Lo que yo quiero decir es América Latina...

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jueves, 4 de febrero de 2010

Buenos Aires – Mar del Plata, o el paso a la libertad.


Este viaje ya no será el mismo desde la estancia en Buenos Aires. Fue como un tajo al espíritu parar en un monstruo de ciudad como esta. No me equivocaría en decir que fue mucho más emotiva la salida de aquí que cuando partía de mi querida Medellín. Años planeando la salida, el tan anhelado viaje y aquel momento llego. Pero ahora todo era diferente. Antes de la partida no sabía con lo que me iba a encontrar y de alguna manera vivía en mi ciudad, trabajaba, tenía una cierta vida regular y la partida llego con la emoción que debía llegar, obnubilado por cada experiencia nueva pero con una previa continuidad de vida. Aquí todo paro de golpe por las circunstancias monetarias que me trajeron a esta ciudad sin saber lo que me iba a encontrar, ya anteriores escritos han dado cuenta de las caras de esa ciudad, por eso fue tan especial este nuevo comienzo, la otra etapa.


Todo es un continuo aprender en esta vida, cuando crees que lo tienes todo bajo control viene un suceso y otro a demostrarte que nada has aprendido o que lo vivido son solo recuerdos.

Tenía que poner todo en mis alforjas de nuevo, bajar peso, reorganizar, buscarle un nuevo sitio a los implementos de viaje. Unos nuevos, otros los mismos, las mismas alforjas, la nueva bicicleta, ropajes que iban y venían, lo de aseo, implementos de cocina, repuestos para la bici, nueva ropa para enfrentar el frio patagónico, cuadernos de viaje, la nueva computadora; por aquello de entrar en la onda tecnológica, cuestión que todavía me cuesta, bajar equipaje y darse cuenta que se sigue cargando con mucho y que en ultimas la vida entera cabe en dos mochilas, lo que queda por fuera no va, sobra, es añadido inútil.

Con gran esfuerzo monte la bicicleta en la puerta de la Avenida Callao 433, esquina Corrientes, en la que fuera mi casa por la mitad del tiempo que estuve en la ciudad. Tanto peso para llevar por medio continente, sientes que no puedes, pero todo empieza a rodar y…empieza a rodar.

Un frío y oscuro Buenos Aires me despedía, quieto Buenos Aires, temprano Buenos Aires. No le puedo pedir mucho a esta trasnochadora ciudad. Tampoco quería guirnaldas a mi paso, su silencio e indiferencia me bastaban, ese era el verdadero homenaje para mi salida. Un punto azul (la bicicleta), cargado de amarillo (las alforjas), con un sujeto de casco extraño prominente (yo), bajando por la calle Corrientes rumbo al obelisco, un último vistazo, quieto, incólume en su blancura mirando al cielo y dejando abajo a todos sus mortales porteños que se mueren por llegar a la cima. Avenida 9 de julio camino a Constitución, la estación de trenes que me sacará de la ciudad, después del susto no hay que arriesgar. Que linda Buenos Aires, me dejaste cargado de un miedo estúpido, así cargas a tus hijos parias, les dejas ese regalito, un sucio y pesado recuerdo. Con él me monte al tren, yo que tanto odio al miedo, que tanto me asquea, que me lo saco de los bolsillos cuando se me cuela alguna migaja. El primer vagón, camino a la ciudad de La Plata. No hay nada de que temer loco, laburadores todos, quedáte tranquilo. Sucio y despintado vagón, pequeño, un vagón a la libertad. Por su pequeña ventana sentía ese olor único, característico de quien quiere emprender vuelo, de quien deja todo atrás y se monta a tomar las riendas de su vida. Una que otra historia en el furgón de las bicis. El del tipo que se le ha muerto su yegua que quedo segunda en la última carrera, tenía que ir por ella al hipódromo…¿Tenes un cigarro?...de segunda llegó, y bueno que se le va hacer, ya fue, me dice. Por breves trayectos el pequeñísimo vagón se llenaba de una cantidad tal de bicis que me veía acorralado en mi rincón, con cara de yo no fui y sin querer hablar mucho. Los banderines en mi bicicleta me delatan, las alforjas, no vengo de cerca y voy para lejos, es evidente, entonces parece que hay un respeto por el que va, ya no temo a nada, he arribado a La Plata.

Como si montara la bici definitivamente, como si partiera al infinito y más allá. Cambia la forma de ver las cosas, la luz es de un tenue maravilloso, el sol no golpea, solo cumple su función de calentarnos el espíritu y la gente bien lo sabe, su sonrisa y tranquilidad me lo comunican. Me doy cuenta al preguntar una dirección y recibir una respuesta con total cordialidad…!Buen viaje Flaco!.

Como cerrar y volver a abrir los ojos en un lapso de tiempo indescifrable. Ahí estaba la ruta, su verde, sus kioscos a lado y lado, el perderse en la nada de la naturaleza, volver a ser saludado por pájaros y vacas que a mi paso perplejas atienden a mover sus orejas. Ahí estoy yo, rodando a 25 kilómetros por hora de nuevo con el corazón en la mano, con un destino próximo que para mí siempre es la cumbre más alta, el premio de montaña de una vuelta al mundo.

Primera parada, Punta Indio. Un camping familiar al lado de una playa que forma el todavía Rio de la Plata. Uno de esos tan comunes camping familiares con los que me voy a encontrar por todo el camino. Hay que reconocer que los argentinos saben de campings y no en el sentido de saber mucho de la materia, me refiero a saber disfrutar de ellos. Sus consabidas reposeras, esas sillitas multicolores, el infaltable mate, unos fiambresitos y no falta nada más. La suerte de todos mis ángeles que me acompañan hacen que el camping me salga gratis. La travesía cumple sus cometidos. ¿De dónde venís?, Colombia digo, dale tranquilo quedate que es gratis no hay problema. Luego me veo rodeado por los infaltables personajes de siempre, los niños que con sus preguntas mil no dejan de maravillarse así no tengan idea de en qué lugar esta Colombia. Ya en el camping todo es tranquilidad, familias que me acogen y puedo conversar, darse al gran gusto de la conversación. ¿Tomas mate?, cuantas veces voy a escuchar esa pregunta. Claro que tomo. Además de gustarme la yerba, para mí es el pretexto perfecto para conocer de los otros, ese es el otro viaje. La familia que siempre viene a este camping, ya son 7 un numero que en nada disminuye las ganas de viajar. Los López que son solo 4 y me invitan a unas hamburguesas a la parrilla, sigo alimentando más el alma que la panza. Hay tiempo para mirar el rio que se fue con la tormenta del día anterior en la mañana y a la tarde vuelve, ¡que sabias que son las aguas!, habrase ido un tanto a conversar con la mar cercana en la mañana mientras las familias duermen y en la tarde regresar para dar un poco de divertimento.


Caminos solitarios estos de la Argentina que me hacen hacer esfuerzos que creía olvidados. 160 kilómetros de pedaleo para una segunda jornada no están nada mal. Tenía que seguir en búsqueda de mi resguardo y los mapas y señales me hablaban de un paraje lejano. Pero una pintura que se ha hecho común en esta etapa del camino lo iluminaba. Extensos, interminables sembrados de Girasoles. Inmensos Girasoles creciendo sin cesar, propagándose por los campos. Molinos a su lado donde el viento, este del sur, sopla con furia, estrechas avenidas que me hacían hacer piruetas entre el viento y los camiones para no ser arroyado. Inevitable ver un molino así estos tan comunes y no pensar en Don Alonso Quijano, batallador de sueños, él en su “Rocinante”, yo en mi “Maleva” seguía su sombra, la de todos los que queremos ser terriblemente locos, locos por la libertad.


Se abre la puerta en otra comisaria de policía, en un pueblo perdido; General Conesa, y no entro como maleante, soy un viajero de kilómetros y países. Soy bien recibido, más mates, más charlas, pero el cansancio me vence, rápido a la carpa después de que el frío cale en los huesos, presagios del sur.


Voy camino de la mar, siempre en búsqueda de ella y me interno en una ciudad llamada “Villa Gesell”, me reciben amigos que no conozco y que basta mirarlos para reconocernos. Un asado, la arena y justo al lado, a unos pasos, el soberano mar. Hay que hacerle la reverencia a su verde y su infinito. Aunque la playa sea de esas destinadas al turismo, aunque se plague de familias y jóvenes, el mar se sostiene en su extensión y su incontenible belleza que aquí no es menos. Esperaba encontrarme con menos por lo dicho en boca de los mismos argentinos, pero he aprendido de las múltiples caras del mar.


Leo a Villa Gesell como un gran parador turístico, que se activa por estas épocas donde somos como hormigas en la calle, pero se apartar esa vida efímera que se da por temporadas para mirarla en su contenido real de casas que armonizan con el paisaje, de calles de arena que no violentan el paso del tiempo para conservar lo propio. En sus alrededores existen otro tipo de parajes con mucha más belleza aun. Aunque un tanto intervenidos por la mano del hombre y hechos para cierta clase social, lugares como Mar de las Pampas, Carilo, se mantienen en su belleza y combinan un perfecto bosquecito de pinos, con casas de madera y luego el mar. Pero para mi sorpresa, el hombre se lleva sus artificiales mundos con él y puede en medio de estos bosques armar un perfecto centro comercial donde exhibe sus autos y sus marcas de ropa, como si esto le imprimiera un glamur, sin saber que la sombra de los árboles y la estela de hojas que caen ya de por si son la perfecta gala que la naturaleza regala para embellecerlo todo. En medio de ese bosque donde mi amigo Alejandro hace su programa de radio “Después del chapuzón” tuve una entrevista. Era más una charla de amigos para comentar mi viaje y esta nueva etapa que ahora comienza. Contar anécdotas, formas de ver a esta gente que está fuera de la capital y que no me canso de repetir es la verdadera Argentina. Tan ajena al acoso de tiempo y su falso devenir, su ritmo de tun tun acelerado, estas ciudades se miran, se reconocen, se dan un tiempo para la conversación, es por eso que puedo estar entre amigos y charlar sin que pareciera que delante mío tengo un micrófono.


Villa Gesell me despidió con música, que mejor despedida. Por aquello de estar en pleno verano las actividades culturales están a la orden del día. Cuento con la suerte de ver en vivo a quien tanto escuche en Buenos Aires, al bueno de Kevin Johansen, que en sus propias palabras se diría un desgenerado de la música por no tener un ritmo que lo encasille, eso lo hace mucho más libre y suenan la flauta traversa, los bongoes, el charango, suena su intima guitarra acústica y su profunda voz. Kevin le canta a todo, puede cantarle a su hija que ha visto dormir en el calor del verano y a esa misma que se mece en un columpio, allí hay una canción, con esa sencillez tan suya y con una gala de virtuosismo y humildad su banda se deja escuchar en el centro de Villa Gesell, para mí es una fanfarria de despedida irme con los oídos y el corazón lleno de música, no puede haber mejor alimento.


Retomo el camino de la costa para ir a otro de esos lugares donde estalla la gente, me refiero a Mar del Plata. Voy pedaleando bajo un sol intenso, voy entre extensiones de tierra y justo a la altura de Santa Clara aparece. Es el mar haciendo una perfecta entrada. Tiñendo al viento de de ese dulce olor salada que se te mete por los poros. Hay que saludarlo, hacerle una reverencia. Te acarician los colores, el verde turquesa y el azul de variadas tonalidades. Veo la ciudad a lo lejos bajo esa bruma de las grandes ciudades, me acerco cada vez más. Me gusta la sensación de ir viendo como la ciudad se acerca al ritmo del pedaleo, así la voy dibujando. De repente me veo circulando una gran avenida de gente que quiere desembocar a la playa, con sus reposeras, su termo para el mate, sus sombrillas de playa. Salen de todas partes y una fila de carros secunda al mar. Son cientos, estamos en temporada y este es uno de los lugares más visitados de toda la Argentina, sobre todo la gente de Buenos Aires que parece que se volcara en una sola a estas playas.


Aquí me esperan otro par de buenos amigos, Brian y Aldana. Viajeros, músicos, literatos. Amigos de corridas por el mundo que conocen de caminos. Se instalan lejos del bullicio en la otra Mar del Plata. Su rincón me acoge como al que más.


De esos lugares grandes y congestionados me quedo con pocas apreciaciones, parece que ya todo estuviera dicho y que el bullicio no dejara llegar las palabras. Camine la rambla que va paralela a la playa y cada vez veía más gente aquí en “la feliz” como apodan a la ciudad. Cada playa traía más gente que la otra, era una colmena de hormigas con sombrillitas de color, hasta tuve la osadía de meterme dentro del tumulto y esquivar una que otra pelota playera. Fui hasta las rocas y entre pescadores veteranos y aficionados, enamorados tostándose al sol y chiquitos dando brincos vi otra cara del mar. Me fui casi hasta el puerto para saludar de lejos a los barcos y regrese a casa cuando ya caía el día llevándome esa imagen de la ciudad.


Prefería volver a casa a conversar con mis amigos, escuchar las recomendaciones musicales de Brian y las literarias de Aldana, hablar de sus recorridos por Europa y Latinoamérica a dedo con bandoneón y guitarra, viviendo otra forma de viajar muy similar a la mía. Se extendía la conversación y se cerraba el telón de Mar del Plata, pero se abría toda la Argentina para mí en un recorrido que apenas comienza.

1 comentario:

Daniela Falcón dijo...

Un placer seguir leyéndote. Impecable percepción de los caminos recorridos, la comunicás muy bien. Y al fin apareció el mate.

Saludos!