Lo que yo quiero decir es América Latina...

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miércoles, 30 de abril de 2008

Brasil es una escuela solidaria

Lento lento fui pisando este gigante selvático. Una frontera silenciosa y tranquila me recibía aquel 5 de abril y una lengua nueva se dejaba escuchar, que ignorante me sentía al percibir solo sonidos que salían rápido de las bocas de mis interlocutores sin entender nada de nada. Fui cumpliendo con la ley, sellando mi pasaporte de lado y lado para sentirme como si recibiera otro premio de montaña en esta maratón. A diferencia de Venezuela, entre por una región muy poco habitada así que había cierto desconcierto por saber si estaba en la dirección correcta, pero así lo era, el camino marcado seguía la ruta. 230 kms me separaban de mi primer ciudad y con una energía desbordante pedaleaba sabiéndome en nuevas tierras. El estado de Roraima, cuya capital es Boa Vista, junto con el estado de Amazonas cuya capital es Manaus tienen escasas ciudades grandes, el resto de camino solo puedes ver Vilas y una que otra finca, en esa medida es un poco intimidante y te sugiere otra disposición para transitar estos parajes. El primer día y dada mi escases idiomática casi no logro acertar preguntar cuál era el pueblo más próximo, con esa energía de aquel primer momento pude llegar a una de esas Vilas después de hacer un larguísimo recorrido. Una Vila llamada Tres Corazones fue mi albergue. Un buen hombre permitió que posase mi carpa al lado de su negocio, cansado pero con muchos ánimos me instale, prepare mis alimentos, mientras veía como un grupo de mujeres se hacia la pedicura. En la noche pude cruzar unas palabras con el dueño del negocio, haciéndome a la hospitalidad brasilera y a la lengua por supuesto, cuestión que me interesa demasiado, pues mientras no domine la lengua siento que no puedo acercarme de una manera certera a este pueblo, también tengo que habitar el lenguaje. El día siguiente me tomo en Boa vista por fin, mi primera ciudad grande de Brasil. Allí estuve por dos días mientras descansaba y me adaptaba a todo, poder comprar un refresco en una tienda, preguntar una dirección, pasearme por una calle, en fin. Luego de Boa Vista a Manaus es el verdadero viaje de bienvenida, kilómetros y kilómetros por sortear, 758 para más señas. Pasito a pasito para ir conversando con este país y de pueblo en pueblo identificar el titulo de este escrito, Brasil es una escuela solidaria. He dormido en muchos lugares en este viaje, pero solo me faltaba pernoctar en una escuela y para mi gran agrado lo hice durante todo el recorrido a Manaus por todos los sitios que pase. Apelando a la solidaridad entre colegas, sabiéndome docente también, a cada escuela de estas que llegaba contaba mi historia de viaje, de estar escribiendo un libro que hablara de esta experiencia y mi cumplimiento en el papel de docente y muchas puertas de las escuelas se abrieron para mí. Primero había el gusto por tener un lugar donde morar y luego venia ese dialogo con la gente de allí. Recuerdo mucho la primera escuela en el pueblo de Iracema. Por lo general siempre se daba la misma dinámica en estos lugares. Yo llegaba al medio día, hablaba con su directora y este accedía a que me quedase en la escuela pero solo podía llegar al termino de la jornada académica, así que el resto de tiempo me tocaba pasarlo por fuera esperando, era un tiempo medio muerto pues todavía con bicicleta en mano y cansado debía esperar, pero poco a poco y con el pasar de las escuelas supe invertir este tiempo. En aquella primera escuela el tiempo lo invertí de una manera muy provechosa ya que había una biblioteca en el pueblo, pensé entonces en ir a tratar de leer un poco, pero me lleve una sorpresa grande al entrar en sus instalaciones. Esta era escuela que no contaba desde luego con muchos textos, casi todos eran de carácter escolar, cartillas y demás, algo de literatura y unas revistas, el centro lo ocupaban unos computadores que entretenían a los niños que acudían en masa allí. Mi deleite en aquel lugar fue un enorme mapa de Brasil que encontré, me encanta perderme en los mapas, trazar recorridos mentales y tratar de imaginarme cada lugar que aparece en la ruta. Lo maravilloso de este gran mapa era que traía las distancias entre ciudades y me apreste entonces a tomarlas para mi recorrido, de allí vino ese primer impacto del que ya he hablado en escritos anteriores, pero ahora me gustaría compartir esas distancias para que el lector se haga una idea de lo que hablo cuando digo que Brasil es grande, téngase en cuenta que yo haciendo una buena jornada hago 100 kms de pedaleo, miremos entonces las distancias:
Belém – Teresina: 930 Teresina – Fortaleza: 670 Fortaleza – Natal: 523 Natal – Joao Pessoa: 180 Joao Pessoa – Recife: 135 Recife – Maceió: 245 Maceió – Aracajú: 296 Aracajú – Salvador: 344 Salvador – Vitoria: 1193, Vitoria – Rio de Janeiro: 533, Rio de Janeiro – São Paulo: 429, São Paulo – Curitiba: 408, Curitiba – Florianópolis: 339, Florianópolis – Porto Alegre: 497, Porto Alegre – Pelotas: 278.
En algunas de estas escuelas tuve un contacto cercano con los profesores e inclusive pude acceder al salón de clase donde compartimos una somera clase de español sirviendo yo como profesor. Fue una experiencia sumamente enriquecedora que me hizo repensar mi labor como docente, la importancia de la docencia en la construcción de una sociedad, la pasión por lo hecho también. En este largo camino la geografía desafiaba por momentos, ya sea por lo empinado de alguna subida o por el mal estado de las carreteras que se presentaba algunas veces. La llegada a Manaus en sus últimos kilómetros es difícil, un eterno tobogán de bajadas y subidas dificulto mi llegada y a eso hay que sumarle que esta región amazónica posee unas lluvias temporales que asustan, de repente se desata un temporal durísimo que se calma a los pocos minutos. Pero al ver ese letrero que indica la bienvenida a la ciudad las energías se reponen y el ego se levanta al ver el letrero de ida que indica los kilómetros hasta la ya pasada ciudad de Caracas, algo se ha recorrido.
Manaus es otro puerto, esa otra ciudad que tuvo una prosperidad especial y nos muestra construcciones majestuosas como su Teatro Amazonas, que te roba algunos suspiros, con esa cúpula coronándolo y la bandera de Brasil inmensa en la cúspide y el color de sus fachadas, la nostalgia del tranvía que ya solo existe como pieza de museo, la plaza de la saudade, transpira nostalgia nuestro continente. Aquí se encontraban los mundos, se comerciaba con el caucho y era la conexión con la vena más grande de nuestra América, el río Amazonas. Sus mercados y su puerto hierven cual caldera, llena de cuanto puedas imaginar. De un lado el Rió negro tiene sus navíos expectantes, esos barcos que parece, pudieran llevar el mundo entero en sus entrañas y de otro los mercados con bodegas donde moran vegetales, peces, carnes en una armonía festiva, son pinturas esas disposiciones de frutas, es un perfecto collage la mixtura de artículos y el olfato se revuelca de sentir tantos olores al mismo tiempo. Todo sigue en ebullición en ese puerto que parece que no descansa y mucho más cuando es día de salida hacia la gran ciudad del otro lado de Brasil, me refiero a Belém, mi próximo destino. Después de una titánica tarea para conseguir mi pasaje de barco, en estas tierras del caos tropical, donde todo tiene un precio diferente dependiendo del humor de sus comerciantes, consigo hacerme al tiquete que me llevara a surcar las aguas, a conversar con brasil desde el agua, la selva y los días que se moverán desde las tablas.

viernes, 18 de abril de 2008

Un alto en el camino

Después de recorrer más de 3500 kilómetros en bicicleta, atravesar Colombia, toda Venezuela y una parte de Brasil, solo me quedar decir: gracias. Infinitas gracias a todas las personas que me han ayudado en el camino. Han sido días cargados de una extrema belleza donde la mano fraternal de la gente aparece y te ayuda en esos momentos que creíste todo perdido. Desde un pedazo de pan hasta un fraternal albergue y hasta eso tan extrañamente útil llamado dinero he recibido en todo el trayecto. Imposible olvidar a cada una de las personas que me han tendido la mano. A los buenos curiosos que preguntan, se admiran y quieren hacer algo porque el camino continúe. Al hombre camino de Bucaramanga que me ofreciera un espacio en la tarde, a Alfonso en la ciudad de Pamplona con su pastel y ayuda para el hotel, a la familia Pinzón y Carvajal en Colombia. A los empujones del camino. Recuerdo en Venezuela al tipo que me dijo: Ey Chamo para dónde vas?, monta la bicicleta. A la gente que a lo largo del recorrido llena mis termos con fría agua porque saben que la necesito. Al pueblo de Venezuela que sabe muy bien aquella frase que dijera aquel loco Argentino viajero y soñador, el Che: “La Solidaridad es la ternura de los pueblos”, Venezuela entonces sabe bastante de ternura. A todas las familias Venezolanas que abrieron sus puertas, sus corazones y pudimos compartir conversaciones y meriendas. A los que tocaron sus bocinas en señal de apoyo cuando me vieron desde sus autos en la carretera. A la policía Venezolana que supo ser tan humana y que derrumbo mis pre conceptos hacia ellos. A los bomberos de Tumeremo. Al paisa Don Carlos por recordarme la tierrita y su suprema ayuda. A Don Miguel por el amor a la bicicleta. Al hombre que me regalo 6 naranjas peladitas y listas para comer antes de llegar a nova colina. A las escuelas solidarias de Brasil por regalarme una noche y un plato de comida.
Y unas gracias enormes a ustedes que leen esto, a todos los que han podido dejar sus mensajes de apoyo en esta página, que significan tanto tanto para mí y me hacen saber que no viajo solo, son palabras que alimentan tanto como el pan y pagan tantos hoteles como un buen fajo de billetes. Sigamos pues, todos ustedes y los que quieran sumarse a este transparente viaje para construir puentes que nos comuniquen en esta, toda, nuestra AMÉRICA LATINA.
Hasta siempre mis compañeros de viaje, que sigan la comunicación y los pedalazos. Nos vemos en la próxima curva.

Reflexiones sobre el viaje

Primera
Viajar es estar propenso al desacomodo, viaja quien está dispuesto a salir de sus recetas y sabores diarios, quien es capaz de poner su paladar al servicio del azar y puede colocar su vista y sus sentidos a revolotear como locos a cada instante. Viajar es uno de los juegos más peligrosos que hay ya que siempre nos encontramos vulnerables y solo después de innumerables batallas en las que caemos derrotados, en el cuarto de hotel que no era, con el pedazo de pan más costoso y menos alimenticio en nuestra boca, tomando siempre el autobús que se pasa por diez cuadras, después de todas esas simples acciones de las que solo somos dueños en nuestro campo, en el de siempre, nos damos cuenta de algo simple pero de un valor incalculable, nos damos cuenta que estamos aprendiendo y de que somos más dueños de nosotros mismos. Es por esto que quien no viaja suele perderse y naufraga en las repetidas acciones las cuales permiten que nunca se encuentre. Viajar es una acción para valientes, no por el hecho de ir a buscar otras tierras o abarcar espacios en un gran desplazamiento, lo es en la medida que aprender de nosotros mismos puede resultar aterrador, levantamos la máscara de a poco y cada centímetro de piel nos da una oscuridad insondable. Por eso en los viajes no hay que perder el rumbo y saber que ninguna batalla ha sido ganada, que los dados no se han echado y es un juego cuyas reglas apenas se están estableciendo y existe un dictador invisible que las mueve a su antojo.

Segunda
Claro que la cuestión alcanzó a intimidarme y de manera poderosa. Eran una sucesión de números que se hacía más grande vez. Estoy hablando de cuando conocí por vez primera en este país (Brasil) las distancias que separan a cada una de las ciudades por las que pienso hacer mi recorrido. El hecho alcanzó a impactarme de tal manera, que como buen ser racional, solo atine a sacar cuentas entre distancia y días que me demoraría en llevar a cabo mi empresa. En un primer momento lo vi casi imposible, pensando que tendría que apelar al transporte de carro. Había que pensar como se sucederían esos días entre ciudad y ciudad, mirar el mapa y ver los pueblos apartados entre ellos, y ya con la experiencia saber que rodaría, que rodare por la nada. Vuelvo y digo que como buen ser que razona; recuerdo a Nietzsche cuando decía: “Desdichado aquel hombre que solo cuenta con su razón”, estaba ido, sacado de casillas. Llegue a pensar que no estaba haciendo lo correcto y que mi viaje se lo llevaría a pique todos esos kilómetros. Solo pensar en estar buscando por nueve días de intenso pedaleo una ciudad, en ese primer momento, era para desvariar. Puedo pensar ahora, con dos meses y una semana de estar rodando, que sería un hombre experimentado cuando hablamos de ruedas, pero me considero todo lo contrario, todavía temo a pinchazos y miro demasiado al velocímetro cuando pedaleo para sacar cuentas. Hasta ahora estoy aprendiendo a olvidarme mucho más del tiempo, el tiempo sobre ruedas tiene que darse de una manera diferente, es necesario pedalear con los ojos puestos en el camino y no olvidar la vida que va pasando a través de él. Pero volviendo al reto de las distancias y al de este país que cuando digo que es grande, las palabras quedan pequeñas ante tal magnitud. Rodando de Boa Vista hacia Novo Paraíso, durante tres días, si acaso empiezo a intuir como es la cosa. Pongámoslo de esta manera, Boa Vista – Manaus son 758 kilómetros de distancia, lo que conferiría más o menos 8 días de camino. Al principio me angustiaba pensar que me faltasen estos o tantos días para alcanzar esa meta, pero hoy, después de llegar a este lugar y manejar las cosas por mi cuenta, contar con una autonomía única para buscar hospedaje solidario con seguridad, procurarme la preparación de mis alimentos con presteza y luego tener la fortuna de encontrar un baño y ducharme confirmo este viaje de otra manera. Percibo que hay viajes al interior del gran viaje y que estos merecen ser aprehendidos de una manera supremamente inteligente. No es el tiempo que me tome llegar del punto A al B, son las estrategias y lo que me depare el camino entre esos dos puntos. Como diría el célebre escritor de viajes Paul Theroux, lo importante es el trayecto, no la llegada. Si llego corriendo al punto B incautamente, habré desperdiciado un trayecto que es un eslabón que forma la cadena del viaje. Lo que realmente importa es vivir intensamente, pero con una calma que asombre, cada uno de esos puntos. Hoy en Novo Paraíso, vislumbro una nueva forma de andar, tal vez sin tiempo, pero si con mucho espacio, o en lo posible, tratando de dimensionar esos espacios que me sean dado habitar. Cuando cumpla con el punto B, si he sabido llenar esos espacios, habrá entonces un lleno absoluto y los vacios que se deban dar serán abiertos con absoluta conciencia y no determinados por el afán, es decir a custodia del tiempo. Brasil entonces será una continua sucesión de espacios, de entradas y salidas, cumpliendo cada vez unos rituales que no cansan sino que liberan. Ir de un pueblo a otro, en el justo tiempo, alimentándose con lo preciso y sabiendo que mientras haya agua, unos granos de arroz, algo de fideos, habrá esa cierta estabilidad. Cuando aquello haya de faltar, será necesario entrar en otra etapa de aprendizaje, que de seguro será gustosamente aprehendida.

Rodando por el lomo del elefante y su posterior salida

Este texto lo debía y me lo debía, me refiero a las palabras que narran la estancia en la capital venezolana y la posterior salida del país.
Salí de Maracay después de una estancia bastante fraternal, esa mañana Don Oscar me acompañaba y veía como me alejaba aquella mañana de su ciudad, dejando un vínculo inquebrantable. Comencé a rodar en búsqueda de la capital caraqueña, yendo hacia la gran urbe y como en este viaje se sucede lo más inesperado la mañana corrió rápido ese día y luego de varias horas de pedaleo fue apareciendo, después de un largo descenso esa gran ciudad. Yo me preguntaba si en verdad sería Caracas y en efecto un aviso lo confirmo, ya estaba pisando a Santiago León de Caracas. Desde aquí el gran comandante en jefe decreta las leyes de su revolución sin libreto como reza el texto de Medofilo Medina. Imposible pasar por este lugar sin dejar permearse de su proceso, revolucionario llaman acá. Ese poderoso coctel nombrado “Socialismo del siglo XXI”, una mezcla de marxismo, leninismo, con Bolívar y el Che a la cabeza y la poderosa sombra de la revolución cubana como una gran hermana. Un trago que no muchos quieren beber, otro tanto no entiende y muchos más han bebido demasiado. El proceso revolucionario se sustenta en un discurso que llama la atención, hay una dialéctica allí que enamora, son fundamentos del deber ser, pero como dice un refrán en mi tierra: Del dicho al hecho hay mucho trecho. El trecho de la naciente República Bolivariana y los cambios que esta trajo, su estrella de mas en la bandera, el caballo en su escudo que cambio de dirección y ahora corre hacia el lado que mira su cabeza, la nueva moneda de nombre contradictorio, el bolívar fuerte que nace débil, este trecho, se recorre con dificultad. Como todo proceso tiene sus altas y sus bajas, pero ya la taza se empieza a rebosar, pues al pueblo le tocan la comida y esto tiene sus connotaciones. Cuando no se puede beber leche de una manera libre y ciertos productos desparecen fantasmagóricamente de los estantes en tiendas y supermercados hay una campanada de alerta. Las razones siempre serán un misterio, es una novela de suspenso esta historia, pues mientras el pueblo venezolano, que es más Caribe que nada, sigue refulgiendo en júbilo, bebiendo, haciendo parrilladas y bailando, sus costumbres sin una educación apropiada se ven sumamente afectadas. Cierto es que esto tiene que cambiar, pero recuerdo esos carteles grandes por toda la ciudad, unas enormes letras rojas sobre un fondo blanquísimo y pulcro que dicen: “POR AHORA…”. Así siguen las cosas en la buena capital. Allí llegue y no me quedaba más que conversar con esta, doblar sus esquinas e indagar en la calle por su historia donde la sombra de Bolívar se siente como ninguna. Al heroico Bolívar hay que reconocerle sus victorias pero pienso que también hay que saber tratar su discurso para no convertirlo en figura fetiche. Basta conocer su casa en el centro de la ciudad y maravillarse por los pasillos de ella, pensar en un infante Simón de la santísima trinidad que libertaria de alguna manera un continente que no termina de liberarse mientras las cadenas mentales sean más fuertes que las físicas y el proceso educativo deje los lastres ideológicos y se dedique a construir nación y ciudadanía sin resquemores, siendo consientes del aquí y el ahora para poder pensar en futuro. Recuerdo esa primera visión de los cordones de miseria en Caracas, esos barrios variopintos que se comen la montaña, duro ver como se esparcen por la periferia y en el centro de la ciudad las multinacionales enarbolan sus marcas sobre las cumbres de los edificios, contradicciones de esta revolución. Pero el miedo del que tanto me hablaron al venir acá y la inseguridad que me atropellarían apenas saliera a la esquina nunca me toco, como nunca me ha tocado el imaginario público de peligros geográficos en el camino ni figuras públicas amenazantes, es preciso vivir con tranquilidad pero siempre con los ojos abiertos este y todos los viajes. Seguí viajando por sus parques, el de los Caobos, donde me hablaron de su historia y sus tiempos mozos, ahora al parque se lo come el deterioro y pasa de arreglo en arreglo, pero hasta un concierto pude apreciar allí, una de esas bondades de la revolución, ver su plaza Venezuela con monumentos que hablan de un odio y obras de arte arañadas por la misma gente, por considerarse arte “Sifrino” o burgués para que se entienda mejor , el centro con sus esquinas calientes recordando el proceso revolucionario, viajando por ese gusano que va debajo de la tierra, un metro tranquilo y efectivo. Escuchando las historias de espacios recuperados y otros a la deriva. Esa fue la Caracas que habite. Luego al salir de ella, todo fue la otra cara de la moneda. Salir a lo otro, recorrer espacios donde las ciudades son más distantes. De Caracas salí hacia Puerto la Cruz, tres días de incertidumbre en cuanto a morada, ya que en el mapa solo se veían lugares apiñados y cada día iba trayendo su verdad. De las píldoras del camino se recogen las historias. En el puerto las cosas son a otro precio. La Cercanía con el mar y las casas suntuosas con yates a sus puertas y automóviles varios hablan de otra realidad, esta es la tierra del petróleo, ese oro negro en el cual nada este país. En este sector la diferencia se nota a leguas y de una calle lúgubre pasas al lujo y las construcciones elegantes. Además llegue en la temporada en que todos quieren estar aquí, así que la gente pululaba en las calles, gente de todos los estratos se amontonaban en la playa. Aquí volví a sentir el Caribe. A seguir aprendiendo el multicolor de lo que en apariencia puede tener uno solo, aquí el rojo no es tan rojo y los matices asombran. La salida del puerto sería mi preparación para el largo recorrido en Brasil, extensas jornadas me esperarían para llegar a la frontera. Hasta Ciudad Bolívar la batalla sería contra un enemigo invisible, el viento. Pedalear contra él es como tratar de correr una pared parado sobre una pista jabonosa, el viento aprieta pero hay que seguir y los pedalazos se hacen fuertes. Voy intuyendo por estos lares la otra Venezuela, en Ciudad Bolívar hay historia y color y un rio que se impone, el Orinoco. Desde su malecón puedes ver cómo pasa tranquilo pero diciendo, aquí estoy yo. La última ciudad grande, Puerto Ordaz sigue teniendo la predominancia del rio. Una ciudad que son tres juntas, San Félix, Puerto Ordaz y Ciudad Guyana son una. Uno se pasea medio desorientado adivinando cuando pasó el puente y está en la otra. La naturaleza habla en estos parajes, el parque de la llovizna es bello, una gran extensión de tierra con cascadas, ríos y una vegetación que te invita al descanso. Por acá la gente es más tranquila, pero sigues estando en el país de la política y su sombra va tocando todo. De Puerto Ordaz a la frontera, que es el pueblo de Santa Elena de Uairen es la travesía máxima. Muchos kilómetros y poblaciones pequeñas. De las píldoras del camino podemos beber para recordar este recorrido. Pero para rescatar hay que hablar de la gran sabana, ese tesoro venezolano, con sus tepuyes, cascadas y ríos, un lugar por el que el pedalear es un oficio lento y cuidadoso, por el viento y además donde te sientes en medio de la nada, un desierto verde donde de vez en cuando viene una ligera lluvia. Allí tuve un día negro con pinchazo abordo y desperfecto de mis herramientas de viaje, pero nada que empañara la belleza del lugar. Santa Elena de Uairen es el límite, aquí va acabando el país para mí, aquí ya se siente Brasil, la otra lengua se escucha y las placas de los carros me indican que es hora de pasar. Un pueblo pequeño pero típico de frontera con su comercio abundante y lugar de paso indicado para muchos. Yo miro hacia atrás y veo la espesa República Bolivariana de Venezuela y no tengo más que una absoluta gratitud con su pueblo, la gente, su gente, la recuerdo como un lugar alegre que no es solo política y digo: ¡Naguara! (expresión venezolana que denota asombro) he recorrido Venezuela en bicicleta.

Paginas de diario

Abril 3 – 2008 La Gran Sabana Día 62

Día negro, un día de desolación. Primero empecé con una subida que pintaba 40 kilómetros, una de esas subidas que matan. Pero nada que hacer, salir al camino y enfrentarla. El camino es bello, hay muchísima vegetación, escuchas las chicharras y a los pájaros cantar, yo voy resolviendo la subida y de a poco sorteándola, pero no viene de más una ayuda y aparece una camioneta que se ofrece a llevarme yo que soy hombre práctico monto a ella rápidamente. Desde el carro las cosas se ven a otro precio, es una velocidad que le imprime otro carácter a los elementos, veo lo largo que hubiera sido el recorrido de haberlo hecho en la Dama, tal vez toda una jornada. Al llegar a lo alto; donde no hay una bajada como presupongo, comienza esa gran planicie que es la gran sabana venezolana. Con un clima agradable y un amague de lluvia empiezo a darle duro al pedaleo, a comerme los kilómetros, a ver todas las señalizaciones que indican saltos y ríos cercanos, muchos en este trayecto, esta parte es bastante turística. La sabana no lo es tanto y algunas ligeras subidas me retan. El día avanza y yo empiezo a hacer cuentas de donde pernoctar, por supuesto ha de ser al lado del camino y si hubiera suerte al lado de uno de esos hermosos ríos. Pregunto a los locales y me animo a hacer unos cuantos kilómetros para buscar ese anhelado rio. Pero pasa lo inesperado, allí, en medio de la nada. Un clavo, del tamaño de los clavos de Cristo perfora impunemente mi llanta trasera atravesando el neumático de lado a lado, lo ha echado a perder. Sin pensarlo dos veces desmonto todo para cambiar el neumático. Después de cambiar el neumático exitosamente empiezo a inflarlo y mi gusanillo saca la mano. La situación es desesperada in extremis. Por allí pasa un auto cada 10 o 15 minutos y el terreno no está nada apto para instalar la carpa, estoy a un día de camino del próximo pueblo. Decido hacer auto stop para tener la suerte de llegar a Santa Elena y ello me lleva dos horas sin ningún éxito. Fueron dos horas en las que múltiples pensamientos pasaron por mi cabeza. Además de sentirme en el más absoluto desamparo que fuera posible, me sentía como un bebe que fuese dejado en medio del desierto, allí tan imponente y con una desazón suprema. Como pude, hice terreno, monte mi carpa y destape una lata de Caraotas (frijoles) y todavía con ese sentimiento de desamparo y el susto de dejar a la Dama por fuera de la carpa, me atrinchere en la empanada (Mi carpa) que fraternalmente me acogió. A pesar de todo fue una noche tranquila, el viento quería arrasar mi carpa, pero nos mantuvimos fuertes y pude dormir. Esta fue entonces la primera y única noche en la gran sabana venezolana.

lunes, 7 de abril de 2008

Píldoras del camino

Aquí van algunas anécdotas acontecidas en el camino que merecen ser relatadas.

Durmiendo en una estación de policía.
Sabía que la cosa era así de simple, que el camino traería sus vericuetos, sus incidencias, que el día en ocasiones se apagaría en cualquier lugar pero que el mismo camino me iría enseñando a adelantarme a él. Hasta ese momento solo había tenido una de esas experiencias donde el camino se agota porque se cumple con el kilometraje del día y el cuerpo no da más. Y es que en este viaje a esta maquina que es el cuerpo hay que cuidarla y bastante. Aquella vez fue camino a Bucaramanga, así sin mas y después de esas inexpertas primeras jornadas y aun mas neófito de lo que me encuentro ahora tuve que dormir en algún lugar que ni se que era, parecía un local el cual quería revivir después de un tiempo de muerto. No pudiendo poner mi carpa el suelo fue mi colchón, noche dura aquella, sin baño, presa de los zancudos, eterna. Pero no todas las noches en carretera traen pesares, la experiencia de esta vez es en Venezuela, saliendo de Caracas, donde me adentraba en uno de los trayectos más inciertos de mi viaje. Pequeños pueblos me separaban de mi meta, Puerto la Cruz, un poco más de 300 kms, que me llevarían tres días de rodar. Llego el primer día y entre cálculos, horas y kilómetros marque mi destino, un pueblo llamado El Guapo, cuyo único hotel se encontraba copado, solo quedo entonces volver al camino, solvitur ambulando. Mí cuenta kilómetros marcaba casi 150 kms y había que tomar medidas desesperadas, aparece entonces un puesto de bomberos, allí voy con mi historia sobre ruedas para pedir una posada solidaria. Los bomberos, hombres alegres y festivos me indican que allí no podré pernoctar pero que con seguridad me podrán ayudar en el puesto de policía que se encuentra al lado. Con gran escepticismo voy con uno de los bomberos, un moreno que no termina de asombrarse por mi aventura y dice: verga chico hay que hechale bola, desde Colombia en bicicleta, que arrecho tu eres. En el puesto de policía, una instalación grande y con una zona verde bastante generosa donde por sorpresa me recibieron de la mejor manera. Después de un chequeo de identidad tengo vía libre para instalar mi carpa y quedar cómodo y seguro. El baño para gusto mío se me da en un río cercano para completar una jornada particular. Los baños de allí no funcionan, pero las aguas naturales fluyen y encantado de por fin hacer algo de lo que tenia ganas hace rato calmo mi fiebre por esas claras aguas. Nada profundo el río, apenas llegaba hasta más arriba de mis tobillos, me baño mientras unos pececitos nadan alrededor de mis pies. Limpio y renovado voy un rato a compartir con los bomberos, allí recibo comida y bebida mientras nos reímos con las historias de cada uno. Me invitan a jugar un partido de fútbol, pero el cansancio me vence. Ellos por su parte se divierten como niños, yo los veo jugar mientras como. Allí tengo otra amistosa conversación con el policía que fue mi anfitrión, un tipo bastante joven, que con apenas 23 anos ya llevaba un buen rato en el cuerpo policial. Este generoso me regalo comida, bebida, medicinas y siempre me decía: chico, tú te vas, nosotros nos quedamos. Quien lo necesita más?.
Este hombre, un policía, hace que mi mirada hacia estos sujetos se sanee un poco por decirlo de alguna manera. El me cuenta de sus duras experiencias para entrar en la policía, su vivencia en el monte, el entrenamiento en otros países. Nunca olvidare cuando llegue allí, a pedir posada a la policía de Miranda, el momento en que entre, bastante animados ellos veían la ultima cinta de rambo y exaltados comentaban con precisión sobre armas y estrategias de ataque. Pero volviendo a Franklin (el policía), asombra la bondad de este hombre que se siente feliz de haberme podido ayudar. Él tiene familia en Colombia, intercambiamos información y de seguro la vida nos pondrá de nuevo en camino. La noche en mi carpa y al resguardo de estos sujetos es placida, hay una leve lluvia y yo ni la siento. Amanece, monto mi bicicleta, recojo los termos con agua fría y me despido muy temprano para seguir camino. Axial fue entonces una placida noche en una estación de policía al lado del camino.

Entre humos y pinchazos

El camino de Caracas a Puerto la Cruz seguía trayendo sus sorpresas y esta si seria considerable para mi. La Dama de los radios ardientes, mi bicicleta, se había portado excelente hasta el momento, bueno y lo sigue haciendo, hablo de que habíamos rodado más de 1500 kms y no teníamos un solo pinchazo a nuestro haber. Era el día e que debía arribar a Puerto la Cruz, un camino con un sol incomparable, angosto, árido y con vegetación bastante seca a los lados. Para completar el cuadro yo llevaba un ligero malestar estomacal que me hizo detener en más de una ocasión para pedir un baño con suma urgencia. En una de estas ocasiones me detengo a toda velocidad si ni siquiera reparar en el lugar, voy al baño corriendo (al natural como me diría su dueño), al volver todo están alrededor de la dama y empiezan las consabidas preguntas y la admiración no demora en aparecer. Entonces uno de ellos anota: pana estas pinchado. Efectivamente asisto a mi primer pinchazo del viaje. Lo cómico de la situación es que me había detenido sin fijarme en una caucheria, un montallantas como lo llaman en Venezuela. Así que me siento protegido, además la amabilidad sigue imperando y un bonachón hombre fumando su cigarro natural me ayuda de la mejor manera. Hablamos someramente de política, de lo que tanto se habla aquí, pero también hablamos de los productos de mi tierra que le gustan tanto a este hombre, en particular cierta hierba de la tranquilidad. Después de una ligera reparación la dama queda lista para el camino, fuerte y altiva como siempre. Pienso que el nombre que le puse a mi bicicleta no puede ser más apropiado. Ella es toda una dama, venir a pincharse en un montallantas la primera vez, eso es tener tacto y ser educada, toda una dama que sabe surcar los caminos.

Cuando la gente sabe de hospitalidad

Ya había pensado aquello de que el corazón se debe seguir ensanchando conforme voy avanzando en este viaje, pero las expectativas se ven rebozadas. Por momentos cuando las luces aparecen apagarse en el camino, viene luego un chorro de luz que lo ilumina todo. Sabia que la salida de Puerto Ordaz traería un recorrido durísimo, me esperaban jornadas muy largas donde la tarde y la llegada serían inciertas. La primera noche estuvo colmada de buena energía cuando sin mucha esperanza me acerque a ese puesto de policía y aquel hombre de muy mala cara, el cual no paraba de escupir al piso, parece que no veía con muy buenos ojos mi estancia allí, pero al ver que todo estaba en regla y que mis razones eran fuertes me dejo poner mi carpa en sus terrenos. Mis pequeños rituales de comida y arreglo de mis implementos de viaje fueron cautivando a los que allí estaban. En ese sitio la tarde era particular puesto que uno de los policías, un hombre muy muy joven, era visitado por su familia y junto con ellos estaba su joven esposa con su pequeño hijo de tan solo tres meses. Todos muy animados celebrando el cumpleaños del joven policía. Con mucha suerte me dieron a probar de un rico postre que prepararon, siempre viene bien algo de dulce. De hecho mi cuerpo lo necesitaba. Entre todos, la familia y los otros dos policías fuimos compartiendo historias y creando el buen vinculo de la amistad. Así fue como en la noche me invitaron a dormir cómodamente en su casa, la casa de los policías. Casa que hace poco les habían hecho, un lugar bien equipado con cuartos todos ellos con aire acondicionado y baño. Una cómoda casa en medio de la nada donde me sigo sorprendiendo de que el ser humano puede acometer acciones de una pureza insospechada.
Al otro día al llegar al pueblo de Tumeremo, vuelve la vida a sorprenderme casi borrando la acción de la noche anterior. Lo digo en términos de fraternidad y emoción. Mi bicicleta necesitaba una leve reparación y di con un hombre que ha sabido entregar de una bella forma su vida a las bicicletas. Por supuesto las conoce al derecho y al revés y al conocer mi historia trata a la dama con sumo cuidado. A mi parecer el hombre es un genio, un prestidigitador haciendo pases mágicos cuando cambia, quita una llanta, pone un parche. En la velocidad que el hombre hace aquello yo solo bajaría mis alforjas y sacaría los implementos. Conversar con Don Miguel es sumamente gustoso, pues quienes amamos las bicicletas nos dirigimos a ellas con un afecto que asombra a quien ni se atreve a montarlas. Para rematar, el asombro llega cuando voy a comprar un inflador que necesitaba pues con el que se salí de viaje no sirvió para nada. En este acto sin trascendencia, el de la compra aparece otro sujeto especial. El tipo que me lo vende tiene un acento que reconocería a leguas. El hombre es paisa, para más senas de Medellín, un paisa de pura cepa. El señor Carlos Botero. Yo la verdad me alegro bastante y ahora que lo pienso me extraño de que cuando en mi tierra me tuviera aburrido ese dejo del acento, aquí, casi dos meses sin escuchar a un paisa, vibro de alegría y al identificarnos como semejantes vienen esos acentos marcados, los dichos de la tierrita, la evocación del lugar. Don Carlos obviamente es un hombre amable y dicharachero que entre cuento y cuento vende cuanto cachivache quepa en su enorme tienda. Les expreso mi afecto, mi alegría por encontrarlos, ellos también se alegran y se asombran con mi historia, él si sabe exactamente de donde vengo. Al igual que con Don Miguel hay fotos para poder llevarse el recuerdo en forma de imagen. Las costumbres no se pierden, estés donde estés y bajo las condiciones que sean. En este país donde la leche no aparece por los estantes y la gente desespera por tenerla , Don Carlos me ofrece un enorme vaso de leche fresca, de verdad, recién venida de la vaca. Es una locura, no puede saber mejor ese vaso de leche. Terminamos la conversación y viene una somera despedida y este hombre que apenas me conoce y que nos une un vínculo de tierra se conmueve con mi travesía y para acabar de ajustar y ya después de haber hecho bastante con su presencia y amabilidad, me ofrece algo de dinero. No hemos visto nada, la vida no dejara de sorprendernos hasta que nos hayamos ido y si eso quizás.