Lo que yo quiero decir es América Latina...

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domingo, 21 de febrero de 2010

Necochea – Viedma. Gira sol Gira viento Gira Lluvia.


Sigo ruta, salgo de Mar del Plata y una tímida bici senda me va marcando el camino. Ayuda un poco a que no se lo coman a uno estos feroces carros que poco quieren saber de pedales. La bici senda es algo que alguien hizo y luego se olvido. Va en la mitad de las dos carreteras, la que viene y la que va y ya se la está comiendo el pasto, es lo que hay. Luego se acaba y comienzan unas subidas retadoras, habla la soledad del camino y me queda un largo trecho por delante.

Sube y baja y se extiende el camino en cuestas que te retan, pero sigo con la pintura de los girasoles que miran al cielo. Salí con esos 135 kilómetros en la cabeza; distancia que hay hasta la ciudad costera de Necochea, los hice con solo una parada, ayudado por el clima y el viento a mi favor. Ya en la ciudad lo de siempre. Aquí no tenía un hospedaje seguro así que a jugársela para proveerse de algo. Los consabidos bomberos parecían ser una opción segura. Un par de mujeres bombero; destacamento que está inscrito a la policía, me reciben y me dicen que su jefe no está, es él quien da el visto bueno, pero no creen que haya problema. Me invitan a tomar unos mates, siempre vienen bien unos buenos mates, aunque haga calor se toman siempre caliente. El jefe llega y un contundente ¡Imposible! quiebra mi esperanza de dormir con los bomberos, desde hace un tiempo viene fallando mi estadía con ellos. Estoy cerca de la playa, es un balneario la ciudad, así que sé que hay camping y es uno de estos bien familiares, grande, con piscina, restaurante y demás, a mi esto no me importa mucho, solo un lugar donde bañarme y poner mi carpa basta. Es bien particular que para acceder a un lugar de estos te toman todos tus datos personales. Me fascina saberme sin domicilio, sin teléfono y hasta para formular mi profesión tengo problemas. Formado en Teatro, sin ejercer, con cuasi título de Licenciado en Filosofía y Letras, una somera experiencia en docencia, algunos pinos en la escritura, no sé qué decir, pero sé, eso sí de corazón y es lo que me gustaría poder decir siempre y que se tomara en cuenta, profesión: Viajero.

Una bandera colombiana se alza en el camping, conforme va llegando gente de otra nación se alza su bandera. Con la bandera en alto y el cuerpo limpio me doy a conocer el balneario. Siguen lindas estas playas, la belleza se da por sí sola si esta el mar, la vasta mar que acoge a los hijos que disfrutan de sus orillas y sus aguas llenándolo todo. Aquí me vuelvo mucho más contemplativo y los veo de lejos, colándome como un anónimo más.

En el camino y con un promedio de pedaleo de 100 kilómetros por jornada un trayecto de 60 kilómetros podría ser desdeñable, a veces hay que hacer un poco menos, un tanto más, no dicto las distancias, es el camino quien pone sus parámetros. Y esta distancia que parecía ser pequeña fue tan retadora como una larga.

El Viento del sur del que tanto me hablaron empezó a hacer presencia. Es todo un reto y queda corto todo lo que se hable de este etéreo amigo que en ocasiones se convierte en el peor enemigo cuando está en tu contra. Un trayecto que se puede hacer en tan poco tiempo me llevo mucho más, me canso el doble e hizo que se agotaran varias veces mi reserva de agua, partió mis labios y acabo con mi paciencia.

No avanzaba prácticamente nada, me paraba para pedalear y el viento me sentaba ya que era casi nulo el esfuerzo. Aquello fue un ejercicio de total paciencia, desde ahora sabia que nada tenía que ver tiempo con kilómetros, estoy a merced del viento y las condiciones climatológicas, esto es una muestra de lo que vendrá.

Todo tiene su recompensa. Esos pequeños lugares que son solo un punto en el mapa me dan más satisfacciones que los pomposos parajes siempre tan mentados. ¿Cómo puede haber un pueblo que se llame: Energía? Es increíble. Me gusta esa palabra, es una expresión bien utilizada por mí. Denota empuje, ganas, buenos augurios y así resulta esta pequeña población. El olfato me lleva a un restaurante que parecía cerrado. Sus comensales comen y yo pido lo mío, hay espacio para un plato más. Además me ofrecen un patio para acampar y un baño, no puedo estar mejor. En la tarde hay de nuevo conversación entre mates, la bebida que riega estas tierras para que nos juntemos todos. Don Carlos está acompañado por Lilian su amiga con la que conversa en las tardes. Ella me cuenta que está bastante afligido, días atrás su madre ha muerto, ella que lo acompaño otras tantas en su negocio, a él, el hijo único. A veces me sorprendo de lo plagado que esta mi viaje por la muerte, siempre la parca toca a las puertas, así como la amistad, la solidaridad, todas se pasean poniendo su toque. Los sueños, siempre los sueños también están ahí y yo que voy llevando el mío despierto los de los otros. Lilian quiere recorrer su país en una casa rodante, yo espero que lo haga, lo sueños se ven truncos y la vida nos lo plantea así por momentos yo le digo que depende de cada uno que estos se hagan realidad.

Me deslizo fácil sobre el pavimento para llegar a Tres Arroyos. Aquí me suceden cualquier cantidad de peripecias para hacerme a un lugar. Negativa de bomberos, policía, municipalidad. Preguntar por el uno, por el otro, buscar al intendente, al secretario, corre el sol, aprieta el hambre y nadie dice nada. ¿Por qué no hablas en la emisora? Allá te pueden ayudar, me dice alguien. ¿Una emisora? Digo yo. Está bien, ya en estas instancias del viaje no me cierro a nada. El tipo de la emisora termina haciéndome una entrevista antes de que me vaya y como ultima sugerencia me dice que hable con el secretario de deportes. Ya he pasado tantas veces por las calles de esta pequeña ciudad buscando albergue que me sé de memoria sus calles. Un buen hombre, el secretario habla con otro y termino durmiendo en un lugar que no lo había hecho antes, el campo de argentino junior, el equipo local me acoge de buena manera. Son los camerinos de los jugadores mis duchas y lugar de estar, al lado de la cancha armo mi carpa. La tarde estará plagada de nuevo de mates, esta vez por parte del hombre que cuida la cancha, José Luis. De familia chilena y sin conocer ese país. Hincha apasionado de boca, aunque odia profundamente a Maradona, tanto como para no cantar los goles de su equipo que él anota. Me cuenta de su periplo bonaerense cuando llegaba joven, como muchos a buscar fortuna, de tener que dormir en bancas de parques y demás, cuanto lo entiendo. Terminamos reflexionando sobre esa hostilidad que imprime la ciudad para los hijos parias. En la noche José me invita a una cerveza, sin mucho glamur, a pico de botella, con salamín y palitos, un fernet cola de esos de botella de plástico, en su humilde casa hay espacio para este viajero, juego con sus hijos y hablamos de geografía, les muestro donde queda mi país. En la mañana José me despide con unos mates, unas galletas y unas cartas de sus pequeños, he aquí más ángeles.

Tomo la famosa ruta tres, la misma que directo me llevara hasta Ushuaia. Sigue soplando el viento pero a veces me le cuelo por esos espacios que me permite y me voy abriendo paso. A unos pasos de mi próxima parada aparece mi otro enemigo natural, la lluvia. Comenzó muy tímida y entre pedalazo y pedalazo miraba al horizonte pues solo 8 kilómetros me separaban de mi destino y de un momento a otro me vi envuelto por una tormenta. Fui presa de la desesperación puesto que en esta etapa no estaba preparado para la lluvia y temía que ciertas cosas se mojaran. Un supuesto cobertor que había comprado no me fue útil ya que no abarcaba todo, me desesperaba mucho más, no sabía qué hacer, los camiones que pasaban a mi lado me mojaban aun más, me tiraban al lado cortando el viento, todo se tornaba bastante confuso. Solo tenía que pedalear para llegar como fuera a esta ciudad y de pronto aparece una pequeña casita, un cuartico al lado del camino, fue una luz y me dirigí a ella. Vení, pasá, calentamos unos mates, seguí. Me dice una chica desde adentro. Estoy bastante mojado. Cuento con demasiada suerte al encontrar este espacio. Daniela se llama ella. Vende conservas, aceite de oliva, quesos, cositas exquisitas. Se pasa la tarde entre lecturas y conversaciones con quien pasa por allí, no es suyo el negocio, es un trabajo que por ahora le permite vivir bien con sus pequeños y su pareja, además de poder estar haciendo su sueño que es tatuar, hace sus primeros pinitos y ya tiene una maquina. Me cuenta de sus viajes cuando era más pequeña, los espíritus errantes se encuentran. Tanto como para ofrecerme hospedaje en la que por años fuera su casa. Una casilla rodante, viejísima, al lado de la casa de sus padres. Su padre la arreglo y ella la pinto de rosa y verde, pintoresca combinación. En la noche me encuentro comiendo cordero con la familia. El mismo que su padre mato y preparo, de esto entre otras cosas vive la familia. Don Aníbal cría sus animales y vende su carne. No puede ser más amable y tranquila esta comida, además de gustosa.

Don Aníbal me despide y me empaca el cordero que sobro de ayer, me manda al camino a sabiendas de que el viento ruge, ruge como nunca. Salgo por esa extensa ruta tres y habla el viento, él tiene el mando, no me deja avanzar, por más empeño que le ponga no puedo, el velocímetro marca 7 kms por hora y sin muchos los que tengo por delante, ruge con total voracidad como si quisiera tirarme al piso. Batallo toda una mañana para tan solo hacer 30 kms que no son nada teniendo en cuenta todo lo que me falta, hay que pedir una ayuda y decido pedir un aventón, no lo consigo en mi primer intento y vuelvo al camino, es imposible, consigo avanzar. Me detengo con la firme intención de que alguien me ayude. La ayuda llega y un buen hombre me recoge, son solo 60 kms para él, para mí lo es todo. Sentimos como ruge el viento desde el interior del auto y en un momento estamos en Bahía Blanca. Dicen que esta como entre un pozo, por eso el extremo calor en esta ciudad, calor y viento hasta ahora. Me recibe una pareja de seres maravillosos, Luisina y Manuel. Tengo el norte para encontrarme con la mejor gente que pueda en este camino. Ella hace cine, él hace música. Se respira el arte en esta casa. Amantes también de las bicicletas, junto con un grupo de amigos salimos a recorrer las afueras de la ciudad, a meternos por campos y bosques y terminar con una vista hermosa de la ciudad que pinta el cielo de un violeta impresionante. Tomamos unos mates desde las alturas y vemos como unos rayos nos retan, es el agua que se viene, descendemos por una colina y bajamos a la ciudad. Que bien recuerdo esas conversaciones con Luisina, esta mujer que se empeña en hacer cine y me encuentro con lo de siempre, la imposibilidad y las trabas que le ponen al arte para ser realizado. Con las uñas y haciendo esfuerzos titánicos Luisina se la juega para hacer sus películas, yo le cuento como en mi ciudad, los teatreros tenían que mendigar unos pesos del presupuesto local para llevar a escena sus sueños, pero esta es la pelea que hay que dar y hacerles saber a quienes tiene el dinero que solo eso tiene, dinero, que nosotros tenemos el poder d ela creación y que eso vale más que todo. Que es en cada batalla por escribirse, ponerse en escena pintarse, que estamos nosotros, que la batalla es con nosotros mismos y que esas barreras que son solo burocráticas no van a impedir que se siga haciendo historia.

La solidaridad funciona como nunca y esta bella pareja, a la que me duele dejar; como otra de esas despedidas a las que todavía no me acostumbro, me hace una serie de contactos en el camino para que otras puertas mas se me abran. Rumbo a Buratovich, mi siguiente parada, donde esta vez el viento me ha permitido rodar, pero ahora es el calor extremo quien me agota hasta que mi reserva de agua llega a su fin, me veo en medio del camino sin una gota y tengo que parar en uno de esos pueblos que parecen fantasmas. Estamos a mas de 35 grados y todavía me falta otro tanto para llegar. Veo una casa que parece deshabitada y me tiro en su acera, estoy agotado y caigo dormido. De pronto un hombre sale de su interior. Me levanto con susto y algo de pena, estoy en propiedad privada. Pero la buena voluntad de este hombre me hace saber que no es así, me ofrece agua, empezamos a charlar y luego su mujer me invita a pasar para comer algo. Terminamos hablando de política y literatura, de historia también. Es genial como sin esperar nada la vida te da estas sorpresas. Debo seguir camino y llegar a mi destino de hoy.

Aquí otra sorpresa de la vida. Me recibe Alfonsina, una amiga de Luisina. Vas a dormir en un vagón de tren, ¿sabías? Esperaría uno un desvencijado vagón de tren, pero no es el caso de este. Es el proyecto de unos jóvenes que decidieron recuperar un par de vagones olvidados para darles vida y albergar cultura. Uno está totalmente recuperado, tiene luz, aire acondicionado, mesas, sillas, te puedes hacer un café o unos ricos mates dentro de él. Un espacio para la vida, la pintura, la escritura, un lugar de encuentro para la comunidad. El proyecto se llama “Un vagón hermoso” y es bien acertado el nombre. Dormí en un vagón hermoso, conocí un molino en la noche estrellada y de luna llena en Buratovich y me lleva a otros amigos en mi recorrido.

El viento que también es condescendiente conmigo me llevo por paisajes verdes y calurosos mientras soplaba detrás de mis orejas dándome un empujón hasta la ciudad de villa longa, a lo de la abuela de Lu. Una hermosa mujer, una abuela con ese cariño y bondad de todas las abuelas del mundo. Interrumpí su siesta que aquí en estos pueblos del interior es sagrada, pero igual me recibió de brazos abiertos, poniendo la mesa para mí y disponiendo todo para el descanso del viajero. En la noche me dice: te voy hacer una comida para que recuerdes a tu casa. En efecto, es una comida que tiene todo el olor y calor de hogar, unas papas con carne bien condimentadas que me traen recuerdos de hogar. La abuela de Lu pinta y enseña a otras personas a pintar, desde pequeños a mayores y me cuenta que mas que pintar lo que se forma en su hogar son deliciosas tertulias al calor de oleos y telas, que lastimosamente los más chicos no quieren saber mucho de esto y lo hacen un tanto por imposición de sus padres, pero que en otros encuentra el eco que el arte sabe buscar.

Para llegar a mi último destino de la provincia de Buenos Aires volví a tener inconvenientes con el viento. Estaba cruzando un desierto de arena por la carretera debido al viento que lo levantaba y el vendaval era de enormes proporciones, se me metía el viento en ojos y boca, me puse los lentes y trate de sortearlo pero no fue posible. Tuve que recurrir a los carros del camino y esta vez conté con más suerte pues un buen hombre acudió en mi ayuda rápidamente. Acostumbrado como me contaba él a levantar algunos viajeros en el camino no se le hizo extraño levantar a uno más. Aquel hombre trabajaba en el correo y me contaba que cada vez que levantaba a un viajero le entraban unas ganas irrefrenables de salir por los caminos o por lo menos de hacer un pequeño viaje. Yo que iba en bicicleta le contaba de mi experiencia y le compartía lo bien que se sentía viajar en ella, él por su parte me contaba que no era ajeno a la bicicleta, pero que por aquello de los años y no sé que más y que bueno, tenía pensado hacer una travesía que tenía entre manos hace algún tiempo, ir hasta el estado de Corrientes en una especie de peregrinación a visitar a esta especie de santo que ayuda a los viajeros del camino, quería hacerlo en bicicleta me contaba. Este hombre me hacía pensar en ese espíritu viajero que lleva consigo cada hombre y que ya sea por las circunstancias personales, de familia o economía o el miedo que nos imprimen los tiempos, no se llevan a cabo. La historia de este hombre es otra más de las que conozco de otro que quiere viajar, que sueña con viajar. Yo sigo esperando que la semilla de la inquietud por el viaje haya sido bien creada y que sorteen el obstáculo más difícil de todos: tomar la decisión de partir.



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