Lo que yo quiero decir es América Latina...

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viernes, 15 de enero de 2010

Rocha – Un hostal bajo perfil


Esos caminos del Uruguay, tan planos plantados de verdes y ganado aquí y allá, tímidas cuestas con un ínfimo nivel de inclinación me permiten rodar con tranquilidad. La meta de esta día ya estaba definida y me proponía llegar a la ciudad de Rocha, tenía la posibilidad de que alguien me recibiera allá, debía hacer una llamada para concretar esto y me detuve en una población cercana, un pueblito llamado 19 de Abril, por un día más y me hizo recordar la bella canción de los celtas cortos llamada 20 de Abril, canción llena de recuerdos de juventud, de amigos, de amores. A la vera del camino uno de esos locutorios con una sola cabina de teléfonos. Una casa, cualquier casa en cuya sala a la entrada se ubica la cabina. Me detengo y llamo para ser atendido, un hombre sale de su interior, cualquier hombre que hacia sus tareas diarias. La cabina es su negocio y lo atiende cada vez que alguien llega, ya sean los locales que la utilizan como medio de comunicación o como yo un viajero que va de paso. Los uruguayos tienen un hablar tranquilo, te van introduciendo a la conversación, una charla con escucha de ida y vuelta. Al terminar mi llamada en la que soy enterado de que no poseo albergue en mi próxima parada el buen hombre de la cabina me provee de una charla que comienza con las concebidas preguntas de rigor, preguntas que siempre abren paso a una amistad, a la sorpresa del recorrido, a la hermandad de pueblos, al recuerdo y las conexiones entre países hermanos. El hombre alaba mi aventura y por unos minutos el camino queda de lado para plantar un nuevo amigo y hasta me deja sus datos por si algún día pasara de nuevo por allí pero estos caminos con un retorno lejano dejan un alto grado de incertidumbre, solo me voy con un apretón de manos y una sonrisa que me manda de nuevo al pedaleo. Es un día de sol aunque no caluroso y el habitual sudor junto con la arena se pegan sin que prime mucho el cansancio, pero como siempre hay que ir en búsqueda de un lugar para quedarse y limpiar el sudor. Me encuentro entonces con la sorpresiva secuencia de negativas para obtener una posada solidaria en la ciudad de Rocha, que más que una ciudad parece uno de eso pueblos chicos sin mayor atractivo. Ante el fortín militar mi voz se pierde y la negativa es contundente. Me interno en la ciudad y me entero del cuerpo de bomberos, me digo entonces que nada puede fallar y encamino mis esperanzas hacia allí. Ubicada en una cuadra cualquiera el inmenso garaje donde habitan esos carros color rojo, gigantes apaga fuegos me indican que allí es. Después de contar mi historia recibo la noticia de que no es posible pernoctar aquí, me cuentan que antes era posible pero que otro viajero anterior al que se le brindo la posibilidad de pasar la noche en ese lugar no tuvo un buen comportamiento, desde entonces las puertas quedaron cerradas para nosotros los peregrinos. Sin embargo me cuentan sobre otro albergue destinado para estos casos. Tercamente toco otras puertas y la negativa persiste, ahora el cansancio del camino y la entrada de las horas de la tarde hacen presencia, la dama pesa más y mis movimientos se hacen lentos. La única opción entonces es el albergue aquel, ese lugar del que no se mucho y entonces por las empedradas calles de esta ciudad sin atractivo voy hacia él. Una casa blanca con una parca fachada parece ser el lugar y con la última esperanza golpeo la pesada puerta de madera. Una amable mujer me recibe y me escucha atenta, un si una bienvenida, ya tengo un lugar, ese en el que el estado a veces hace las veces de paternalista y da lugar a personas de la calle para que pasen el día. Así es, personas que deambulan en el día por la ciudad, tienen esa vieja casa de patio en el centro, habitaciones múltiples, baño rustico y un solar enmarañado, un lugar para hacerle un quite al frio de la noche. Pero hay unas reglas. La hora de entrada es a las 7 pm y ahora acaban de pasar unos minutos después de la 1 pm. No se me permite guardar mis cosas ahí. Con mucho gusto esa será mi casa después de las 7 pm se me recuerda. 6 horas en el limbo entonces, sucio, cansado y con hambre. De nuevo al puesto de bomberos con la intención de que almenos se me permita guardar mis pertenencias y sobre todo se cuide a la dama, esto sí es aceptado. No tengo ese ansiado baño repositor después del pedaleo pero almenos puedo cambiar mis ropas de ciclista, me digo entonces que esas horas han de irse rápido. Me proveo de un buen libro para despistar al tiempo y me voy de caminada. Lo primero es comer, buscar con que llenar la panza, para almenos tener fuerzas para mantenerse en pie. Siempre hay algún puesto de sanduches o hamburguesas barato dispuesto a calmar el hambre, pero la comida pasa rápido y luego de esto me veo con toda una tarde por delante. Comienza mi deambular por calles poco atrayentes donde el tiempo parece detenido y es que en verdad en estos lugares del interior lo es. La siesta de la tarde es imperdonable y el pueblo muere hasta las tres de la tarde. Entre diagonales y avenidas se agota el recorrido rápidamente. El parque central que nos acoge a todos siempre tiene una banca de mas y allí me postro para decirme que en la lectura podría aniquilar el tiempo por un buen rato, pero el cansancio de la jornada me aniquila a mi primero y no logro pasar de un par de páginas, s eme cierran los parpados y solo alcanzo a distinguir un revoltijo de letras. Tiempo quieto, muerto, adormilado, mudo, hasta las palomas vuelan en cámara lenta. Una calle otra, calle y otra más, vista y vuelta a ver, me siento como un sospechoso que pasa y vuelve a pasar por los mismos lugares, pero después de mucho el tiempo se mueve y ha caído el sol.
El albergue. Hablando en términos contemporáneos era nada más y nada menos que un Hostel. Pero no de estos de ahora donde apilan a 5 o 6 turistas europeos en un cuarto y les ponen una salita con TV de plasma y DVD, una terraza para que hagan sus fiestas de madrugada y bed and breakfast, todo por precios altísimos, no. Este era una casa que destinaba el estado para personas de la calle sin ningún recurso. Aquí no había TV de plasma y revistas de farándula en el living. Aquí encontraba de nuevo a esos vagabundos que como yo esperamos todo el día en la banca del parque sin un lugar a donde ir. Esos padres con sus tres muchachitos, sus rústicos juguetes y una bolsa de pan, sus muchas risas, sus cigarros y sus charlas. Estos éramos los habitantes de nuestro “Hostel”. Un cuarto con camarote para los hombres, otro para las mujeres con sus niños, un poco de shampoo y una barrita de jabón para esperar el turno al baño. Mientras tanto uno que otro se pregunta por la vida y ya bajo un techo hay cierta tranquilidad. Es un hogar para todos. Hay un pan con café. Después del baño el cansancio me vence y tengo que dormir un poco, me hubiera querido quedar un tanto a escuchar algunas historias pero así son estas jornadas. Más tarde me levantan para sentarnos todos a la mesa y disfrutar un arroz con pollo, benditos alimentos. Comparto esta vez con la gente, les comparto mi vida, ellos la suya, conozco aquella mujer que estudiaba derecho y fue estafada en no sé qué negocio y ahora duerme aquí con nosotros. Así nos junta la vida en estos y a la noche vuelve el tranquilo sueño en nuestro hostal.

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