Lo que yo quiero decir es América Latina...

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domingo, 11 de mayo de 2008

Sobre Manaus

De vuelta al barrio, a las calles llenas de gente, a la cotidianidad de ir a comprar el pan en la mañana, los mercaditos con cientos de productos todos tan maravillosos, nombres diferentes para mi, los estantes repletos. Como recuerdo a Venezuela cuando veo esos estantes con cajas de leche, la escasa y codiciada leche que en el hermano país brillaba por su ausencia, pero bueno ahora es harina de otro costal y como lo decía estoy en el barrio, un barrio en cualquier lugar de esta histórica Manaus cuya selva y río lo impregna todo, aquí es el Amazonas, es la selva, el pulmón que se seca y todos quieren, el calor sofocante, el terreno húmedo y las lluvias que cuando llegan hacen saber que el cielo existe. El día que llegue a esta casa en el barrio Redençao, en la que fui inmensamente bien acogido, ya en la noche cuando todos dormíamos, el cielo se manifestó, el Amazonas dejo caer su fuerza con una tempestad digna de Dioses. De un momento a otro tuvimos que correr todos al patio, el gran patio de atrás de la casa para ir a luchar con el agua, hacer un convenio con la naturaleza y a nuestra humilde manera decirle que no entrara en nuestros aposentos, hechos con la herramientas que teníamos a mano intentábamos devolver el agua, esa que venia del cielo y la otra que se entraba de un pequeño río detrás de la casa. Puedo decir entonces que el cielo de Manaus me recibió haciéndome saber que estaba en sus terrenos, me gusta pensar ahora que los papeles se voltean, era yo quien venia a conversar con Latinoamérica y ella tan altiva como siempre se adelanta y pega primero y eso esta bien mi continente amado, así tiene que ser, hacerse sentir desde lo que profundamente eres. De vuelta a lo que es la casa diré que fue el espacio preciso donde recargue fuerzas y espíritu, ese que es tan necesario para trasegar estos caminos. Si Brasil quiso mostrarme con sus enormes distancias, sus desoladas rutas y su calor sofocante que esto si apenas comenzaba, ahora me tendía un abrazo y dejaba que entrara en el seno de una típica familia, pues ya era hora de ver esa otra cara, de hablar un mismo idioma y ser todos uno en un solo recinto. Cuando te encuentras muy agusto en un lugar tiendes a decir que estas como en tu casa, pero en pocos lugares logras experimentar esa complicidad y ternura del propio hogar, son muchos los detalles que hacen a una casa tu casa. En aquel barrio y en esa casa en especial llegue a sentir que estaba como en casa, eran una serie de circunstancias que formaban el tejido de una verdadera morada. Primero y como mayor componente esta su gente, esas personas que van disponiendo los pequeños detalles y hacen que el espacio sea perfectamente habitable. Marlio Luis es el amigo que me abrió sus puertas, él, junto con su abuela y su madre conforman ese dulce hogar. Hogar dulce hogar reza el dicho y así es aquí. Levantarse en la mañana y recibir los buenos días con una sonrisa incluida, empezar a ver como funciona la laboriosidad de esa empresa llamada hogar, ser invitado a la mesa para tomar el café de la mañana, ese café que aquí es tan dulce y yo que había eliminado el azúcar del mío no reniego ni por un momento de esta dulzura que me hace tanto bien. Con la madre y la abuela de Marlio, seres angelicales, empezamos a coser el fuego de la familia. Al principio como es lógico hay cierta timidez de parte y parte, son pocos los gestos y pocas las preguntas, pero luego de este buen intercambio de culturas, que me gusta pensar como una sola, hablo por supuesto de América latina, empieza a dar sus frutos. Nos desacartonamos y hay mas risas en la comida, todo estar allí es aprendizaje, entre el español y el portugués nos deleitamos conociendo nuevos términos y entonces la abuela me pregunta como se dice tal cosa y yo le cuento, ella atina a repetir, yo río, luego la historia se repite conmigo y así estamos todo el día aprendiendo y riéndonos, hablando de las lejanas tierras y de las músicas y frutos que las cobijan. Una de las cosas más cautivadoras de este hogar y ya como espacio físico es su patio, tan pequeño y tan grande, lo digo así ya que en un espacio muy reducido puede albergar una cantidad inmensa de frutas ( cupuaçu, açai, cajú, carambola, maracujá, banana roxa, ata, acerola, goiaba, abacaxi, manga), verduras y flores, yo les digo que viven en un pequeño paraíso, se que la abuela y todos los que allí viven se sienten orgullosos. Lo que más recuerdo es el árbol de maracuja en la mitad del patio y el tímido, pequeño pero frondoso árbol de gustosísimos carambolas, fruta que adoro. Lo otro de esos ocho días que pase en esa casa es pura camaradería, poder recorrer las calles de ese barrio y ver la vida en su estado más puro, sin ninguna máscara y lo mejor de todo es que aquel lugar no esta en ninguna guía de viajes, vuelvo a pensar en el viaje y siento que hago uno paralelo. Me gustaba atrincherarme en esa casa donde realmente descansaba y me sentía tan agusto y como apuntaba alguna vez este es otro de los viajes dentro del viaje. Claro que también hay espacio para dejar hablar a la ciudad y sentir como se mueve. De nuevo estoy en otro puerto y como lo apuntaba mi mejor amigo, soy un marinero que me muevo con un instrumento de pedal, la dama me sigue poniendo en estos puertos con una historia inmensa. Manaus, ese puerto que conecta con el río más grande del mundo, la del Amazonas, esta ciudad donde desembarcaba el mundo entero, con ese puerto que hierve de personas y navíos de todas las clases donde vibran las lenguas al pregón de viajes, alimentos y enseres. Al lado del puerto ese mercado que huele a pez y verduras, ese mercado con el delicioso nombre de un hombre que lleva por apellido, Lisboa. En este puerto con su río negro, verdaderamente negro, constantemente salen y entran barcos que van a contarle historias al río y a traer las que el también sabe contar. Las edificaciones del centro de Manaus hablan de esa prosperidad típica de puerto, prosperidad cambiante claro esta, así son esos puertos. El teatro Amazonas es fiel testigo de esa prosperidad. Un teatro bellísimo con unas dimensiones que asombran a cualquiera y un teatro que resiste y persiste, nada mas en aquel momento que transite por él, ofrece al mundo su famosa temporada de opera y yo desde afuera siento el sabor de las tablas. Las plazas e iglesias de Manaus también tienen mucho para contar, en mi memoria queda la plaza del encuentro de los continentes, yo fotografío a África y América y me gusta pensar que son una sola, esa África a la que tanto le debemos, esa otra África tan maltratada y excluida, habrá que ir en su momento allí a conversar con ella.
Así voy saliendo entonces de Manaus, con el sabor de hogar, la vivencia del puerto, los colores de las fachadas del centro y el espíritu arriba, todo esto como preparación para poder dar otro paso y surcar el Amazonas, fue la antesala perfecta.

1 comentario:

Troyana dijo...

Se respira amor en este texto; amor del amarillo de la mágica carambola, amor del anhelado hogar, amor de la bellísima expresión de tu rostro, bajos esos ojos soñadores en la casa de tu Manaus.
Aquí, en este pasaje de texto, en este viaje de viaje, se respira la candidez del amor.