Lo que yo quiero decir es América Latina...

Lo que yo quiero decir es América Latina...

miércoles, 14 de mayo de 2008

Cuando una pensión es un palacio

La sabana blanca cubría el pedazo de espuma que hacia las veces de colchón, colchón que a su vez yacia sobre unas tablas las cuales al menor movimiento interpretaban la sinfonía de una caída que se presagiase. la almohada o traverseiro era inexistente, había que dormir totalmente horizontal, no se que dirían sobre esto los médicos, ni que tan buena sea la espuma cuando entre tabla y tabla se suceden ciertos huecos.Todo allí era el reino de la madera, pero nada que ver con ningún chalet suizo. la disposición de tablas era absolutamente arbitraria y parece que su construcción tuvo que ver con la venebolencia de quien regalo las tablas para la elaboración del predio o la pericia de quien deseo construirlo, para irlas consiguiendo de a poco. Aquello era un rompecabezas de madera con piezas que necesariamente tenían que encajar. El azul del que estaban pintadas las tabalas debía haber sido prospero en su primer momento, ahora entre las inscripciones de sus moradores de paso, el paso del tiempo, la humedad y las circunstancias, poco quedaba de ese azul que ahora si apenas se intuye. No hay escritorio allí, tampoco hay espacio para uno, pero si hay una silla, tal vez venga alguien a visitarnos y por cortesía no es bueno que se sienten en nuestra cama. La visita vería indiscutiblemente el lazo que pende encima de ella y de donde colgaría la toalla y alguna que otra prenda de vestir. Allí las prendas no se secan por acción del potente y viejo ventilador de nuestro cuarto;ventilador que dejo de funcionar al último día de estadía haciendo que aquello fuese un infierno, si no que las prendas se secan por el calor que las tejas, creo yo puestas con ese fin, pues son de aquellas que recogen todo el calor del día, harían que cualquier prenda puesta allí se secase rápidamente . Por mi parte, prefería extender mis vestiduras en el patio, aquel patio para nada verde, a excepción del escuálido árbol de mamao, una especie de papaya pequeña y otro árbol al extremo del patio que hacia contraste con todas las rocas que se encontraban desperdigadas por él, parecía esto como si una horda de presos las hubiese picado. Los baños eran una sucesión de cuatro cuartos en los que en el mismo espacio estaba una ducha y el sanitario, solo que había espacio para hacer las dos actividades por separado. Afuera podías lavarte los dientes. No se porque era así pero los habitantes de mi pensión eran todos viejos, hombres que creo tenían para pagar una mensualidad y estar a sus anchas allí. Un día uno de aquellos, en una tremenda ebriedad, mientras medio dormía olvido apagar su cigarrillo y entonces el colchón comenzó a consumirse con una velocidad increíble, no olvidemos que este es una espuma. De nuestro sitio pudiera decirse todo menos que murieras de sed. Poseía uno de esos bebederos que yo recuerdo del colegio de mi infancia, donde todo el día podías encontrar agua fría. Esta fue una de mis tantas pensiones del camino, retomo la frase de Sabina y digo: Cuando una pensión es un palacio. Para mi lo era, para mi lo han sido esas y tantas otras que deberían ser mencionadas. Pensiones donde se escribe la vida y en algunas hasta podría encontrarse la muerte. Pensiones para pernoctar placidamente. Pensiones familiares como la de Cisneros en Colombia, pensiones de putas en Puerto Berrio, subían y bajaban por las escaleras esas damiselas al son de la música y los tragos. Pensiones que se quieren vestir de hoteles y son el resguardo de enamorados que desesperados buscan un lugar para dar rienda suelta a su pasión. Baños de pensiones que lavan el sudor del camino y que estabilizan la temperatura de los otros. Pensiones que son otro viaje, mientras afuera todo esta quieto. Las eternas pensions que solo lavan las vivencias de la noche anterior y toallas que secan las heridas que se traen de la calle. Estas pensiones sin pan ni chocolate, pensiones sin nombre, lugares que no aparecen en ninguna guía, bendito y querido anonimato, ojala y nunca las nombren para que no desaparezcan. Que sus aposentos no los ensucien quienes buscan una falsa economía, aquí solo habitamos los ricos que tenemos todo para perder, osea los que no tenemos nada. Pensiones de saludos con miradas y sin cuchicheos en los baños. Pensiones que son fiesta sin música, lugares que no saben de escrúpulos, habitaciones solitarias acumulando historias. Pensiones con ventana al interior. Bellas pensiones egoístas. Cuartos sin hora de salida ni entrada, lugares donde la ley se escribe según pasen los acontecimientos. Pensiones del miedo y la ternura para habitar siempre de paso, lugares en los que cabe la vida entera.

lunes, 12 de mayo de 2008

Justo homenaje a la Dama de la Radios Ardientes

Ahora estoy mirando a mi dama que descansa tranquila, recostada en la pared de esta escuela, en este pueblo del cual ignoro su nombre. la rueda trasera de mi dama se ve notoriamente más disminuida que la delantera, ya pegan duro estos miles de kilómetros recorridos, yo también lo siento en la piel. las ruedas que son su piel tocan a diario el asfalto caliente y hace que vaya desapareciendo. Mi serpiente amarilla, muda tu piel pero no pierdas tu espíritu. se sienten los embates del tiempo, ella sabe que yo también los siento, como no deje de sentir hoy, durante el camino su radio averiado, heridas del tiempo. En aquel pueblo que dividía los estados no pudieron repararte, cada pieza de ti es tan fina que no cualquier lugar te puede vestir, pero habíamos de seguir camino y el asfalto que es la piel del camino nos permitio avanzar y ahora que los cielos se abren en esta temporada de lluvia hay que ser un fantasma para desaparecer bajo algún kiosco mientras venga el agua. Eres también un águila mi dama, levantas la vista primero para ver las nubes negras en este nuevo estado de Maranhão en Brasil y luego como si fueses un radar avistas nuestro resguardo y me llevas veloz hacía él, aveces siento que tienes más años que yo, más olfato eso si estoy seguro. Siento que no sabes de bichos que te perturben porque eres toda una fauna mi camaleónica compañera. Apenas si son rasguños los que te suceden y ni radios quebrados ni instrumentos filosos que perforen tu coraza, ni el tímido oxido que pueda aparecer son amenazas para tu cuerpo integro y fortísimo. Como buena dama tienes tus momentos en los que quieres estar sola cuando vamos por todos estos caminos, yo te entiendo, te dejo y en silencio escucho tu respiración que son esas dos ruedas girando al unisono. Cuando llegamos a algún lugar eres la primera en instalarte, te posas dueña del espacio mientras yo desorbitado apenas voy aterrizando al rato y me da una envidia tremenda sentir esa cordura de tu parte, siempre tan en tu lugar. tu lugar son todos los lugares y el nuestro el es mundo que apenas se nos abre cuando me enseñas cada día otra curva y me haces ver que esas cuestas que vemos en la lejanía ya más cerca no era si no el asfalto haciendo muecas en la distancia, pero que de cerca es un pedazo de mundo dormido esperando que pasemos por su lomo. Me sigo dejando llevar por ti hermosa dama de radios ardientes y cuerpo de sol, que no conoce de penas y sabe todo de serenidad, sigamos juntos re escribiendo el camino para que otros no nos cuenten las historias con borrones y tachones, pongamos nuestra letra firme aquí y allá, en todos los lugares donde vamos dejando una poca de nuestra existencia.

domingo, 11 de mayo de 2008

En barco de Manaus a Belém

No idealices nada que no hayas conocido aun.
Este barco lo dibuje cientos de días en mi camino y me imaginaba muchas situaciones en torno a él. Viciado por la literatura de viajes quería sentirme un Maqroll, el de Mutis o cual personaje de Conrad en el Corazón de las tinieblas.
El caos con el barco comenzó días atrás para conseguir el pasaje que se obtenía en algunas de esas agencias ambulantes de viaje en el centro. El precio del mismo variaba como el viento y yo me creí vencedor cuando obtuve un precio acorde a mi bolsillo, pero el tímido hombre jamás podrá luchar contra la más arrebatadora fuerza de la naturaleza y menos contra la misma que nace de las entrañas y solo genera ambición y egoísmo. El día que llegue al barco vibraba como un tambor que entonase una fuerte canción de guerra, un repiqueteo interno iba con mis pasos cuando me acercaba a esa mole de hierro y madera. Logre entrar a el con mis cosas que deje a merced en algún lugar mientras debía hacer una fila para obtener el billete real y después de esperar algo en esta vino mi primera decepción. Ya mi precio no funcionaba y la tarifa era mas alta por orden de un dueño un don nadie, era indiscutible había que pagar más, así funcionan las cosas en el trópico del descontento. Cuando retorne por mis cosas conté con suerte y estas seguían allí, instale a la Dama en un lugar que creía seguro y luego subí al segundo piso a buscar un lugar para poner mi hamaca, allí todos duermimos en hamacas, excepto los del camarote del tercer piso. Buscar un espacio para la hamaca en principio parece una tarea sin sentido, sin norte. El lugar se nota ya colmado y piensas que no cabe una más, pero con el correr del tiempo y por cierta ley que desconozco el lugar como que se expande y este instrumento de cuerda suspendido en el aire, como diría el poeta Raúl Gómez Jatin, se multiplica con un humano adentro, somos cientos de crisálidas con un periodo de hibernación largo. Nada mas placido que una hamaca, si esta entre dos palmeras y con el mar muy próximo y una brisa que apenas te mece aun mejor o si es en un balcón cuya vista da a un bosque y en esa amplitud de espacio solo escuchas a los pájaros y un vientecillo de vez en cuando llega, perfecto. Pero cuando somos tantos que en la noche estas con un anciano que te respira casi al oído y del otro lado unos pies te saludan y tu cadera roza con otra desconocida y estas cuñado como en una lata de salchichas y además no atinas a ver tu equipaje que esta desperdigado por el piso, así entonces la estancia en ese bello instrumento se torna tormentosa casi hasta el delirio. Puede pensarse que soy quisquilloso acerca de la comodidad y se estaría errado al pensar esto. En este viaje he dormido en los lugares más insospechados, es el hecho de la proximidad con los otros y la falta de espacio lo que me agobiaba en esos momentos. Pero pasaron los días en el Amazonas Star, el nombre de mi barco y lo que quedaba era irse para los corredores y perderse en las aguas del amazonas que tiene espacio para tantos, espacio que esta siendo violado por el mismo hombre donde pareciera que tiene por tarea ensuciar lo que mas pueda, no contento con escupir al piso donde duermen, acumulan basura para lanzar al río, es un deporte como tantos sin la mas absoluta conciencia claro esta. Para estar allí hay que estar en el río y tratar de olvidarse de lo otro. Sus aguas están prestas a atender a quien tenga la bondad de entrar en contacto con ellas. Yo, amante del sol en la lejanía, trataba de atrapar amaneceres y caídas de sol para tener otros cuadros en mis haberes y las mas de las veces dibujaba el contorno, la silueta que da la floresta desde el barco. La selva se ve profunda y también es como un iceberg, este es verde y con más aristas, es un iceberg con huéspedes que no se muestran, uno florido y frugal, exótico y misterioso. Hay que despertarse de vez en cuando para recordar que se esta navegando por el río mas grande del mundo y que respiras del pulmón que da aire a esta cansada tierra, entonces tal vez olvidas, en ese momento, las hamacas con sus hombres, esos capullos que no darán alas nunca jamás y te quedas a vivir en el río por largas jornadas mientras los motores del barco siguen activos y devoran millas acuáticas. El amazonas se alimenta con unos tremendos aguaceros que intimidan pues unas amenazadoras lluvias se dejan ver en la lejanía y piensas que toda el agua del mundo caerá sobre el barco, pero aquí la naturaleza tiene tacto y el agua va llegando con leves gotas que trae el viento y como aquí el ritmo es otro aparece una tempestad que se deja sentir solo por unos minutos, luego vuelve esa humedad aquí tan característica y vuelve la selva a suspirar. Adentro del barco en ese segundo piso donde mora todo un batallón se suceden esos rituales diarios a la luz publica. Cuelgan toallas mojadas de los barandales, ropa interior que alguien se atrevió a lavar. Las mujeres peinan sus frondosas cabelleras, el desfile de hombres que van al baño para tomar una ducha a cualquier hora del día, todavía me pregunto porque no usan camisa, los ancianos que se pierden mirando al horizonte por las ventanas y los niños que buscan cualquier rincón del barco para jugar. Las horas de comida llaman a interminables filas que se mueven con la lentitud de un perezoso. El barco es un albergue de mil rostros, de cientos de costumbres y de olores sin igual. El barco también es bodega flotante que lleva y trae, que abastece y libera. En el barco hay innumerables charlas con extraños pero también hay silencios que evidencian ese cierto desespero por llegar rápido a puerto. Los puertos son el descanso para nuestro gigante, son recibimiento y despedida, los puertos son pueblos que son interrogantes de donde hay vida. La vida en este río corre como loca y a pesar de su aparente quietud va desesperada, el mundo habla a través de sus riberas. A la llegada al puerto final este gigante de tres pisos duerme por espacio de ocho días para volver a llenar sus entrañas de mas historias.

Sobre Manaus

De vuelta al barrio, a las calles llenas de gente, a la cotidianidad de ir a comprar el pan en la mañana, los mercaditos con cientos de productos todos tan maravillosos, nombres diferentes para mi, los estantes repletos. Como recuerdo a Venezuela cuando veo esos estantes con cajas de leche, la escasa y codiciada leche que en el hermano país brillaba por su ausencia, pero bueno ahora es harina de otro costal y como lo decía estoy en el barrio, un barrio en cualquier lugar de esta histórica Manaus cuya selva y río lo impregna todo, aquí es el Amazonas, es la selva, el pulmón que se seca y todos quieren, el calor sofocante, el terreno húmedo y las lluvias que cuando llegan hacen saber que el cielo existe. El día que llegue a esta casa en el barrio Redençao, en la que fui inmensamente bien acogido, ya en la noche cuando todos dormíamos, el cielo se manifestó, el Amazonas dejo caer su fuerza con una tempestad digna de Dioses. De un momento a otro tuvimos que correr todos al patio, el gran patio de atrás de la casa para ir a luchar con el agua, hacer un convenio con la naturaleza y a nuestra humilde manera decirle que no entrara en nuestros aposentos, hechos con la herramientas que teníamos a mano intentábamos devolver el agua, esa que venia del cielo y la otra que se entraba de un pequeño río detrás de la casa. Puedo decir entonces que el cielo de Manaus me recibió haciéndome saber que estaba en sus terrenos, me gusta pensar ahora que los papeles se voltean, era yo quien venia a conversar con Latinoamérica y ella tan altiva como siempre se adelanta y pega primero y eso esta bien mi continente amado, así tiene que ser, hacerse sentir desde lo que profundamente eres. De vuelta a lo que es la casa diré que fue el espacio preciso donde recargue fuerzas y espíritu, ese que es tan necesario para trasegar estos caminos. Si Brasil quiso mostrarme con sus enormes distancias, sus desoladas rutas y su calor sofocante que esto si apenas comenzaba, ahora me tendía un abrazo y dejaba que entrara en el seno de una típica familia, pues ya era hora de ver esa otra cara, de hablar un mismo idioma y ser todos uno en un solo recinto. Cuando te encuentras muy agusto en un lugar tiendes a decir que estas como en tu casa, pero en pocos lugares logras experimentar esa complicidad y ternura del propio hogar, son muchos los detalles que hacen a una casa tu casa. En aquel barrio y en esa casa en especial llegue a sentir que estaba como en casa, eran una serie de circunstancias que formaban el tejido de una verdadera morada. Primero y como mayor componente esta su gente, esas personas que van disponiendo los pequeños detalles y hacen que el espacio sea perfectamente habitable. Marlio Luis es el amigo que me abrió sus puertas, él, junto con su abuela y su madre conforman ese dulce hogar. Hogar dulce hogar reza el dicho y así es aquí. Levantarse en la mañana y recibir los buenos días con una sonrisa incluida, empezar a ver como funciona la laboriosidad de esa empresa llamada hogar, ser invitado a la mesa para tomar el café de la mañana, ese café que aquí es tan dulce y yo que había eliminado el azúcar del mío no reniego ni por un momento de esta dulzura que me hace tanto bien. Con la madre y la abuela de Marlio, seres angelicales, empezamos a coser el fuego de la familia. Al principio como es lógico hay cierta timidez de parte y parte, son pocos los gestos y pocas las preguntas, pero luego de este buen intercambio de culturas, que me gusta pensar como una sola, hablo por supuesto de América latina, empieza a dar sus frutos. Nos desacartonamos y hay mas risas en la comida, todo estar allí es aprendizaje, entre el español y el portugués nos deleitamos conociendo nuevos términos y entonces la abuela me pregunta como se dice tal cosa y yo le cuento, ella atina a repetir, yo río, luego la historia se repite conmigo y así estamos todo el día aprendiendo y riéndonos, hablando de las lejanas tierras y de las músicas y frutos que las cobijan. Una de las cosas más cautivadoras de este hogar y ya como espacio físico es su patio, tan pequeño y tan grande, lo digo así ya que en un espacio muy reducido puede albergar una cantidad inmensa de frutas ( cupuaçu, açai, cajú, carambola, maracujá, banana roxa, ata, acerola, goiaba, abacaxi, manga), verduras y flores, yo les digo que viven en un pequeño paraíso, se que la abuela y todos los que allí viven se sienten orgullosos. Lo que más recuerdo es el árbol de maracuja en la mitad del patio y el tímido, pequeño pero frondoso árbol de gustosísimos carambolas, fruta que adoro. Lo otro de esos ocho días que pase en esa casa es pura camaradería, poder recorrer las calles de ese barrio y ver la vida en su estado más puro, sin ninguna máscara y lo mejor de todo es que aquel lugar no esta en ninguna guía de viajes, vuelvo a pensar en el viaje y siento que hago uno paralelo. Me gustaba atrincherarme en esa casa donde realmente descansaba y me sentía tan agusto y como apuntaba alguna vez este es otro de los viajes dentro del viaje. Claro que también hay espacio para dejar hablar a la ciudad y sentir como se mueve. De nuevo estoy en otro puerto y como lo apuntaba mi mejor amigo, soy un marinero que me muevo con un instrumento de pedal, la dama me sigue poniendo en estos puertos con una historia inmensa. Manaus, ese puerto que conecta con el río más grande del mundo, la del Amazonas, esta ciudad donde desembarcaba el mundo entero, con ese puerto que hierve de personas y navíos de todas las clases donde vibran las lenguas al pregón de viajes, alimentos y enseres. Al lado del puerto ese mercado que huele a pez y verduras, ese mercado con el delicioso nombre de un hombre que lleva por apellido, Lisboa. En este puerto con su río negro, verdaderamente negro, constantemente salen y entran barcos que van a contarle historias al río y a traer las que el también sabe contar. Las edificaciones del centro de Manaus hablan de esa prosperidad típica de puerto, prosperidad cambiante claro esta, así son esos puertos. El teatro Amazonas es fiel testigo de esa prosperidad. Un teatro bellísimo con unas dimensiones que asombran a cualquiera y un teatro que resiste y persiste, nada mas en aquel momento que transite por él, ofrece al mundo su famosa temporada de opera y yo desde afuera siento el sabor de las tablas. Las plazas e iglesias de Manaus también tienen mucho para contar, en mi memoria queda la plaza del encuentro de los continentes, yo fotografío a África y América y me gusta pensar que son una sola, esa África a la que tanto le debemos, esa otra África tan maltratada y excluida, habrá que ir en su momento allí a conversar con ella.
Así voy saliendo entonces de Manaus, con el sabor de hogar, la vivencia del puerto, los colores de las fachadas del centro y el espíritu arriba, todo esto como preparación para poder dar otro paso y surcar el Amazonas, fue la antesala perfecta.