Lo que yo quiero decir es América Latina...

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martes, 26 de agosto de 2008

Vitória – Río de Janeiro. “Rodovia do Sol”.

Días de pedaleo: Julio 28 – Agosto 2, 500 kilómetros.

Cerrar el capítulo de Vitória fue difícil como ciertos enlaces que hago en este viaje por América Latina. Después de pasar un fin de semana absolutamente familiar en esa ciudad donde queda otro pedazo de corazón, salí. Otro fantástico desayuno brasilero fue la antesala de la despedida. Esas mesas como cornos de la abundancia, las frutas frescas, el pan recién salido del horno, los rituales que desembocan en la mesa que es donde todo vuelve a comenzar y entre pan y café se sabe entonces que el día tiene que ser mejor. Un abrazo para ir al camino y entonces me voy internando en la ley del pedal. Estoy antes de Vitória, en el municipio de Serra así que debo remontar los 24 kilómetros que me separan de ella, luego al llegar a la misma ciudad empieza la lucha con los automóviles, pero hay sol, hay alegría por lo que aconteció e inclusive me sigo encontrando amigos de las motocicletas que me saludan a la salida de Vitória. Para salir de ella podría haber cruzado un puente gigantesco, alto como ninguno e ir tomando rápido la carretera que me llevara por la “Rodovia do sol”, pero esto no fue posible. Hace mucho el paso para peatones y bicicletas se restringió, muchos escogieron aquel puente para acabar con su vida y así solo te podrías suicidar ahora si vas en carro, yo solo tenia intención de cruzar al otro lado así que tuve que bordear la ciudad para salir, no importa, fue una buena excusa para despedirse de ella, volver a su puerto a saludar a los gigantes que van despertando en la mañana y a los que llegan de no se sabe dónde, los buques. Entre avenidas que voy descifrando y otros puentes menores me veo entonces en una carretera hermosa, la “Rodovia do Sol”, plana, extensa, recta y custodiada por el astro Rey, con acostamiento, parece que volara entonces y los kilómetros no se sienten y el mar, siempre el mar saludándome, un mar de color verde esmeralda con una arena amarillo ocre. En la carretera hay una nutrida venta de ollas de barro, “panelas”, como las llaman aquí, tres por 10 reales, ¡llévelas, promoción! Esas ollas me recuerdan, como no, al calor de casa, el olor de una comida hecha con amor y el sabor de la tierra entre frijoles y caldos gustosos. Sigo por la Rodovia buscando mi primera parada, la pequeña ciudad de Anchieta, a la Beira del mar, él la saluda todos los días y con sus calles de piedra nadie sabe del mal vivir ni el estrés aquí. Eso lo supe cuando buscaba a una persona que me ayudaría aquí. Buscando a una persona di con otra y como siempre, no fue un mal encuentro. El tipo que lleva una camiseta de un moto club sale del bar, todavía con un vaso de cachaça en la mano de la que me ofrece un poco, debido a mi cansancio no acepto, empezamos a trabar una conversación y me ofrece llevarme a mi contacto, él lo conoce, así es este Brasil, te lleva de la mano mientras conversa y ríe, mientras te hace uno más de los suyos. Por esas cosas de la vida, las ocupaciones de siempre, de los otros, da un viro mi posada y me veo en la casa de mi primer interlocutor, un motociclista, un aventurero, bohemio, amante de la música, cocinero de buena mano. Vovó (como es llamado) me ofrece su casa como si me conociera de siempre, siempre con una sonrisa y una canción en la boca, su casa también es otro pedazo de paraíso, parece que todos lo fueran, entre gallinas, cachorros recién nacidos, cocos, limones, graviolas hay una armonía. El agua de coco, una comida típica, Bobó de Sururú y camarón son mi bienvenida lo otro es la tranquilidad, o sea la felicidad. El camino demanda atención, pedalear no es siempre ir hacia el frente. Yo quería seguir por toda la playa, por mi carretera del sol y pueblos pequeños donde te saludan al paso y por un descuido fui de nuevo a la desolada y directa, BR 101, buscando el estado de Río de Janeiro y me vi en el Brasil de carreteras desoladas, las que te hacen temer un poco en procura de albergue, en las que el tiempo no se siente porque no hay nada mas que floresta. En los mapas no aparece nada y las líneas rojas esconden las pequeñas poblaciones que existen. Hay que sacar la información de la gente y se que más adelante aparecerá, Morro do Coco, así se llama la población junto con el cansancio del día, de una jornada larga hacen que tenga que buscar hotel infelizmente, entonces las sabanas blancas arropan el cansancio y caigo sin saber nada más hasta el día siguiente. Los hoteles dan desayunos, parece una regla aquí en Brasil así que bien, casi dormido todavía llego a una mesa llena de gente y el cerebro no se conecta más que para untarle mantequilla al pan y comer, el barullo de los otros ni me llega, las manadas tienden a hablar en voz alta cuando se juntan…hay más pan. Del hotel Silva, ahí en la misma carretera salí tarde, el confort, va creando la comodidad y la comodidad crea modorra, tengo que respirar para salir de nuevo al camino donde kilómetros más adelante un nuevo pinchazo me traería otros recuerdos, el mundo no es plano, ni liso y hay alguno que otro pincho por ahí. Me sorprendo de lo rápido que reparo a la Dama y con el atraso de las cobijas y el pinchazo mas la soledad del paisaje con las montañas como compañeras cruzo de estado. Hay otra constante al cruzar los estados, la desolación es notoria, parece como si corrieran la línea de construcción de los pueblos y para mi el próximo siempre se encontrara lejano y esta vez no fue la excepción. Serrinha, aparecería cuando ya el cuerpo no daba más (quien sabe) había que buscar algo para comer y volver a la vida. El instinto de supervivencia en estos pueblos donde no hay nada de nada, la escuela cerrada, no hay una iglesia y donde el puesto de policía es comandado por un solo hombre, ponen a prueba mi condición de viajero. Terminaría este día durmiendo en una extensión de tierra que el buen hombre que rebajara el almuerzo diera para mí, él me dice: no es mío, pero igual puede quedarse, no hay problema. Que bueno aquello donde la tierra no es privada…para el hombre. Al día siguiente ocurriría un suceso para mí, son esos hechos que te demuestran que no sabes de que estas hecho hasta que intentas algo, 155 kilómetros en un día me dejan bastante cerca de Río de Janeiro, llego a Río Bonito. Lo de los 155 kilómetros me sorprendió bastante, sobretodo por la manera en que los pude hacer, tranquilo, con calma, acompañado por las montañas que no dejan de recordarme a Colombia, claro que las montañas esta vez no significaron subidas como en otras ocasiones, pero si un desértico paisaje donde solo ellas eran soberanas, había que levantar la cabeza para mirarlas bien arriba, allá erigidas como gigantes dormidos. En Río Bonito me doy cuenta que hay un puesto de bomberos, estos hombres nunca cerraran sus puertas mientras puedan ayudar y allá voy, solo que el puesto que esperaba resulta ser un pequeñísimo trailer donde por supuesto no hay espacio para mi, pero si una ayuda, una comida, la disposición para ser recibido amablemente. Allá me doy cuenta por boca de ellos que hay un encuentro de motociclistas en la ciudad, esas carambolas de la vida me siguen poniendo en el punto cierto. La “Galera” de motociclistas vuelve a recibirme como a uno más de la casa, hay un espacio para camping y vuelvo a dormir cercano a mi Dama, mientras en el día observamos el fraternal encuentro de los motorizados que en la noche vuelven a jugar a ritmo de Rock and Roll. Al otro día es incontenible la emoción de saber que solo 60 kilómetros me separan de la mítica Río de Janeiro y la carretera que va hasta la ciudad por vez primera no esta desolada. Aquí en Brasil parece que todo aconteciera en Río o en São Paulo, estas ciudades comienzan mucho antes de aparecer, ciudades cercanas las anteceden y todo va hacía ellas, por eso casi que desde que salí de Río Bonito me sentía ya en Río de Janeiro pero ya en Niteroi la ciudad que esta antes de cruzar la balsa, definitivamente sabes que vas para Río. Cruzo esa bahía y desde lo lejos se ve el contorno de la ciudad y siento que necesito dibujar su interior…

1 comentario:

Troyana dijo...

Decís estar tranquilo
y como si fuera la eterna aventura
y los inesperados aprendizajes
los que te develan y te llenan de felicidad,

Decís alejarte de la comodidad
-ese estado de adaptación sin sentido-
y la lucidez aparece en el andar,

No buscas
y encuentras en el encontrar
-lugares que se instalan en la memoria
con recónditos paisaje de formas y colores
que te hacen por instantes regresar.