Lo que yo quiero decir es América Latina...

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martes, 26 de agosto de 2008

Río de Janeiro – Santos. “Sumergido entre fuego, montaña y mar.”

Días de pedaleo: Agosto 8 – Agosto 14, 500 kilómetros.

Salir en bicicleta de una ciudad como Río de Janeiro es una cosa totalmente de locos. La ciudad es un fiero animal que va despertando y cuando menos piensas va detrás de ti en picada, manda una horda de voraces autos de los más variados tamaños para atacarte, ella es una estratega, te va conduciendo por calles tranquilas en las que todavía no han despertado sus compinches, te va llevando a un cruce donde ya vas intuyendo la situación y luego, cruzas un puente, pasas una calle y no hay escape, estoy en la avenida Brasil, la salida para tomar la carretera Río – Santos. Después de mucho estudio decidí que era esa la mejor salida, el camino rápido pero con el mayor peligro, todo el transito pesado entra y sale por allí y así como aviones hacen garabatos en el aire para entrar y salir de Río, los carros mal escriben con su estela de humo y el tremor de sus latas en las avenidas. Un hueco, dos huecos, el camión, el bus inter urbano, el tipo del taxi que casi no te vio, ¡uf!, de nuevo el hueco con agua, ¡zas!, cuento los kilómetros, miro los carteles, todavía en Río, la ciudad no acaba, no se agota, nunca termina ni comienza, aquello de la selva de concreto no es cuento. Quiero ir en búsqueda de una carretera que me traerá una de las combinaciones más bellas en todo Brasil, montaña y mar. A veces se me agotan las palabras y aparecen constantes de palabras en mis escritos y digo mar y vuelvo a repetir y lo vuelvo a decir y el mar y siempre el mar y los colores que trae y su sal y los juegos con el, pero es así y no tiene más como, no siento error en repetirlo. Escribo esto cuando ya he efectuado todo su trayecto y me queda el mejor de los sabores de boca que me ha dado el asfalto y el paisaje brasilero. Si bien es cierto que la carretera geográficamente hablando es una de las más difíciles de atravesar, pues se tienen que sortear subidas en las que más bien parece que escalaras, batallar con el frío y a veces la lluvia, las recompensas son de una magnitud casi indescriptible. Poblada de ciudades como Mangaratiba, Paraty, Ubatuba, São Sebastião, la carretera con sierra, mar y montaña es una combinación perfecta de belleza, te vas abriendo camino con dificultad por esos caminos donde la niebla a veces es reina, subes una montaña y luego en la cima ves una bahía con una gran extensión de mar con esas olas inmensas haciendo espuma y un buque que viene de tierras lejanas, ya con aquello se compensa una ardua subida. Y que decir cuando algunos barquitos se agrupan en una playa pequeña como si estuvieran conversando, yo pienso que si están conversando, que se cuentan sus cuentos de historias marítimas y que no paran de hablar, ahí, tan tranquilos con las velas guardadas para no andar más y solo mecidos por la brisa que se hace tranquila cuando anclan. Por esta región es muy común ver a esos pescadores aficionados, hombres mayores que han conseguido lo necesario para hacerse a una buena caña de pescar, tienen las piezas justas para ir a tirar el lazo y cazar la cantidad de peces justa que de para el día, o bueno, no se, talvez solo lo hagan por deporte, el acto mismo de pescar ya es una terapia, ellos van por lo general con otro amigo, preparan la carnada, aseguran la caña y lo otro es espera y conversa mientras el pez cae para estremecer la vara que va enrollando hasta traer la presa, el trofeo que guardaran en su cajita junto con los otros peces. En Mangaratiba fue cuando vi por primera vez aquello, en la bahía mientras esperaba a conseguir algo para instalarme y terminar de nuevo y con la mejor de las energías en un hotel que me cediera la secretaria de deportes, otra de las constantes de la Río – Santos, la gente si que sabe de solidaridad y alguien que me dijo que todo cambiaria en el sur y yo fui al sur y no, las cosas no cambiaron, se puede enfriar el clima pero esta gente tendrá siempre todo el calor de los hijos del sol que son. Entre camino y camino hay soledad de montañas, que no es tanta, que es diferente, el camino angosto te abraza entre ladera y ladera y esa brisa fina que junto con las subidas varias hace que falte la respiración, agota, pero ya lo dije, se abre el mar como un inmenso telón que muestra la mejor de sus obras y aquellos barquitos…todo olvidado. En algunas ciudades como Paraty por ejemplo, la arquitectura lo dice todo, además de los barquitos que conversan en puerto, en otrora exportadora de oro en el periodo colonial, los colores de sus casas de fachadas limpisimas son en si mismo pequeñas obritas de arte, fondos blancos y acabados de colores hacen que sea fácil darle y darle vueltas a esa ciudad cuyo centro histórico encanta, encontrando en cada vuelta un lugar que con certeza no viste en la última pasada, la casa de la cultura y su teatro de bonecos, de Paraty para el mundo entero, terminan de fascinar. Seguiría luego mi camino rumbo a Ubatuba donde me regalarían unas rectas para llegar hasta el y encontrarme con una ciudad donde la bicicleta es usada por muchos, se abren ciclo vías junto con las calles para autos, como debe ser, se siente uno aquí tan seguro sobre ellas y los parqueaderos donde están todas, en las bibliotecas, los supermercados, las madres y padres que recogen a sus pequeños también en bicicleta, disponen una pequeña silla para sus niños, rueda la familia junta. No hay que ir hasta Ámsterdam para ver el uso de la bicicleta. Mi próximo destino es São Sebatião y las laderas vuelven a tomar la palabra, ellas que me dirigen entre pueblitos que no aparecen en mis guías. Juego con el calor y el frío y en los últimos kilómetros vence el sol, ¡victoria!, además vuelvo a tener una de esas compañías que me gustan. El tipo trabaja en un pueblo y va a otro moviéndose siempre en bicicleta, 20 kilómetros de subidas y bajadas, no hay problema, tiene el mejor transporte, él mismo me lo manifiesta. Aprovechamos cuando hay acostamiento para hablar, conversar sobre Brasil, que mejor conversación para mí, reafirmar lo que he pensado desde el primer día que entre aquí, lo que es virtud y también mal, su tranquilidad. Este hombre en su buen portugués me dice con uno de esos sinónimos que me encantan: el pueblo de brasil es muy sosegado. Sosegado, tranquilo, calmo. Tanto que a veces no se da cuenta de sus problemas o lo que es peor, se da cuenta y no quiere enfrentarlos, mientras haya Feijão, churrasco y fútbol no hay problema, yo digo que si lo hay, mientras ello nos ciegue para no hacer nada ante lo que no debe ser. En aquel pequeño recorrido con ese hombre hay espacio para que también me vaya hablando de su ciudad, de donde vivió, de su familia y hasta me de un rápido vistazo turístico. Que buen sabor de boca dejan esos encuentros. En São Sebastião hay que ir a Ilha belha, cruzar en el ferry boat en el que muchos vamos en bicicleta, es bello ver como este medio de transporte se impone aquí. Recorrer la isla para visitar mas barquitos y numerosas playas, calles de piedra, predios llenos de verde. Volver a São Sebastião y encontrar un pequeño centro con el mismo sabor, volver a pensar en el viaje y aquello de mantenerse en movimiento, allí se reafirmo la idea.
En todo este trayecto tuve el mejor hospedaje de todos, el que más me gusta, pernocte en todas estas ciudades con el cuerpo de bomberos de cada lugar, esa fue mi casa, conté con la suerte de que donde llegaba había uno y siempre, siempre, fui recibido de la mejor manera, sigo pensando que la condición para ser bombero es que tienes que ser un buen hombre y tener una cuota de buen humor y disposición para con los otros, así son los bomberos con los que me encuentro, los que me dan la bienvenida con tortas, asados y no dejan que falte un plato de comida, donde esa expresión brasilera “Fica a Vontade” nunca tiene tanto sentido como allí. A los bomberos de Frade, Paraty, Ubatuba, São Sebastião, mis mas sentidos agradecimientos, gracias por hacer que la carretera Río – Santos además del paisaje más bello de Brasil haya tenido una de las mejores gentes con las que pude haberme encontrado. Gente y paisaje con sentido hacen el ser del viaje, lo otro es sal de mar y olor de montaña.

Keep on Moving

Ya no recuerdo el nombre del escritor que contaba esta anécdota que ahora entiendo tan bien, se que era argentino y que sucedió en la Patagonia, cuando aquel hombre se encontró a un ciclista que venia dándole la vuelta al mundo en su bicicleta. Cuenta que era flaco y callado, pero lo capital de la anécdota era que el ciclista decía que al principio de su viaje quería escribir un libro pero que luego, con el correr de los días se fue dando cuenta que el mundo sobre la bicicleta se hacia demasiado grande y lo de la escritura hasta pasaba a un segundo plano, lo importante decía era: mantenerse en movimiento. Pienso en el hombre de la bicicleta y me doy una mirada en la que voy reconociendo rasgos comunes, tal vez seamos una nueva raza de hombres y el mundo entonces tal vez si se mueva cada día. Somos una raza de hombres flacos y callados que vamos encontrando la naturaleza del silencio, pues quien viaja solo comparte largos monólogos que son quebrados en el papel que tiende a ser su extensión o en las gastadas conversaciones con otros que son el eco de la misma historia, la suya que se repite en cada cuerpo y la de los otros que no varia de a mucho. Lo de mantenerse en movimiento se establece como regla única, incluso cuando se esta quieto, es decir, se embarca en un lugar y todavía hay movimiento continuo, hablamos por los pies y el espíritu nos va moviendo, pero la constante de todo es la estela de silencio que vamos dejando a nuestro paso. Claro que aquí estoy entrando en vagas generalizaciones metiendo a una cierta porción de la humanidad en un mismo saco y se que todavía no se ha tejido el costal para abarcar cualquier manada, a lo sumo he visto redes, algunas enormes para cazar peces, los hombres con su carga de problemas y ruidos son más pesados, no hay con que atraparlos, las carnadas para atraparlos pueden ser más simples tal vez, bueno, eso es otro cuento. Hablaba de mi reconocimiento con el hombre flaco de la bicicleta, tan flaco como para hacerle un quite al sol y robármele la sombra, ¿Será que la sombra nos habla de la existencia?, se me cuela el sol entre los cabellos y en el espacio que queda por los dedos de las manos y mis ropas que se hacen transparentes por el gasto, el paso del tiempo, soy entonces un asomo de sombra sin más ruido que el de mis pisadas y el rodar de los aros de mi bicicleta, la soledad entonces es la condición propia, la única, la eterna compañera que rompe solo el viento y la lluvia cuando me agarra y salto en improperios contra ella, aunque ya la se llevar. El movimiento es morfina que cura momentáneamente, el movimiento es conducto por los caminos de esta guerra que solo terminará con la estocada final, mantenerse mantenerse mantenerse mantenerse mantenerse mantenerse en movimiento, es la consigna que traza un camino con crueles verdades. Mudará el paisaje cada día es verdad, despertare con nuevos soles y goterones diversos, me saludará la blanca nieve con su manto de pulcritud, tendré el sabor de muchos cansancios y deberé seguir en camino, pero el monólogo, el monólogo será la sombra que proyecto, un monólogo transparente, no puedo cargar con mis historias en la espalda, no me gusta promocionar mi vida, la pluma es mi desvergüenza porque algún vicio he de tener. Los he conocido cargando banderitas y mapas a cuestas, siendo maquinitas aventureras de publicidad, y no esta mal, cada cual se mantiene como pueda y quiera, el grito de otros es y tiene que ser lo bastante sonoro para que les abra su camino, yo me armo de susurros y llaves de diplomacia para abrir los canales que creo ciertos, también soy un aliado del azar al que me gusta tener como compañero, él y la incertidumbre son mis cartas, como se puede ver entonces soy un prestidigitador sin trucos esperando que la paloma y el conejo estén todavía en el sombrero. La morfina no se consigue todavía en los almacenes de cadena (una lastima), por eso el movimiento ha de ser perpetuo y entonces se sucede como el mito de Sísifo y arrastro mi piedra, solo que yo la acompaño corriendo cuesta abajo y entonces busco otros caminos para lanzarla, eso es, busco todos los caminos para lanzar la misma roca, una roca que son todas las saudades y la misma, de esas como de muchas solo tengo una, paseo mi nostalgia y desesperación buscando paisajes de ensueño donde arrojarla, soy lanzador olímpico de bala, encuentro paraísos de agua y selva y la lanzo lejos, lejísimos, pero la vida es como en las caricaturas y las nostalgias son el personajillo molesto que por más lejos que lo arrojemos apenas nos damos la vuelta aparece ahí y tenemos que cargarlo hasta el próximo paraje, así el personajillo aquel que en medio del camino hace de las suyas y apesta como mal aliento, hiede como axila sudorosa, se infecta como llaga, la nostalgia se alimenta de lo podrido y crecen gusanos que son andariegos, pero los gusanos pueden ser semillas que esparce el viento y van a dar a los cables de luz o los techos de las casas, sobretodo en los pueblos y lugares pequeños, así pues que tenemos jardines en las nubes y todo por una nostalgia podrida que se alimento del movimiento y voló y fue y se fue y se hizo. Reconocerse en el movimiento trae los pesares propios de cada decisión, es como decidirse a destapar un caño para encontrar un anillo con una enorme piedra de esmeralda o saber que puede salir una jauría de cucarachas. La decisión del movimiento es reconocerse nómada y absolutamente solitario, pues por más “lacitos” electrónicos que se establezcan, tu condición será siempre la de la soledad. Siempre habrá una constante despedida con gente que tal vez jamás volverás a ver, resulta que con algunos de ellos podrán haber habido mejores relaciones, entonces la despedida es una lagrima en sostenido cuya sal lo damnifica todo, pero las más de las veces es un hasta luego mentiroso, un ADIOS.

Río de Janeiro, una pintura musical.

Se me antoja que para hablar de una ciudad como Río de Janeiro, habría que hacer tal cual como si elaboráramos una pintura, entonces yo tengo mi forma particular de tomar la paleta de colores y empezar a hacer las mezclas necesarias para que vaya apareciendo la ciudad tal cual la viví.
Desde Niteroi que es la ciudad próxima ya avistaba una Río nebulosa, no se si por la polución o por el clima mismo, no entre sobre ruedas a ella, tuve que regar una acuarela de color azul claro que sirviera de puente chorreado sobre la bahía de Guanabara, estaría entrando en una barca grande que suele ser el medio para conectar la ciudad, al lado hay un trazo del largo puente de 13 kilómetros para los que llegan sobre cuatro ruedas. Por ese tranquilo lago de tinta azul la barca sobre la que palpito me va enseñando en pinceladas varias la ciudad de la Samba misma. Desembarco en un puerto amarillo y no dejo de ver el movimiento de aviones que vienen y van, hay garabatos en el aire, es Río de Janeiro pintada por muchas manos. Ya no estoy en los pueblitos donde cruzo dos calles para encontrar mi morada, aquí es necesario que tome fuerte la pluma y haga un trazo firme para marcarme mi camino que es largo, así que por avenidas inmensas, por esa Presidente Vargas en la que me sumerjo tengo que hacer tachones y marcas firmes abriendo trocha y tener el cuidado de no ser borrado del mapa por salvajes buses que vuelan sobre el pavimento. Esta es la bien nombrada Río de Janeiro, un organizado caos en el que de momento solo tengo tonalidades grisáceas. Voy al barrio Vila Isabel, cerca del monumental estadio de fútbol Maracaná, el mismo de los años 50, el del maracanazo, una bola parecida al mundo, blanca y azul por fuera con un centro verde, capaz de albergar miles de almas que se arrancan los pelos, gritan y lloran, donde se sucediera aquel mortuorio silencio cuando Brasil perdiera la copa del mundo ante Uruguay. En Vila Isabel, barrio bohemio y de famosos compositores de Samba pasaré mis días. Como recuerdo sus aceras de la avenida 28 de septiembre, ellas también fueron dibujadas y luego esculpidas, tapizadas todas en esa piedra portuguesa, pedacitos blancos y negros, ¿Y como se les ocurrió distribuirlos? Otra pintura a lo largo de la avenida, en esas aceras hay ritmo, al comienzo una guitarra, luego la frase de una canción de Samba con su respectivo compositor y luego un pentagrama con las notas de la frase, caminamos sobre música, es el dibujo perfecto. Río de Janeiro, que también fuera capital hace mucho alberga moradores de todo Brasil, yo que tuve oportunidad de conocer el nordeste, en junio, en sus fiestas juninas, me doy cuenta ahora que la nostalgia sigue persiguiendo al hombre, es su sombra que no se esconde con lunas, soles ni nubes, el hombre la erige a como de lugar, aquí en Río entonces hay un lugar donde los nordestinos han ganado su espacio, un predio gigante donde cada sábado hay una fiesta nordestina típica, música, dulces, comida por doquier. De las viejas pinturas tuve que volver a untarme para dar una pasada a mi memoria. A veces de afuera todo se ve de un solo color y por eso pareciera que por ejemplo Francia fuera París, Argentina Buenos aires, México el DF, y Brasil solo Río de Janeiro y más que Río, Copacabana e Ipanema, es como que si de su bandera multicolor solo viéramos el verde que la puebla, olvidando la pequeña pero profunda circunferencia azul, esa circunferencia me llevaría a sumergirme por vez primera, como no lo había hecho en 4 meses aquí en Brasil, en las aguas de su archifamosa Ipanema, y no estuvo mal para mi que gusto mas de contemplar el infinito océano que probar de sus profundas mieles saladas. Un agua fría que combatía el calor, una arena blanca para olvidar los días oscuros y unas olas orquestando la sinfonía de un chapuzón armónico. Y como no estar en Ipanema sin tararear la letra de Vinicius de Moraes y la música de Tom Jobim, como no bañarse en sus aguas de cara a la arena y no ver a la chica de Ipanema que todavía se pasea por allí, es innegable, el bueno de Vinicius junto con Jobim pusieron música a una realidad palpable “mira que cosa más linda, mas llena de gracia…”. Luego viene más color y con la paleta llena de oleos, vinilos, temperas, crayones y demás, dibujo las montañas que pueblan a Río, las mismas de las favelas; que como algunos de curiosidad morbosa que no es mi caso, no vi, las montañas que conectan una y otra parte de la ciudad, por eso hay que poner tinta negra en la base de ellas, hacer un puntito y crear un túnel, túneles que nos dan paso a otra cara. La montaña sobre la que se erige el cristo redentor, el corcovado que no se cansa de mirar a Río de Janeiro, de dibujarla en su estatismo absoluto, las montañas que hacen que en un contorno y otro surja una playa, aquí y allá, la de flamenco con su parque inmenso lleno de árboles de almendro que por esta época pintan sus verdes hojas de amarillo ocre para formar un tapete sobre la arena. Esta la otra playa de Botafogo circundada por piedras que habitan felinos que retozan en ellas viendo el mar, ¿en que pensaran estos peludos amigos?, con ellos compartí caricias la vez que fui a pintar la ribera de Río de Janeiro, desde su centro hasta Leblon. No soy el único que pinta aquí, muchos hablan en las paredes en la ciudad poblada de graffitis, firmas anónimas, firmas y firmas en todas las fachadas, garabatos en códices contemporáneos y muchos dibujos más en cada pedazo de ladrillo arrumado en algún lugar.
Tendría la suerte en Río de vivir una de las experiencias que aquí es casi una religión, me refiero como no, al fútbol, danza de 22 hombres tras una bola donde miles de almas revientan a cada giro de ella, y que mejor lugar para vivir todo esto que el mítico Maracaná. Tarde de domingo, Flamengo con la mayor torcida del mundo enfrenta al Cruzeiro, esa esfera se tiñe de rojo y negro, pero allá en un rinconcito una mancha blanca y azul no se cansa de animar, son los del Cruzeiro, la religión esta en todas partes. Pisar el interior del Maracaná en un juego del Flamengo es algo que toca hasta una persona que como yo no encuentra mayor atractivo en el fútbol, pero pienso que aquí el juego es la excusa, aquí reina la fiesta en esto que por supuesto es un templo donde se baten palmas al unísono y el coro de las graderías salpica hasta el gramado. Y que decir cuando el balón se inserta en la red del contrario y la euforia se sale del estadio, es la catarsis total. Ese día que el Flamengo estaba en casa no venció, todos salieron tristísimos, menos yo y los del Cruzeiro claro está. Cuando salí todavía me vibraban los cantos y las palmas en la piel, los múltiples madrazos que los furiosos hinchas proferían contra los jueces.
Ahora, la paleta de colores debe usar los oscuros y algunos encendidos para hablar del tradicional barrio de Lapa, histórico y rumbero. Lapa el de los arcos que llevan al barrio de Santa Teresa, Lapa de caserones casi abandonados y otros tantos convertidos en bares, bares por doquier, punto de encuentro de todos, multitud de colores en la noche, Lapa de rumba y Samba, barrio que canta a ritmo de pandero y guitarra el ritmo que bailan en carnaval y cuando no también, Brasil es carnaval siempre, los cariocas lo saben, Lapa oscuro de fachadas caídas, hoteles de solteros con damiselas en la acera para acompañar la soledad, mujeres de todos que visten sombrilla para que el escaso maquillaje que llevan no se corra con esa lluviecita fina que cae, para que no corran sus clientes tampoco, Lapa que canta en cada rincón hasta la madrugada los ritmos que tanto saben los locales y que nosotros los de paso solo tarareamos, estupefactos, queriéndonos robar cada nota, pero es que son tantas tantas, Lapa decadente y ampón pero a la vez fraterno, Lapa al asecho. Esos son los barrios donde acontece la vida.
La Dama sabía de todos estos cuentos míos y se antojo de que la llevara de paseo, no se quería perder Río y ella que resulta más andariega que yo me mostró las otras caras que no había visto y me llevo a despedirme de Copacabana e Ipanema el día que no las poblaba la multitud, en esa hora que va cayendo el día y la noche pintaba otra historia de las muchas que todavía tiene para contar Río de Janeiro.

Vitória – Río de Janeiro. “Rodovia do Sol”.

Días de pedaleo: Julio 28 – Agosto 2, 500 kilómetros.

Cerrar el capítulo de Vitória fue difícil como ciertos enlaces que hago en este viaje por América Latina. Después de pasar un fin de semana absolutamente familiar en esa ciudad donde queda otro pedazo de corazón, salí. Otro fantástico desayuno brasilero fue la antesala de la despedida. Esas mesas como cornos de la abundancia, las frutas frescas, el pan recién salido del horno, los rituales que desembocan en la mesa que es donde todo vuelve a comenzar y entre pan y café se sabe entonces que el día tiene que ser mejor. Un abrazo para ir al camino y entonces me voy internando en la ley del pedal. Estoy antes de Vitória, en el municipio de Serra así que debo remontar los 24 kilómetros que me separan de ella, luego al llegar a la misma ciudad empieza la lucha con los automóviles, pero hay sol, hay alegría por lo que aconteció e inclusive me sigo encontrando amigos de las motocicletas que me saludan a la salida de Vitória. Para salir de ella podría haber cruzado un puente gigantesco, alto como ninguno e ir tomando rápido la carretera que me llevara por la “Rodovia do sol”, pero esto no fue posible. Hace mucho el paso para peatones y bicicletas se restringió, muchos escogieron aquel puente para acabar con su vida y así solo te podrías suicidar ahora si vas en carro, yo solo tenia intención de cruzar al otro lado así que tuve que bordear la ciudad para salir, no importa, fue una buena excusa para despedirse de ella, volver a su puerto a saludar a los gigantes que van despertando en la mañana y a los que llegan de no se sabe dónde, los buques. Entre avenidas que voy descifrando y otros puentes menores me veo entonces en una carretera hermosa, la “Rodovia do Sol”, plana, extensa, recta y custodiada por el astro Rey, con acostamiento, parece que volara entonces y los kilómetros no se sienten y el mar, siempre el mar saludándome, un mar de color verde esmeralda con una arena amarillo ocre. En la carretera hay una nutrida venta de ollas de barro, “panelas”, como las llaman aquí, tres por 10 reales, ¡llévelas, promoción! Esas ollas me recuerdan, como no, al calor de casa, el olor de una comida hecha con amor y el sabor de la tierra entre frijoles y caldos gustosos. Sigo por la Rodovia buscando mi primera parada, la pequeña ciudad de Anchieta, a la Beira del mar, él la saluda todos los días y con sus calles de piedra nadie sabe del mal vivir ni el estrés aquí. Eso lo supe cuando buscaba a una persona que me ayudaría aquí. Buscando a una persona di con otra y como siempre, no fue un mal encuentro. El tipo que lleva una camiseta de un moto club sale del bar, todavía con un vaso de cachaça en la mano de la que me ofrece un poco, debido a mi cansancio no acepto, empezamos a trabar una conversación y me ofrece llevarme a mi contacto, él lo conoce, así es este Brasil, te lleva de la mano mientras conversa y ríe, mientras te hace uno más de los suyos. Por esas cosas de la vida, las ocupaciones de siempre, de los otros, da un viro mi posada y me veo en la casa de mi primer interlocutor, un motociclista, un aventurero, bohemio, amante de la música, cocinero de buena mano. Vovó (como es llamado) me ofrece su casa como si me conociera de siempre, siempre con una sonrisa y una canción en la boca, su casa también es otro pedazo de paraíso, parece que todos lo fueran, entre gallinas, cachorros recién nacidos, cocos, limones, graviolas hay una armonía. El agua de coco, una comida típica, Bobó de Sururú y camarón son mi bienvenida lo otro es la tranquilidad, o sea la felicidad. El camino demanda atención, pedalear no es siempre ir hacia el frente. Yo quería seguir por toda la playa, por mi carretera del sol y pueblos pequeños donde te saludan al paso y por un descuido fui de nuevo a la desolada y directa, BR 101, buscando el estado de Río de Janeiro y me vi en el Brasil de carreteras desoladas, las que te hacen temer un poco en procura de albergue, en las que el tiempo no se siente porque no hay nada mas que floresta. En los mapas no aparece nada y las líneas rojas esconden las pequeñas poblaciones que existen. Hay que sacar la información de la gente y se que más adelante aparecerá, Morro do Coco, así se llama la población junto con el cansancio del día, de una jornada larga hacen que tenga que buscar hotel infelizmente, entonces las sabanas blancas arropan el cansancio y caigo sin saber nada más hasta el día siguiente. Los hoteles dan desayunos, parece una regla aquí en Brasil así que bien, casi dormido todavía llego a una mesa llena de gente y el cerebro no se conecta más que para untarle mantequilla al pan y comer, el barullo de los otros ni me llega, las manadas tienden a hablar en voz alta cuando se juntan…hay más pan. Del hotel Silva, ahí en la misma carretera salí tarde, el confort, va creando la comodidad y la comodidad crea modorra, tengo que respirar para salir de nuevo al camino donde kilómetros más adelante un nuevo pinchazo me traería otros recuerdos, el mundo no es plano, ni liso y hay alguno que otro pincho por ahí. Me sorprendo de lo rápido que reparo a la Dama y con el atraso de las cobijas y el pinchazo mas la soledad del paisaje con las montañas como compañeras cruzo de estado. Hay otra constante al cruzar los estados, la desolación es notoria, parece como si corrieran la línea de construcción de los pueblos y para mi el próximo siempre se encontrara lejano y esta vez no fue la excepción. Serrinha, aparecería cuando ya el cuerpo no daba más (quien sabe) había que buscar algo para comer y volver a la vida. El instinto de supervivencia en estos pueblos donde no hay nada de nada, la escuela cerrada, no hay una iglesia y donde el puesto de policía es comandado por un solo hombre, ponen a prueba mi condición de viajero. Terminaría este día durmiendo en una extensión de tierra que el buen hombre que rebajara el almuerzo diera para mí, él me dice: no es mío, pero igual puede quedarse, no hay problema. Que bueno aquello donde la tierra no es privada…para el hombre. Al día siguiente ocurriría un suceso para mí, son esos hechos que te demuestran que no sabes de que estas hecho hasta que intentas algo, 155 kilómetros en un día me dejan bastante cerca de Río de Janeiro, llego a Río Bonito. Lo de los 155 kilómetros me sorprendió bastante, sobretodo por la manera en que los pude hacer, tranquilo, con calma, acompañado por las montañas que no dejan de recordarme a Colombia, claro que las montañas esta vez no significaron subidas como en otras ocasiones, pero si un desértico paisaje donde solo ellas eran soberanas, había que levantar la cabeza para mirarlas bien arriba, allá erigidas como gigantes dormidos. En Río Bonito me doy cuenta que hay un puesto de bomberos, estos hombres nunca cerraran sus puertas mientras puedan ayudar y allá voy, solo que el puesto que esperaba resulta ser un pequeñísimo trailer donde por supuesto no hay espacio para mi, pero si una ayuda, una comida, la disposición para ser recibido amablemente. Allá me doy cuenta por boca de ellos que hay un encuentro de motociclistas en la ciudad, esas carambolas de la vida me siguen poniendo en el punto cierto. La “Galera” de motociclistas vuelve a recibirme como a uno más de la casa, hay un espacio para camping y vuelvo a dormir cercano a mi Dama, mientras en el día observamos el fraternal encuentro de los motorizados que en la noche vuelven a jugar a ritmo de Rock and Roll. Al otro día es incontenible la emoción de saber que solo 60 kilómetros me separan de la mítica Río de Janeiro y la carretera que va hasta la ciudad por vez primera no esta desolada. Aquí en Brasil parece que todo aconteciera en Río o en São Paulo, estas ciudades comienzan mucho antes de aparecer, ciudades cercanas las anteceden y todo va hacía ellas, por eso casi que desde que salí de Río Bonito me sentía ya en Río de Janeiro pero ya en Niteroi la ciudad que esta antes de cruzar la balsa, definitivamente sabes que vas para Río. Cruzo esa bahía y desde lo lejos se ve el contorno de la ciudad y siento que necesito dibujar su interior…

jueves, 7 de agosto de 2008

Vitória. ¿Esta precisando una ayuda?

Lo de Vitória fue caso aparte, la solidaridad de estos pueblos no ha dejado de manifestarse un solo minuto, en sonrisas, abrazos y conversaciones de calle y de salón. Lo de Vitória fue un desafío, una muestra de que la confianza puede campear incluso en las ciudades grandes donde se ha solido perder, por el miedo infundido. Ya he dicho muchas veces que no voy buscando, si no más bien encontrando cosas, casos, gentes y en última instancia, lugares. Mi “modus operandi” para procurar una posada va variando y afianzandose cada vez más en cuanto a los pedalazos que voy dando. Los portales de Internet, hospitality club y Couch Surfing, son una muestra de que la solidaridad de los pueblos esta presente, es gente que se decide a confiar y abrir las puertas de su casa para que venga el mundo a ellos, con este sistema en las principales ciudades me he hospedado y he podido conocer la otra cara de los lugares que habito. A Vitória llegue con un par de contactos que creía, como en muchas ocasiones funcionarian,venia de hacer una maratonica jornada de 15 días de pedaleo, bajando por el estado con mayor litoral de todo el Brasil, Bahía, recorriendo 1200 kilómetros. Llegue y empecé a recorrer todavía en mi bicicleta con el sudor de la jornada y de los muchos días de pedaleo, toda la ciudad, cuando llego a una de estas urbes siempre me voy acercando al centro, desde allí creo tener un cierto control de desplazamiento para lo que venga, pero esta acción se convierte en todo un desafío, pues después de días en una relativa soledad del camino por el que solo transitan camiones y uno que otro carro que va de paseo, me veo envuelto en una masa de hambrientos buses que están en la guerra del centavo, automoviles que no respetan y un desenfreno de velocidad que atropella. En Vitória no fue la excepción y como pude llegue al centro y en una de esas salas con computadores que ofrecen Internet me di cuenta que no tenia posada, lo bueno fue que estos seis meses de viaje ya me dan una cierta tranquilidad para controlar mis actos y no ser presa del desespero. Tome mi bicicleta y sin pensar en cansancio fui donde los bomberos, esos que apagan incendios, rescatan y que también me han curado tantos cansancios en este viaje cuando pueden ayudarme, pero lastimosamente esta vez no podían hacerlo, las cosas no parecían funcionar en esta ciudad, pero no importaba, el sol brillaba y los ánimos seguían arriba, pedaleaba al lado del puerto y los grandes navíos me saludaban, ellos venidos de no se que tierras. Quedaba la ayuda de la policía que ha sido la otra mano amiga en el viaje, pero debía volver a cruzar la ciudad, la iba conociendo mientras buscaba, no dejaba de mirar el puerto y la bahía y ese mar metiéndose entre las montañas, las de piedra y arena, inmensas y de nuevo piedra y cemento dispuestos, formando historia en parques y edificios. Fue entonces que detrás de un bus enorme me sale un hombre mayor, pequeño y de paso fino con esa pregunta que venia tan de él, tan sincera, ¿esta precisando una ayuda?, yo le cuento para donde voy y en ese momento no se que estoy hablando con un viajero, un amante de las motos, de los caminos, de la aventura, el presidente del moto club “Escorpiones del Asfalto”, el me lo va contando todo cuando caminamos un par de cuadras por el centro de Vitória en dirección a su trabajo, su trabajo en el puerto. De una manera fraternal me pone en contacto con otro viajero, Eduardo Prata y así se me abren las puertas de otra casa, de una persona que me acaba de conocer y me da su voto de confianza, geniales sorpresas que da la vida. Poco sabia del mundo de las motocicletas, más bien poco se de los vehículos movidos a motor, pero esta gente que me puso el destino me fue enseñando, a través de su pasión por ellas un poco de lo que es su mundo, tantos mundos como hombres, tantas verdades. Eduardo ha hecho varias aventuras épicas en su moto, recorriendo toda América y Australia hasta el momento, se propone recorrer el mundo entero de a poco y el día que llegue a su casa un canal local le hacia una entrevista para hablar un poco de su próxima aventura que será Europa, yo escuchaba atento y me iba alimentando de sus historias. Luego vendrían algunos paseos por la ciudad y a empaparme de ella. En uno de aquellos después de una buena comida Eduardo me lleva a una vista nocturna de la ciudad desde lo alto de un hotel en la ilha do boi, ella tiene otra cara de noche, sus bahías y los barrios enclavados en las montañas hacen que tenga la condición como el mismo lo dice de que sea una “ciudad pesebre”, cada barco y barquito tienen su máscara en la noche. De la convivencia con Eduardo y sus viajes me quede pensando mucho en el tiempo,eso que suele atormentar tanto al hombre, él hacia unos recorridos larguisimos en muy poco tiempo y bueno es su condición, de hombre que trabaja y tiene que cumplir con una obligación, pero siempre puede más su condición de conocer el mundo, pienso en mi viaje y de cómo va, lento, muchos me dicen que soy afortunado, puedo disponer de lo que muchos no tienen: tiempo. Yo lo voy sintiendo cuando por los caminos despoblados, las carreteras donde puedo detenerme a saludar a los pájaros el tiempo no cuenta, no cuenta para cantar cuando voy sobre la bicicleta y paso de un estado a otro y me maravillo aun más o me detengo a hecharle el cuento a todos lo que quieran oírlo, en esos pueblos pequeños hay unos receptores mas amables, mas desprevenidos digamos, ellos también comparten otra concepción del tiempo que no es la de las ciudades grandes. En aquella casa hasta habría tiempo para un contacto con los medios de información, un canal local de televisión se interesa por mi aventura y tengo la oportunidad de compartir con ellos esta experiencia, compartir una charla en una lengua que no es la mía pero que ya voy aprehendiendo y entonces se que estoy creando los puentes necesarios que me acercan a su pueblo.
Volviendo a Vitória, después de pasar unos días en la casa de mi primer anfitrión, mi amigo Romildo me extiende la invitación para que pase unos días con su familia y vuelvo a atravezar la ciudad, saliendo un poco de ella, al municipio cercano de Serra, unos días cerca de la playa, con su esposa y su pequeño hijo de 3 años de edad. En esta casa entre churrasco y cerveza, tradiciones tan brasileñas, aquella familia me hace sentir toda su hospitalidad, con este hombre puedo conocer un mundo que antes no conocía,el de las motocicletas,un mundo que creía cerrado y en el que me doy cuenta que hay una familia absolutamente cariñosa. Esos hombres con chaquetas de cuero, vestidos todos de negro, a los cuales vemos como seres rudos, sobre sus enormes motos ruidosas, escuchando rock and roll, no son mas que una familia de tipos que parecen niños de una bella manera, divirtiéndose sobre sus motos y que me acogieron como a uno más. Bien lo recuerdo en esa fiesta a la que asistí y en la que no me sentí para nada ajeno y entre rock and roll y motos fui uno más de ellos.
En ese pedacito de la ciudad de Serra, Romildo me contaría de sus viajes y proyectos, de su deseo por terminar sus días en aquel lugar cuando construya su propia casa, de lo afortunado que se siente por tener al mar tan cerca, de su anhelo por visitar la patagonia argentina y me sigue hablando de su club de motos, se siente el orgullo por la labor cumplida, en los albumes de fotos que dan cuenta de esos viajes puede uno ver con que empeño se cumplen las actividades del club, cuanto orden hay allí, ratifico la condición de que son niños que no se cansan de jugar, esa es la condición que muchos olvidan, olvidan el juego y caen en la trampa entonces.
De Vitória me tengo que llevar ese recuerdo de la hermandad, de la gente que entiende la condición de ser viajero y extiendo para ellos mi más sincero y generoso abrazo.Hasta siempre galera,nos vemos en todas las curvas del mundo.

Este escrito esta dedicado a todos los motociclistas del Brasil y en especial a mi buen amigo Romildo.