Lo que yo quiero decir es América Latina...

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domingo, 21 de febrero de 2010

Buenos Aires…el otro..


Quedó un tanto de la hiel con el otro Buenos Aires, quedó el mal sabor con la otra ciudad, pero no todas las cosas son una sola, son muchas y así pasa con esta. Me parecía justo venir a cantar otro aire para los buenos aires, los que también soplan en este centro al lado del río de la plata. Me parecía justo alzar la voz para entonar aires que reivindiquen la cara que pude descubrir de este fantástico monstruo.

No puedo dejar de recordar mi llegada al rio de la plata. Cruzar desde Montevideo en ese enorme Buque. Tranquilo rio de la plata que a tantos llevo de un lado a otro. Recuerdo haber leído en un temprano periódico bonaerense, una reseña sobre la llegada del mítico poeta español Federico García Lorca, de cómo se refería al rio, al tranquilo rio. Yo iba dentro de un enorme buque y apenas presentía la nueva ciudad cuando de pronto desembarcábamos.

Ruedo por la avenida Córdoba y claro que me deslumbran esas antiguas construcciones, esos son los guiños que hace Buenos Aires. Las esquinas a las que tanto les canto Borges en su Atlas. Encuentros de viejas calles que se saludan. Luego ese hervor de gente a todas horas que entre el bullicio y la joda, el caos y la desesperación se encuentran para llenar vacios.

Carne, carne de mi carne y no la carne de cañón. Cultivo de reses que crecen como crecerían las frutas en otras tierras. El aviso de ¡Parrilla!, brasas, carbón, chorizos, entrañas. Una elegante mesa vestida con los mejores trajes y las más finas copas es tan similar como una de plástico puesta en la acera y el hombre que te trae en una servilleta un invento argentino fabuloso: El Choripan. Nada más que un pedazo de pan abierto a la mitad y un jugoso y tierno chorizo, gordo y relleno como el mundo para calmar el hambre y unir gentes. ¡Dame un chori y una birra!...!Sale Chori con birra!...en la costanera, en la boca, en el barrio, en cualquier barrio, en la parilla, en el asado. Viene el Chori, la bondiolita al limón que levanta el humo de las brasas de su jugo que cae sobre las cenizas. No es solo hablar de un pedazo de carne, no es la superficialidad de hablar de un alimento. Es la carne la que define al pueblo Argentino que vive y convive alrededor de un asado, que se junta y se mira al tiempo de la cocción de un pedazo de carne que deja de ser solo un pedazo de carne para convertirse en un lazo. ¡Vamos a comernos un asadito!...! Dale!

La costanera al lado del rio de la plata, de la reserva ecológica alberga variados carritos que dejan salir sus olores variados de esa carne que se dora al carbón, todos con nombres de ensueño, con la misma variedad y un gustoso sabor, aquí es donde sabe muy bien la ciudad, puede uno decir que en verdad se come Buenos Aires.

Dejamos atrás la carne y la sangre se convierte en letras y las letras en páginas y las páginas en libros y los libros buscan guaridas y aparecen cientos y cientos de librerías. Tantas y tantas para perderse en ellas. Buenos Aires es una ciudad para leerla y no morir en el intento de conocerla. Dicen los que saben de libros, de literatura y demás que el primer cuento latinoamericano; haciendo relación a carne y literatura, fue precisamente de un argentino, Estaban Echavarría, con su cuento “El Matadero”, esto por poner algún dato que de seguro resultara impreciso.

Por Corrientes discurre un sin número de librerías. En cada cuadra hay tantas como puedas contar. Nuevas, de viejo, usados, leídos, temáticas, saldos, de todo puedes encontrar. Lo otro son los horarios. Como para salir a la una de la mañana e ir por ese texto que te esta desvelando y te tienes que leer, esto es posible en Buenos Aires, por ese lado estamos salvados. Las grandes editoriales se alzan al lado de las de libros usados que se venden y se compran por pocos pesos, es posible alcanzar los libros en esta ciudad. Cuantas veces me vi perdido por las mismas librerías buscando y re buscando estantes para encontrar alguna joyita, a veces tienes éxito y en otras solo se exhibe lo vendible y lo de moda, entonces los Sábato, Borges, Cortázar y Bioy casares están a la orden del día y te puedes hacer la completa biblioteca de ellos por unos cuantos pesos.

Pero no solo es Corrientes, es el parque Rivadavia, Plaza Italia, Plaza Francia, San Telmo donde encuentras libros por doquier. Pequeños puestos que atesoran toda cantidad de textos extraños, escolares, revistas deportivas, musicales, que no sabes a dónde mirar. Hablan los libreros cuando no pasan los clientes, empacan sus textos para que no se los coma el polvo de la ciudad.
El parque Rivadavia me regalo un encuentro con un viejo amigo del colegio. Mientras husmeo en sus estantes, me saluda y nos reconocemos. Libros entre la amistad, la amistad entre libros. Escucho mi tonada, siento a un semejante.

Y de los parques los parques, inmensos pedazos de verde para ser más anónimo en Buenos Aires y sumergirse en el lago de los bosques de Palermo tirado bajo la sombra de un árbol en los tiempos de verano y cobijarse en los brazos de una mujer en invierno y de nuevo en primavera, puede ser de la soledad, mi hermosa soledad. Reposeras al viento, al sol, termos metálicos y coloridos para regar el mate, la yerba, galletas y galletitas, sábanas y mantas, enamorados y amigos, jugadores de la pelota, lectores solitarios y de nuevo los enamorados. Patricios, Centenario, Lezama, de Nuevo la costanera, tanto verde para poder escapar y de nuevo no morir en el intento de conocer la ciudad, para que no te coma.

Y lo viejo…lo antiguo, lo de ayer, fachadas donde crecen plantas, edificios que se niegan a morir, esa vieja Buenos Aires. Montserrat, San Telmo, La Boca, Palermo Viejo por nombrar alguna cosa. Y en lo viejo calles con nombres que resuenan, avenidas para pasar con saltos olímpicos.
Desembarco de inmigrantes en la boca, pintoresco ayer que hoy se tiñe de fútbol y rueda la pelota y de color, bajo flashes de turistas y canticos deportivos. Muerte entre bosteros y gallinas, entre Fernet y birra. De nuevo atravesados por asados y carne.

Terminemos en San Telmo para seguir con lo antiguo. Mares de gente por la calle Defensa, paños de artesanos tapizando las aceras. Ropas, discos, accesorios, recuerdos, suvenires de todos los tipos y otro amigo vendiendo libretas para anotar pensamientos con el objetivo de que no se los lleve el viento. Siempre me llevaba el camino a él y terminábamos cantando bajo el influjo de la cebada. Mientras pasaban las murgas cantando con otro batallón detrás de ellos y la gente casi sacada por el ritmo de los tambores, toda una fiesta. El viejo San Telmo.

Y de los cafés en Buenos Aires. Algo más que una bebida, la perfecta excusa para perder o invertir el tiempo en cafetines con amigos y pasarse hablando como bien saben hacer los porteños cuando quieren escuchar, porque para hablar primero hay que escuchar. Aprendí de los cafés que su precio no va en la taza que bebes si no en el tiempo que ganas conversando y en la galleta que endulza la palabra. Están los re nombrados cafés y el cualquier café de anónimas calles que tienen la misma función e igual magia.

La otra ciudad es la de sus artistas, grandes por talento e ingenio. Gracias LES LUTHIERS por existir y seguir resistiendo a punta de risas. Cuanto genio hay en estos cinco hombres que se renuevan con el pasar de los días. Abre el telón del Gran Rex y por espacio de dos horas no puedes parar de reírte y te duele la barriga, se saltan las lágrimas y sales mucho más liviano. Luego entras al ateneo y ves a Melingo haciendo una perfecta milonga, haciendo piruetas sobre el intimo escenario que esta tan cerca de nosotros, piruetas con los instrumentos y el cuerpo, su maldito tango lo transforma hasta la locura golpeando todo tipo de instrumentos para volverse y volvernos loco, esa es la Buenos Aires que perseguía y a ratos pude encontrar.

Y luego de este mar de gente, en Buenos Aires puede aparecer alguna sirena que te robe el corazón, una mujer del Caribe para saldar las cuentas de las heridas que deja la ciudad y resarcirse con afecto, ternura… Amor, y poder ver el otro color del monstruo gris bajo los brazos de ella.

También estuvo el amigo que me llevo a navegar entre bicicletas y a quien debo muchísimo, el que fue mi hermano en Buenos Aires, el que ama los pedales y a su bella familia, el que me abrió sus puertas cuando más lo necesitaba y luego me dio un abrazo para poder partir tranquilo.

Me despide una mujer que es todo un personaje, que merecería más páginas e historias. Betty, mi casera, una porteña diferente, pero porteña al fin y al cabo. Que ama por sobre todo a su Buenos Aires querido, que canta sus tangos como canta la música francesa de Edith Piaf y te habla de Europa como de la pampa, la que fuma sus cigarros desde la ventana de un piso 11 en el ombligo de Buenos Aires, en corrientes y callao. ¡Mirá que vista Che!, me dice, estas en el ombligo de Buenos Aires, recalca. Ella y sus viajes, sus hijos, sus amores, las muertes, la gente de sus cuartos, su tranquilidad y estilo peculiar. Me despide con un buen churrasco, un vino, unas deliciosas empanadas porteñas cortadas a cuchillo. Quiero que el último churrasco te lo comas conmigo, me dice. Así es. Esos vinos, la conversación sentida, un vínculo bello que deja un buen sabor de gente, de esa gente que todavía hay en Buenos Aires.

Esos fueron…mis otros Aires.

1 comentario:

Daniela Falcón dijo...

Pero que buena psicología has hecho de Buenos Aires amigo... no serás porteño?
Buenos Aires es una ciudad para amar y para odiar como casi todas las grandes ciudades...
Pero en el relato se te escapó algo: los mates, los verdes, los cimarrones, esos son tan argentinos como la carne, el fútbol y el tango.
Que sigan los viajes, salud !!