Lo que yo quiero decir es América Latina...

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jueves, 4 de febrero de 2010

Buenos Aires o del beso judío.


Fue en la esquina de Bartolomé Mitre y Rodríguez Peña. Otro más que se le vino la vida encima y decidió lanzarse al pavimento desde las alturas en esta ciudad que aniquila sueños y esperanzas. Al lado de su cuerpo inerte cubierto por un plástico negro corre un hilito de sangre que se convierte en un pequeño charco.


Yo llegaba en primavera ingenuo de todo lo que aquí acontecía, todavía no intuía esa sonrisita sospechosa en los labios de las mujeres que transitan por las calles porteñas, una sonrisita que encierra mil intenciones, la primera, la de la seducción.

Han sabido vender bien esta ciudad, el marketing les ha funcionado y como muchos fui presa del espejismo que se disfraza de ciudad y que dentro esconde una poderosa fiera que resopla de odio e indiferencia.

Buenos Aires es esa puerta falsa de una Europa que muchos quieren alcanzar y no pueden, es el sueño del sur, el otro norte donde no se permite la entrada. Pero no es Europa y me temo que Latinoamérica tampoco. La identidad aquí se diluyo entre tanta migración, negro e indios desaparecieron y con ellos un ser se fue yendo. Vengo de una ciudad enclavada entre montañas, nos sumimos en un valle pero nos reconocemos un tanto más en una unidad de continente, con unas costumbres más nuestras y aunque este a nueve horas del mar sigue siendo el trópico, la condición de Caribe es la que impera en nuestra región. El Caribe es un concepto que va más allá de la palmera y el coco. Es una actitud de vida ante la vida así suene redundante.

En este extraño sur de variadas estaciones el Caribe se pierde, no existe. Como diría el Gabo, el Caribe comienza en Nueva York y termina en Brasil. Y digo que no existe en eso exótico que escasea, la ausencia de frutas, sabores y colores. Por supuesto hay otros aires aquí pero no sé si son buenos. Aires de extremo miedo y paranoia, aires de individualidad y egoísmo, aires de urbe arrogante que se viste con ropajes antiguos y que ahora son hilachas. Se me antoja que es como la imagen de ese mendigo con ropas raídas que ves sentado en la banca de un parque en el que intuyes que en antaño fue prospero. Todavía lleva un sombrero de copa aplastado y agujereado, viste un sobretodo largo y sucio así haga calor, puede sacar de sus bolsillos una boquilla partida para fumar las colillas de cigarrillo que recoge del piso y sueña que se come un bife de chorizo, unas milanesas, un sándwich de roquefort, una picada con todo tipo de fiambres, un pollo al verdeo con purecito de zapallo, cuando solo cuenta con las migajas de pan que saca de su otro bolsillo. Este mendigo solo sabe del baile pasional y profundamente triste que invento en estos Aires, el Tango, el bendito y el maldito, melancólico y arrabalero. Por eso este mendigo se queja cuando habla, su canto y su hablar es una eterna queja. Antes se quejaba de todas esas minas que no fueron suyas, ahora el quejido es un canto colectivo, un coro de mendigos pro esos manjares que le son negados y por las zapatillas que le robaron, por las nuevas gripes que lo aquejan y que su gobierno pinta como pandemia queriéndolo alejar de los otros.

También buscaba ese baile, ese canto que es la única y más profunda expresión de un pueblo, aquel que no se canta y se baila muere en su silencio. Venía a perseguir la milonguita de los cafetines y me encontré con otro producto de mostrador empaquetado con precios altísimos para extranjeros. Copa, cena, show, show prefabricado en lugares de lujo que el tango mismo no conoció. Excursión para escuchar la comparsita y mi buenos aires querido en algún suntuoso local de la Boca, Puerto Madero o la Rural donde sumisos turistas con cámara en mano disparan los flashes al espectáculo que más tarde verán en casa. Esos cuatro pasos y la coreografía fría de todas las noches encanta y les encanta, esa es la magia del Buenos Aires turístico, de la puerta del hotel al local, de noche y con vidrios oscuros para que la miseria de la ciudad no se vea mucho. Al ritmo del 2 x 4, con bife y botella de vino sale el turista convencido vivió una autentica experiencia local.

Todos caemos, yo anotaba esto en mis blancas libretas de apuntes a la llegada a Buenos Aires en aquella primavera:

Vengo a coquetearle a esta Buenos Aires, de parques varios, de mujeres al sol, de edificios plantados cientos de años atrás a los que todavía se les caen algunas flores. A esta ciudad tan desesperadamente cantada por tantos apenas la camino haciéndole guiños desde las aceras. Me asaltan avenidas que conocía en poemas. Aquí está la sombre de monstruos que se hicieron de letras. Palpita de esta forma tan extraña, con un tiempo tan desigual, las formas del pasado en viejos apartamentos. Este presente transfigurado con un sentimiento del pasado es el que habla aquí. Tengo miles de nombres y plazas en la cabeza, tantos cafés por descubrir, me espera el canto de la uva y el grito melancólico del tango que todavía no escucho, a pesar de haber visto algunos en la cara de los viejos, porque ese ritmo tan argentino no solo es una nota tras otra y una musiquita venida del bandoneón, aquí eso existe en todas partes y es un aire que se respira, así como en Brasil me atacaban las notas de la Bossa nova por las calles de Rio. Toca el viento de la primavera en Buenos Aires y se pone más tarde el sol. Tenemos días por vivir y noches por parir antes de que germine mucha más nostalgia.

Vi en las calles, en esos tempranos días bonaerenses una experiencia más verdadera que tenía que acontecer solo allí. En esa gran avenida de Mayo cerraban un gran pedazo y la regaban con música y orquestas típicas, a la gente no le quedaba más opción que volcarse al pavimento y dejarse ser, sentirse piel a piel en el arrebatado ritmo pasional y sensual del bendito tango. No había edad ni condición social, aquí el tango se daba como es, o más bien como debería ser, de todos y para todos. Pensaba en Nietzsche parodiándolo un poco con aquello que decía: “No creo en un Dios que no dance”, yo no podría creer en un pueblo que no dance y no se encuentre en ese íntimo ritual. Ese espectáculo me había tranquilizado un poco aunque el producto empaquetado se seguía vendiendo.

Viviendo una ciudad en su día a día se le quita la máscara que el mercado le ha impuesto y aquí pude ver más allá del glamur que le ponen a Buenos Aires. De aquí para allá trasegué por posadas, pensiones, hoteles y residencias como un paria en tierra de exiliados. Bolivianos, peruanos, paraguayos y en el mayor y más triste de los casos por lo que me toca. Huyendo de lo que les fue negado encuentran en este espejismo un oasis, una ilusión que por contraposición de nuestra realidad resulta medianamente paradisiaco.

En esas posadas y residencias de estudiantes y habitantes pasajeros se empezaba a caer el velo de la ciudad. Los mismos platos, las mismas comidas, la necesidad común, la angustia colectiva, la nostalgia por la tierra. ¿Dónde están las frutas miles, el calor del trópico, de gente, donde la sonrisa que no sea la irónica del porteño? Ese que putea como idioma común. ¡Qué hijo de puta! ¡Andate a cagar! ¡La Puta que te pario! ¡Andate a la concha de tu madre! ¡Sos un tarado!...”No es que estemos enojados, es que hablamos así, somos así”, le escuche decir al antropólogo argentino Néstor García Canclini desde tierras aztecas. Yo me sigo preguntando el porqué de esta actitud que no abraza, que no conoce de su propia tierra, que siempre esta mirando para afuera y desdeña sus producto.

El porteño que es el que me ha tocado vivir, grita para alabar su carne y vino; exquisitos por demás, y canta en los estadios a vivo pulmón, aunque ahora sea época de vacas muertas y cueros rotos. Hay un cadáver no tan exquisito paseándose por las calles de Buenos Aires, es una melancolía por la prosperidad del pasado y ahora esa melancolía se transfigura en la cara de la miseria de esas familias instaladas en las aceras de las calles, de cualquier calle y también en esa rabia de un pueblo que no aguanta la desfachatez de sus dirigentes que desangran las riquezas del estado. Una frase desesperanzadora escucho en los labios de la gente siempre: “Es lo que hay”, como si no pudiera haber más, como si no fuera a haber más. Hay poco, hay nada, hay todo a medias, hubo ferrocarril, hubo progreso, hubo prosperidad. Ahora hay miedo y desesperanza, esos síndromes tan de nuestro tiempo.

En Buenos Aires fui despojado de mi compañera de viajes aquel fatídico 7 de Agosto cuando cortaron la cadena que la ataba al puesto de diarios y se la llevaron no sé a dónde. Pero es el pan de cada día de nuestras grandes ciudades, miles de historias de bicicletas robadas, de vidas robadas por la desesperación y el consumismo. En Buenos Aires conocí la villa 31 donde también tuvo precio mi curiosidad. La ley del gueto no admite forasteros, carne de cañón, perro come perro. Un mundo que la misma Buenos Aires desconoce o no quiere mirar. Tal vez uno que otro programa “periodístico” amarillista que se jacta de tener corazón tocando las puertas de la miseria con sus cámaras solo para alimentar nuestro morbo. Las villas son el mundo entero, son el resumen de una sociedad que niega y entonces la vida tiene que buscar escapatoria en cualquier hueco, pegar sus casas con babas y cartón. Multicolor espacio lleno de vida por doquier, la vida abriéndose paso con voracidad. Una Latinoamérica unida por la necesidad toda junta. Aquí no hay glamur, no hay gaseosa servida en copas ni menús con nombres raros, un pizarrón y una tiza basta para proponer la comida del día, Perú, Paraguay, Bolivia, Colombia todos presentes, la América mestiza y olvidad.

Buenos Aires es un sueño del que quiero despertar y del que ella misma tiene que despertar para mirarse, pensarse y caminar en dirección a sí misma. Para que no la sobrevivan esas nuevas formas de dictadura que tanto le pesaron tiempo atrás.

Que no siga pasando como canta Fito…”La Argentina ensimismada, que contiene enciclopedia de uno mismo…” que la casa no desaparezca…nunca más.

1 comentario:

Lorena dijo...

Qué buena forma de contar un poco sobre Buenos Aires. Quienes venimos de otros lados esperamos encontrarnos con esa Europa de América, prometida por siglos, esa ciudad sofisticada y distinguida, que sobresale del resto de latinoamérica, que con su fino baile tanguero enorgullece a todos y es famosa por el mundo. Y hubo veces que la Argentina perdió su brillo. La década del 70 dejó mucho que desear y desilusionó a varios. El año pasado viajé a la capital federal, alquilé un Apartamento buenos aires y me dejé llevar por su historia. Muy bella por cierto, ojalá recupere parte del espíritu que en aquellos años perdió. estoy segura que lo hará porque los jóvenes que la habitan hoy en día la van a hacer crecer como hace muchos años no se ve...
Lore