Lo que yo quiero decir es América Latina...

Lo que yo quiero decir es América Latina...

lunes, 29 de noviembre de 2010

Al alto Perú.



Diez años ha que no pisaba tierras peruanas. Levantarse para ir en busca de una nueva frontera tiene un encanto particular. Los kilómetros bajo ese propósito se diluyen y solo existe la meta. El paisaje acompaña mucho mas como resguardando el objetivo. Seguía con la compañía de la dulce agua del inmenso lago Titicaca escoltando mi paso, llevándome.

Las fronteras son como un degrade de pueblos, un leve cambio, un tonito diferente, tal vez algunos nuevos ropajes, otras costumbres, pero todo en un manto de sutileza. Del lado boliviano el cobijo del lago y su extenso pasto amarillo, casitas parapetadas en la hierba. Solo ocho kilómetros para ir en búsqueda de la frontera, calma frontera, nuevo premio de montaña. Siempre los ingenuos hombres de migración sin poder acreditar nuestro paso, un sello más y la sorpresa de su parte por las mochilas de la bicicleta. Algunos curiosos indagan por el viaje, hombres que reconocen un sueño, gente que se ve viajando contigo.

Una inscripción que recuerda el lago sagrado del Titicaca y una puerta de entrada al Perú. Un pequeño arco que me marca el nuevo país, un país que en viejos tiempos era un vasto territorio que abarcaba más de lo que es ahora. Recuerdo que en un pequeño pueblo del norte argentino, La caldera, un cartel anunciaba que por allí pasaba el camino que conducía al alto Perú. Desde allí se me dibujo el país de los incas, un pueblo que iba y venía como en una eterna procesión nómade conversando con los suyos, llevando e intercambiando sabiduría.

Gratamente sorprendido entro a este país que me recibe con cientos de sonrisas y saludos desde el costado de la carretera. Brazos de hombres laboriosos que se alzan para dar la bienvenida, tímidas sonrisas de mujeres que caminan lento, coquetos y juguetones gestos de niños que admiran el paso de mis dos ruedas. Es la región de Puno con sus 3.825 metros sobre el nivel del mar. Hermosa planicie que sigue teniendo como compañera al sagrado lago. Somos ahora un grupo de cuatro pedaleando, sigo con la compañía de Carlos y Sonia, nuestros amigos españoles y la siempre fiel compañía de mi amigo Juan. Me desprendo en una alargada solitaria como queriéndome comer el país primero que ellos, ver todo antes que nadie. No cesan los saludos que tan importantes son, yo los siento como un sinónimo de hermandad, algunos indagan por mi origen y entonces Colombia no se les hace ajeno ni lejano cuando lo grito desde mi bicicleta.

Va terminando esa primera jornada para empezar a sentir en Perú. Nos detenemos a la entrada del primer pueblo que será nuestro resguardo, una agradable jornada de setenta kilómetros. Desde lo alto del pueblo, a la vera de la carretera divisamos el que será nuestro hogar. Las calmas aguas del Titicaca con una porción de hierba nos llaman para armar campamento, siente uno entonces que es tierra de todos, como debe ser. Me detengo un momento para observar a mi compañera como escrutando su estado y observo un imperfecto en ella. Su aro trasero está resentido, es el peso y los sobresaltos del camino que han hecho mella, uno, dos, tres, cuatro rajaduras me alertan, hay que cambiar el aro. Empieza entonces el juego de los kilómetros. Donde estamos, cuánto durará, donde podre cambiarlo, son las preguntas que me hago. Más adelante aparecerá la ciudad de Puno, tal vez allí sea.

No nos equivocamos en el lugar escogido para pernoctar. Con el permiso de la policía bajamos hasta el lago y hacemos campamento. Sorprende la belleza del pueblo, con su inmensa plaza y como no, la iglesia ponderosa de belleza, ese legado español sembrando su semilla cristiana por todos los rincones.
Cae la noche y con ella el frio. Metidos en nuestras bolsas de dormir comiendo unos trozos de pollo nos alcanza la oscuridad quebrantada solo por las miles de estrellas en el cielo, las aguas mansas del Titicaca y su niebla nos adormecen.

Se abre el día y con él un nuevo objetivo, la ciudad de Puno. En estas tierras de la abundancia y el buen comer las costumbres son otras, sobre todo para quien no es de estas tierras. Un desayuno es algo más que unos cereales o un escueto pan con café. Bien lo sabemos nosotros acostumbrados a ello. Nuestros asombrados amigos españoles abren los ojos ante el tazón de caldo de pollo a ingerir en la mañana. Juan y yo tenemos una mirada cómplice y de gusto ante este manjar. Flotan los trozos del animal en un caldo exquisito. Carlos se suma y se aventura a ingerirlo, Sonia por su parte es más clásica y pide lo habitual. Con el estomago lleno nos aprestamos a una generosa jornada de pedaleo. Continúan las planicies y vuelvo a escapar de la manada en pro de mi soledad, la mejor compañera del camino. No cesan los saludos y kilómetros más adelante retorna la panamericana, esa vía que como una flecha con curvaturas atraviesa este continente, ancha, plana en este caso nos lleva con dirección a Puno. Las mandarinas y variadas frutas son el alimento que nos proveen esos pueblos donde hacemos un alto. Un jugo tal vez, un yogurt cuestiones tan comunes para hacer fuerza y seguir.

La alegría de ver una ciudad nueva que te da la bienvenida es incomparable. Sigue extendiéndose el Titicaca, bordeando la ciudad de Puno. Hay cantos y risas al entrar a ella. Hay impaciencia también por llegar a su centro. La fiebre del mundial de fútbol paraliza el tiempo, yo, escéptico del juego de la pelota, huyo de mis compañeros que van al ritual de la observación y el aliento. Tengo un momento de paz cuando decido apartarme de ellos y regalarme un tiempo para mí. La alcaldía abre sus puertas para resguardar a nuestras compañeras de viaje. Un libro y la certeza de noventa minutos de juego son mi espacio, pero es difícil escapar a la convocatoria de la pelota, en cada pequeño televisor transmiten el juego, me doy un almuerzo rápido para huir de la hipnosis del balón. Una vez terminado el juego y con las risas de mis amigos españoles por la victoria de su equipo nos separamos nuevamente, vamos cada uno en procura de nuestro hogar de paso.

Una casa se nos abre en esta ciudad. Hay que hacer el trámite necesario, las llamadas, la espera posterior. En la plaza principal hay sol, pero a la sombra sin embargo hay frío. Las palomas siguen visitando las estatuas y cagándose desprevenidamente en ellas mientras los turistas van desorientados de aquí para allá, mientras tanto en una de esas bancas de parque un hombre nos aborda, con sonrisa amigable y el tiempo se deja ir entre charlas que nos van acercando al pueblo. La constante de siempre, indagar por la situación de ellos, el verdadero dialogo, con las bicicletas de por medio y siempre, ser hermano en los problemas y las desventuras de pueblos vecinos.

Tenemos un cuarto más no un hogar, cada espacio es diferente. No hay agua, viene a ratos y uno esperando el ansiado baño. Nuestro anfitrión apenas se deja ver y nos deja allí en ese cuarto desordenado, con algunas indicaciones sobre la ciudad. Ya con otros ropajes nos damos a recorrerla, ella, que entre provinciana y medianamente grande sigue siendo visitada por muchos. La catedral ampara a esos que siguen teniendo como punto de encuentro su parque. Las calles y las viejas casas de diseminan en un laberinto lleno de colegiales y caras que notoriamente no son de aquí. Como riachuelos las calles van dando a uno que otro parque, banderines y ruido, la luz de la noche entonces. Hay una calle principal con ínfulas de boulevard, exhibiendo menús costosos para nosotros y confort para los extranjeros, casas de cambio en cada esquina para que el dinero de los otros valga. El mío aquí no costaba nada cuando me encontré con la no grata sorpresa que me llevo al desespero cuando mis viejos billetes eran rechazados de casa en casa, el valor relativo del dinero, de una moneda que va de mano en mano deteriorándose y valiendo cada vez menos. Una leve resquebradura del billete bastaba para ser rechazado, así que tenía y a la vez no tenía dinero. Busque entonces mis mejores billetes para salir del aprieto, los que tuvieran las sonrisa mas reluciente del personaje central y los menos ajetreados, este hecho me crearía un trauma de aquí en adelante para cambiar dinero. Definitivamente no me la voy con el vil metal ni el conmigo, como diría cierto escritor de mi tierra.

Como siempre se presentaban los variados planes turísticos para incautos viajeros. Esta vez y como atractivo mayor, las islas flotantes de lo uros, cuestiones que originariamente eran bellos espacios navegando en el lago, morada de pueblos. Ahora y para entrar en el juego solo eran vacios espacios seudo teatrales para apreciar una representación que se repite sin sentido, así que cuando ya sabes que te van a presentar y mas algo tan sin sentido, es mejor no ir.

En aquella primera estación de Perú un hombre, un maestro me había hablado sobre conocer un pueblo cercano a Puno, Chucuito, así que en un tranquilo paseo retomamos camino hacia el mentado lugar. Unas tímidas ruinas evocando la fertilidad eran el atractivo de este lugar. Deambulábamos entonces como por entre un pueblo fantasma, viendo sus varias y viejas iglesias como evocando espíritus, un pequeño canal de agua atravesaba el pueblo de antiguas casitas y uno que otro local de suvenires aparecía en alguna esquina. Retornamos pronto a la ciudad y así nos íbamos despidiendo de Puno.

Infructuosa resultó la búsqueda del aro para la Maleva. En uno de esos mercados lo busque con desespero intentándolo hallar en cada tienda que exhibía aros, ruedas, marcos y todo tipo de partes para bicicletas. Mucha oferta pero nada se ajusta para la rueda de mi compañera. A veces se ponen quisquillosas y solo se quieren vestir con las mejores galas, pensé que por ser una ciudad grande allí lo conseguiría. Había uno que no se ajustaba a su mecanismo de 32 radios y entonces volví a las cuentas del camino para saber cuánto más podría durar el que tenía e indagar donde podría encontrarlo. Me hablaron de Juliaca entonces, la Taiwán peruana, si allá no lo consigue en ninguna parte lo hará, me dijeron. Así que a aguantar querida compañera, por suerte el camino era plano y sin sobresaltos.









1 comentario:

Charlychamp dijo...

Jaime!!! Qué alegría nos da leerte!!! Lo relatas tan bien que volvemos a estar ahí... Sabes, debería haber comido ese caldo de gallina para el desayuno. Otra vez será!!!
Esperamos con ganas tus próximas entradas!
Un beso enorme desde el otro lado del mar...
besos,
Carlos y Sonia