y desde lo lejos se ve el contorno de la ciudad y siento que necesito dibujar su interior…

jueves, 7 de agosto de 2008

Vitória. ¿Esta precisando una ayuda?

Lo de Vitória fue caso aparte, la solidaridad de estos pueblos no ha dejado de manifestarse un solo minuto, en sonrisas, abrazos y conversaciones de calle y de salón. Lo de Vitória fue un desafío, una muestra de que la confianza puede campear incluso en las ciudades grandes donde se ha solido perder, por el miedo infundido. Ya he dicho muchas veces que no voy buscando, si no más bien encontrando cosas, casos, gentes y en última instancia, lugares. Mi “modus operandi” para procurar una posada va variando y afianzandose cada vez más en cuanto a los pedalazos que voy dando. Los portales de Internet, hospitality club y Couch Surfing, son una muestra de que la solidaridad de los pueblos esta presente, es gente que se decide a confiar y abrir las puertas de su casa para que venga el mundo a ellos, con este sistema en las principales ciudades me he hospedado y he podido conocer la otra cara de los lugares que habito. A Vitória llegue con un par de contactos que creía, como en muchas ocasiones funcionarian,venia de hacer una maratonica jornada de 15 días de pedaleo, bajando por el estado con mayor litoral de todo el Brasil, Bahía, recorriendo 1200 kilómetros. Llegue y empecé a recorrer todavía en mi bicicleta con el sudor de la jornada y de los muchos días de pedaleo, toda la ciudad, cuando llego a una de estas urbes siempre me voy acercando al centro, desde allí creo tener un cierto control de desplazamiento para lo que venga, pero esta acción se convierte en todo un desafío, pues después de días en una relativa soledad del camino por el que solo transitan camiones y uno que otro carro que va de paseo, me veo envuelto en una masa de hambrientos buses que están en la guerra del centavo, automoviles que no respetan y un desenfreno de velocidad que atropella. En Vitória no fue la excepción y como pude llegue al centro y en una de esas salas con computadores que ofrecen Internet me di cuenta que no tenia posada, lo bueno fue que estos seis meses de viaje ya me dan una cierta tranquilidad para controlar mis actos y no ser presa del desespero. Tome mi bicicleta y sin pensar en cansancio fui donde los bomberos, esos que apagan incendios, rescatan y que también me han curado tantos cansancios en este viaje cuando pueden ayudarme, pero lastimosamente esta vez no podían hacerlo, las cosas no parecían funcionar en esta ciudad, pero no importaba, el sol brillaba y los ánimos seguían arriba, pedaleaba al lado del puerto y los grandes navíos me saludaban, ellos venidos de no se que tierras. Quedaba la ayuda de la policía que ha sido la otra mano amiga en el viaje, pero debía volver a cruzar la ciudad, la iba conociendo mientras buscaba, no dejaba de mirar el puerto y la bahía y ese mar metiéndose entre las montañas, las de piedra y arena, inmensas y de nuevo piedra y cemento dispuestos, formando historia en parques y edificios. Fue entonces que detrás de un bus enorme me sale un hombre mayor, pequeño y de paso fino con esa pregunta que venia tan de él, tan sincera, ¿esta precisando una ayuda?, yo le cuento para donde voy y en ese momento no se que estoy hablando con un viajero, un amante de las motos, de los caminos, de la aventura, el presidente del moto club “Escorpiones del Asfalto”, el me lo va contando todo cuando caminamos un par de cuadras por el centro de Vitória en dirección a su trabajo, su trabajo en el puerto. De una manera fraternal me pone en contacto con otro viajero, Eduardo Prata y así se me abren las puertas de otra casa, de una persona que me acaba de conocer y me da su voto de confianza, geniales sorpresas que da la vida. Poco sabia del mundo de las motocicletas, más bien poco se de los vehículos movidos a motor, pero esta gente que me puso el destino me fue enseñando, a través de su pasión por ellas un poco de lo que es su mundo, tantos mundos como hombres, tantas verdades. Eduardo ha hecho varias aventuras épicas en su moto, recorriendo toda América y Australia hasta el momento, se propone recorrer el mundo entero de a poco y el día que llegue a su casa un canal local le hacia una entrevista para hablar un poco de su próxima aventura que será Europa, yo escuchaba atento y me iba alimentando de sus historias. Luego vendrían algunos paseos por la ciudad y a empaparme de ella. En uno de aquellos después de una buena comida Eduardo me lleva a una vista nocturna de la ciudad desde lo alto de un hotel en la ilha do boi, ella tiene otra cara de noche, sus bahías y los barrios enclavados en las montañas hacen que tenga la condición como el mismo lo dice de que sea una “ciudad pesebre”, cada barco y barquito tienen su máscara en la noche. De la convivencia con Eduardo y sus viajes me quede pensando mucho en el tiempo,eso que suele atormentar tanto al hombre, él hacia unos recorridos larguisimos en muy poco tiempo y bueno es su condición, de hombre que trabaja y tiene que cumplir con una obligación, pero siempre puede más su condición de conocer el mundo, pienso en mi viaje y de cómo va, lento, muchos me dicen que soy afortunado, puedo disponer de lo que muchos no tienen: tiempo. Yo lo voy sintiendo cuando por los caminos despoblados, las carreteras donde puedo detenerme a saludar a los pájaros el tiempo no cuenta, no cuenta para cantar cuando voy sobre la bicicleta y paso de un estado a otro y me maravillo aun más o me detengo a hecharle el cuento a todos lo que quieran oírlo, en esos pueblos pequeños hay unos receptores mas amables, mas desprevenidos digamos, ellos también comparten otra concepción del tiempo que no es la de las ciudades grandes. En aquella casa hasta habría tiempo para un contacto con los medios de información, un canal local de televisión se interesa por mi aventura y tengo la oportunidad de compartir con ellos esta experiencia, compartir una charla en una lengua que no es la mía pero que ya voy aprehendiendo y entonces se que estoy creando los puentes necesarios que me acercan a su pueblo.
Volviendo a Vitória, después de pasar unos días en la casa de mi primer anfitrión, mi amigo Romildo me extiende la invitación para que pase unos días con su familia y vuelvo a atravezar la ciudad, saliendo un poco de ella, al municipio cercano de Serra, unos días cerca de la playa, con su esposa y su pequeño hijo de 3 años de edad. En esta casa entre churrasco y cerveza, tradiciones tan brasileñas, aquella familia me hace sentir toda su hospitalidad, con este hombre puedo conocer un mundo que antes no conocía,el de las motocicletas,un mundo que creía cerrado y en el que me doy cuenta que hay una familia absolutamente cariñosa. Esos hombres con chaquetas de cuero, vestidos todos de negro, a los cuales vemos como seres rudos, sobre sus enormes motos ruidosas, escuchando rock and roll, no son mas que una familia de tipos que parecen niños de una bella manera, divirtiéndose sobre sus motos y que me acogieron como a uno más. Bien lo recuerdo en esa fiesta a la que asistí y en la que no me sentí para nada ajeno y entre rock and roll y motos fui uno más de ellos.
En ese pedacito de la ciudad de Serra, Romildo me contaría de sus viajes y proyectos, de su deseo por terminar sus días en aquel lugar cuando construya su propia casa, de lo afortunado que se siente por tener al mar tan cerca, de su anhelo por visitar la patagonia argentina y me sigue hablando de su club de motos, se siente el orgullo por la labor cumplida, en los albumes de fotos que dan cuenta de esos viajes puede uno ver con que empeño se cumplen las actividades del club, cuanto orden hay allí, ratifico la condición de que son niños que no se cansan de jugar, esa es la condición que muchos olvidan, olvidan el juego y caen en la trampa entonces.
De Vitória me tengo que llevar ese recuerdo de la hermandad, de la gente que entiende la condición de ser viajero y extiendo para ellos mi más sincero y generoso abrazo.Hasta siempre galera,nos vemos en todas las curvas del mundo.

Este escrito esta dedicado a todos los motociclistas del Brasil y en especial a mi buen amigo Romildo.