Lo que yo quiero decir es América Latina...

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domingo, 5 de octubre de 2008

Saliendo del gigante

Había pensado que mi salida de Brasil comenzaba en la ciudad de Curitiba, de allí era cruzar el estado de Paraná y listo, estar en otro país, pero ahora que lo miro en retrospectiva y con gran dificultad escribo estas atrasadas líneas siento que mi salida comenzó mucho mas tarde, cuando partí de la ciudad de Santos en el estado de Sao Paulo. Desde aquel lugar donde también deje otra tajada de corazón todo se me hacia más difícil, cada kilómetro me recordaba las vivencias de lo recorrido, nunca avanzar fue tan difícil. La misma ciclo vía que me recibiera en Santos me llevaría a su salida, esta se extendía y me creaba un puente casi hasta la otra ciudad, era increíble sentir como iba navegando aquella mañana con un mar de bicicletas a mi lado, muchas personas yendo a su lugar de trabajo en esas dos ruedas movidas a motor de corazón, yo me iba alejando y cambiando de paisaje, me iba con el olor de mar en la piel, de la última vez que viera el océano a mi salida de Brasil. Esas mañanas en las que pedaleo después de mucho tiempo estático no se me hacen tan difíciles y ayuda el sol y los abrazos que todavía llevo puestos. Vuelvo entonces a los pueblos y ciudades de paso, esos pasos me llevan a mi primera, Itariri, ruedo con la Dama buscando un lugar donde embarcar y estos brasileros siempre tan de brazos abiertos no demoran en dejarse ver y en invitarte a “Batir un papo”, que no es otra cosa que tener una conversación, este humilde hombre que vende salgados, me confiesa su amor por la bicicleta, los viajes hechos y los que tiene en su cabeza por realizar, me invita a un salgado con suco, siempre le sobra uno de mas para el amigo que llega. Los cultivos de bananas y los guayacanes amarillos, llamado aquí IP amarelo, me llevaron a este pueblo y el camino seguía para ir hasta Cajati donde el sol me azotaba y terminaría durmiendo en un coliseo deportivo acogido por los locales, viendo esa pasión tan brasilera por el deporte y entre volley y fútbol todos pasean por allí, en la noche siempre hay espacio para otra conversación, para preguntarse de donde se es y que es Colombia y que es Brasil y preguntarme que significa la ignorancia sin encontrarle una respuesta, ¿será eso?. Luego en otro trayecto Brasil me vuelve a recordar su magnitud al dejarme perder por horas entre colinas y descensos interminables cruzando por una de sus muchas áreas de protección ambiental, momentos en que solo conversas con la naturaleza y piensas si esa colina que subes te llevara al cielo. El calor del día anterior ahora es frío intenso acompañado con neblina al cruzar al estado de Paraná. Un puesto fiscal de esos que hay a la entrada de cada estado sería mi morada, la carpa de nuevo mi refugio y el ruido de los autos que arrulla, amigos interesados por mis historias y un café en la mañana para empezar a entrar a mi salida. Hasta aquí venia la Dama con sus llantas originales pero hubo el gran campanazo de alerta cuando desde kilómetros atrás ignore el hueco que creció hasta que el neumático se saliera por la llanta, cuestión que no me permitiría llegar pedaleando a mi próxima ciudad, pero se cierra una puerta y se abre otra y por la cercanía de amigos de aquel puesto fiscal viajaría de nuevo unos cuantos kilómetros en camión, en la compañía de esos solitarios seres, zorros de camino, conocedores de cada curva, comedores inquebrantables de kilómetros. Se cruzarían nuestras historias, las de sus veinte años a bordo del volante y la de mis tímidos recorridos de una épica aventura. Otra despedida que rodaba en la pista y así llegaba a mi última capital de Brasil. La fría e impresionantemente organizada Curitiba me recibía. Tuve que rezar mientras pedaleaba en busca de un buen taller de bicicletas para comprar mi primera llanta y con gran suerte lo conseguí allí en pleno centro, puse a mi Dama de radios ardientes de nuevo lista para el combate con otra pequeña reparación que necesitaba. En Curitiba entras a otro Brasil, otra cara de las muchas que tiene. El Sur de la marcada influencia europea, el de polacos, italianos, alemanes, las cabelleras rubias, los ojos verdes y azules que se pasean entre esos guayacanes amarillos que me recibieron, época de ellos para que exploten en las calles y dejen su tapete de flores. La Curitiba de mil parques para perderse en ellos, el del alemán con su senderito de Hansel y Gretel, el de la opera de Arame con su teatro precedido con lago y cascadita, estructura donde se han presentado algunos grandes, el parque de Tangua, tan nuevo tan grande, planta alta planta baja, otro lago otra cascada, vas de aquí para allá, fuentes y jardines, esa es la Curitiba para la gente. También lo es la de la afición al vino, los quesos, las aceitunas, la de su mercado central tan organizado que no parece latinoamericano, con locales donde puedes encontrar todo lo que quieras y entre finos olores y sabores te endulzan el recorrido. Tan común como para encontrar un local japonés en el que no entiendes nada y se encuentran productos rarísimos, así es esta Curitiba tan organizada y pluricultural, con su sistema de buses que copiaran los ingleses de lo efectivo que es. En esta ciudad en algún momento me sentí como si fuera la ciudad menos brasilera que pisara, bares de salsa, mucho rock, otros ritmos mezclados todos, pero su gente, su gente me recuerda que esto es Brasil, que la risa y el calor no se pierden ni con el frío. Familias que me hacen suyo y entre comidas que revientan mi estomago tengo que partir en busca de la frontera, atravesar el frío Paraná. La siguiente parada fue un puesto de gasolina, esos puestos que descubrí como pequeños oasis, por prestar todos los servicios, encuentras un baño de ducha caliente, un buen restaurante para comer, estos puestos que son como pistas donde decolan los grandes camiones van y vienen, esos lugares donde los camioneros son dueños y señores, esos mismos que te brindan un plato de comida y un café para calentar esa fría noche. El día siguiente me traería un pedacito de paraíso en el Chalet do Mel, un lugar salido de la nada allí en medio del camino, una mujer que con su esposo le aposto a la tranquilidad en un bello espacio, una casita roja y blanca con dulces y comida, espacio para camping donde fui rey solitario, valga decir que esta generosa mujer me trato como a un hijo y así seguíamos contrarrestando el frío del clima, con el calor de gente. Llegaría luego a Guarapuava ciudad con ese aire tan Paranaense, es decir, de organización, verde y pequeña, con lagos y cascadas, y como no otra de esas familias que no me dejaban ir de Brasil, otra que entre comidas y charlas amenas me resumía mi paso por el país, la del churrasco y cafés de manha gustosísimos, una ciudad que por estar ya cercana a Paraguay me dejaría escuchar ese ritmo tan propagado por toda Latinoamérica, menos en Brasil, el reggaeton, ya presiento mi próximo país. Luego en Laranjeiras do Soul hasta mi cuerpo hablaría de lo que es la ida de aquí, se resentiría mi salud estando enfermo por un día, yo me seguía llenando de mis familias que no son tan de paso, que las llevo guardadas conmigo con sus cuidados y afectos. El paso hasta la ciudad de Cascavel sería difícil de remontar, muchos kilómetros, pero un paisaje hermoso entre cultivos de maíz y soja, extensas planicies amarillas que me acompañaban y hasta un sembrado de girasoles tendría en mi camino. Cascavel fue solo ciudad de paso, ya tenía que salir como fuera de aquí, sin querer le decía a Brasil que me soltara de sus cariñosas garras. Me faltaban tan solo 144 kilómetros para salir y los quise hacer en dos días, robarme un día más en estas tierras y por supuesto Brasil no decepciono en mi despedida, fue la gota que derramo el vaso de la solidaridad, un hombre me aborda en la calle y me abre las puertas de su casa su familia me cuida ese ultimo día, comemos, charlamos, les manifiesto mi tristeza por tener que dejar su país, al otro día vamos al mercado local de productos frescos, frutas, verduras, carnes, todo listo para un último desayuno y partir momentáneamente de estas tierras a las que necesariamente hay que volver, iba saliendo con un cúmulo gigantesco de imágenes en mi cabeza, con los sentimientos tan revueltos como era posible, iba dejando a Brasil, iba entrando en Paraguay. Las próximas historias serán contadas desde el puente de la amistad, ese que divide o une los dos países hermanos.

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