Lo que yo quiero decir es América Latina...

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lunes, 12 de abril de 2010

Las Grutas – Fitz Roy, y ahora el frio.

Un río, un río es el que marca casi siempre la división de dos provincias, estados, pueblos, naciones. Pero solo es la geografía la que habla, es una demarcación natural de la que el hombre se vale. De un lado Carmen de patagones, del otro Viedma, de un lado, la provincia de Buenos Aires, del otro Rio Grande.

Se levantaba una tormenta de arena en horas de la tarde el día que llegue a Viedma, una tormenta como nunca había visto en este sur donde el viento tiene la palabra. Era de día y la arena volaba en partículas haciéndose casi de noche, nos resguardábamos todos en casa para no ir a volar por los aires. Fantástico espectáculo de la naturaleza para quienes no estamos familiarizados con ráfagas de esta dimensión. Pienso siempre en esa condición de quienes tienen que vivir atentos sobre cuál será la dirección en la que ira a soplar el viento hoy, que aires traerá y con qué fuerza va a despertar nuestro etéreo amigo.

Me recibe otra familia con la que sigo compartiendo vida, más amigos a la cena y esa costumbre de la buena mesa argentina, pequeñas grandes abundancias que entre empanadas, pizzas y tartas van llenando la noche. Tonada cantarina argentina, otra tonada un tanto diferente a la de los buenos aires pero al fin y al cabo una unidad entre el che, el revoleo, guarda con el postre y demás palabrejas.

Paseo por los alrededores de esta ciudad y ya voy sintiendo que entro en otros terrenos. Un cartel, bastantes kilómetros atrás me avisaba que había entrado en la Patagonia, yo todavía no registraba lo que concebía como Patagonia. Aquí hay que pensar en el clima, las estaciones y demás. Estamos en verano y las desnudas y áridas estepas se extienden por kilómetros. Salir de paseo a ver el faro más antiguo de la Patagonia que resiste en su eterna blancura desde 1887 a pesar de las nuevas tecnologías dando luz a los marinos. Más allá, visitar la mayor reserva de lobos marinos del país, esos tranquilos animales reproduciéndose en grandes cantidades, piel dura para resistir el frío patagónico, los vientos que vienen del mar, colonias de las más diferentes edades, acurrucados en manada, los ves dese la altura como si el mundo no los tocara.

Para seguir camino desde ahora hay que estudiar bien la ruta, estoy entrando en verdadero terreno patagónico, lo que supone distancias larguísimas donde existe la nada de la nada, la desolación humana se hace presente. Mas o menos a cada 180 kilómetros aparece algo, una estación de servicio, un paraje y en ocasiones de mucha suerte, un pequeño pueblo y en otras se alza una ciudad. De haber salido a pedal desde Viedma me hubiera tenido que enfrentar con parajes tan desolados que realmente asustan. Esa constante ausencia de kilómetros y kilómetros golpeando a la par con el viento, estepas con poca vegetación y rectas que nunca terminan. Pero tuve la suerte de contar con un ligero aventón de mis anfitriones y así entre matesito y matesito nos fuimos en el carro mientras me maravillaba e intimidaba a la vez con el paisaje.
Tuve una despedida en un kilómetro perdido en mitad de camino, fácil para los carros y todo un reto para quien va en bicicleta. Seguía robándole espacio al viento cuando me dejaba pedalear y como siempre hacia lo desconocido, el mapa dice una cosa y la geografía otra, los consejos de las personas otra y la intuición que se va afianzando otra más, entre ese mar de voces, corazonadas y orientaciones llego a una playa bien turística, de las que no me gustan pero que resulta bien para ir de paso.

La playa las grutas, con sus formaciones para acceder a ellas en imitación al nombre que reciben alberga en esta temporada a cientos de turistas que se meten en esos campings familiares que tanto gustan los argentinos. No hay de otra que me terse en uno de esos que mucho no disfruto mucho, por el ruido y la cantidad de gente, pero contando con la suerte esta vez de que me salga gratis por la benevolencia de quienes ven en mi viaje una aventura digna de llevarse a cabo.
Estepa grande y marcada acompañada del viento, desolación por kilómetros y pueblos más adelante, Sierra Grande es uno de ellos. Un ciclista viajero se deja ver en el camino pero mucho no habla, hay de todo tipo en la ruta. Al día siguiente en una de esas paradas que no tenía prevista como muchas de este viaje supe que era alemán y trabajaba para la BBC de Londres, que se comunicaba con sus equipos satelitales desde cualquier parte del mundo. Esto me lo conto doña Elsa, un alma de Dios que me brindo un café con tostadas, dulce de leche y mantequilla, cuando yo solo le había pedido un café, además del sanduche a la noche que no me quiso cobrar. Ahí en medio de esa otra nada hace bastantes años Doña Elsa junto con su esposo montaron un restaurante casi familiar. Habituales camioneros que transitan la ruta toman sus alimentos y beben su cerveza al paso en medio de la Patagonia. Además de la charla con doña Elsa luego vienen estos personajes y toma otro rumbo la conversación. Soy de Colombia y en este país futbolero recuerdan a mis compatriotas que pasaron por sus equipos, por aquellos todavía hay gran veneración. Por ahí se deriva la conversación hacia los consabidos temas de siempre, como política y hasta literatura. De buena manera me sorprende el camionero aquel que me dice: ah sí, sos de la tierra de García Márquez, a mí me gusta, lo he leído, pero mi preferido es Hemingway. Qué bien sientan esas charlas, que tanto se aprende de ellas. Un camionero hablándote de Hemingway con total propiedad, magnifico.

El camino recto y el viento me van llevando a mi próxima ciudad, Puerto Madryn. Por un momento pensé que no podría hacer eso 90 kilómetros que me separaban de ella, el viento arremete con toda y la estepa se calla lo suyo, pero luego hay un regalo y desde lo alto se deja ver la ciudad allá en el fondo. A unas se llega subiendo y otras te descuelgas riéndotele en la cara al viento.

En la mitad de esta gigante Patagonia sobrevive y con una belleza particular Puerto Madryn, tanto como para que algunos cruceros se acerquen en temporada y descarguen su tonelada y media de turistas para que desfilen por la bella costanera que ofrece esta ciudad. De un mar calmo y un hermoso azul se tiñen sus aguas. No sé porque pero la forma que tomaba para mí la ciudad era la de un lobo marino que se acostara sobre sus costas dejando descargar su cabeza en la punta donde se divisa toda su extensión. Cada día despertaba y tenía la posibilidad desde donde estaba de ver el mar. Inclinaba mi cabeza y lo primero que veía era un sol posado sobre la mar encandilando mi vista que en segundos se acostumbraba al regalo del despunte del astro rey.

Aquí hubo espacio para encontrarse con viejos amigos de caminos atrás en esas citas que cumplimos con la vida y que otros llaman coincidencias. Viajeros que van, viajeros que vienen, viajeros que comienzan su jornada. De bici, de moto, de carro, todos tienen sus sueños en mochilas y hay momento para hablar con ellos y sentirse afortunado de tenerlos.

Me lleva el camino a una ciudad de la que todos me dicen lo mismo: es fea, Trelew es fea. Pero bien sabemos de la relatividad de la belleza, de que ella depende de los ojos con los que se la mire y en estos desolados caminos llenos de estepa una ciudad con amigos resulta un oasis. El día que llegue a Trelew era Domingo, parecía aquello un pueblo fantasma, me preguntaba donde andarían todos. Solo como de costumbre el viento como un niño bastante loco se paseaba por la ciudad corriendo de aquí para allá y si bien es cierto que Trelew no resulta una ciudad muy llamativa son las historias que descubres tras de ella lo que le dan su esplendor. Los gigantes que habitaron estas tierras, dinosaurios y demás especies hacen de esta tierra un lugar particular. Con su museo que reúne piezas únicas se levanta como una importante ciudad patagónica. Antes la mar lo cubrió todo y a su paso dejo la vida de estos enormes habitantes que habría que imaginar paseándose tranquilos por estos lugares, en el museo se da cuenta de ello. Te paras al lado de sus huesos y eres un microbio, es una visita al pasado del pasado, a la otra vida, caracolas y gigantes por los aires, la idea de otra vida.

Otra familia me recibe, otra familia del buen comer argentino, esa costumbre tan suya. Un Fernet para abrir el apetito y esperar que la carne chorree su grasa sobre la parrilla, luego a la mesa a contarse historias. Y el viento, el viento que parece que aumentara al paso de los kilómetros. Vamos a la playa cercana, playa unión, mates y reposeras, tortas fritas y bailes juveniles, es verano y hoy el viento nos permite un día hermoso, así dejamos caer la tarde para volver a casa. No hay mucha actividad en esta pequeña ciudad, todos se conocen y se saludan al paso del viento que peina los árboles. Un pequeño canal local me hace una entrevista y hay tiempo para hablar de mi viaje, para contar historias y contagiar a otros de este maravilloso virus del viaje. Hablar del viaje es siempre re pensar el trayecto y mirar a lo que viene, tomar fuerzas y seguir camino.

Debía seguir por la ruta tres que me llevara al sur y creo que fue la primera vez en todo el trayecto que erre mi ruta pues saliendo de Trelew fui a dar de nuevo a playa unión, eran solo 20 kilómetros pero no quería devolverme cuando supe de mi error ya que me esperaba un camino incierto de 130 kilómetros hacia un paraje perdido en medio de la estepa. Decidí quedarme y hacer camping por un día, ver que me deparaba ese “error”. Pongo entre comillas la palabra error puesto que errores no hay en el camino, son oportunidades nuevas para conocer historias y la de playa unión esa vez fue diferente. Una aldea de artesanos me abre los brazos y sigo aprendiendo de la gente que es el mayor atractivo de cada paraje. Ellos con sus historias de múltiples caminos se anclan por unos días allí. Unos venden ropa, otros fabrican collares y todos se enseñan su arte. Cocinamos y nos contamos las propias. Lo que más recuerdo es a un joven que al saber que me gusta la literatura me hablaba con gran pasión de su escritor de cabecera: Almafuerte. Recitaba pasajes enteros de su obra con una pasión única, me hablaba de su labor de literato ermitaño y me contagio a que lo leyera, he ahí un gran regalo. El otro era un brasilero errante que con su júbilo era ya bastante conocido por todos en el lugar. Sin querer constituyeron una comunidad que como es normal tenía sus problemas, por eso había que seguir camino en solitario.

Al día siguiente me vi en camino con el viento a mi favor y es que cuando este etéreo amigo está con nosotros parece que volaras en la ruta. Esto fue solo por unos cuantos kilómetros, luego, lo de siempre…gigante y desolada estepa que se interrumpió por un momento cuando un despistado guanaco, esos parientes de las llamas corría como loco buscando la salida por un alambrado que luego atléticamente salto. Corrió el día y llegue a una estación de servicio donde planeaba mi estadía, pero no, no resulto así, un tanto por la mala disposición de sus dueños y otra por las escasas condiciones para hacer camping. Decidí entonces que tenía que pedir una ayuda para llegar mi próximo destino y cuál sería mi sorpresa cuando un auto se detiene y me saluda amistosamente. Parientes de mis anfitriones en Trelew. Dos camionetas repletas de gente y equipos de pesca. Se dirigían hacia Comodoro Rivadavia para un concurso de pesca. Los hay que disfrutan largas horas con sus varas frente al mar, un concurso que duraba 12 horas seguidas, divididos en equipos esperan recolectando peces. Una de estas camionetas decide llevarme, sin importar cuánto equipaje tuvieran y sin explicarme como, mi bici y mis pocas cosas entran en su equipaje y así me veo llevado por un grupo de locos a 120 kilómetros por hora hacia mi próximo destino. La cerveza y la conversación acompañaron el camino que en la noche estuvo acompañado por asado al lado del mar haciendo unas pruebas de caña de pesca, preparándose para su magno evento del que esperaban salir victoriosos. Cada uno tiene su locura. Yo me voy por los caminos en un par de ruedas y poco equipaje y estos locos se pueden pasar 24 horas con sus cañas esperando que piquen los peces y desafiar el frio y el viento para alzarse con el título.
A Comodoro la recuerdo como una ciudad árida, cuyas montañas de tierra se alzan a sus lados. Ciudad petrolera y un tanto olvidada en términos de diseño por lo que había que buscarse un lugar y salir de ella. Solo dos día pase allí, uno con los pescadores y otro en un caro hotel, pues todo en esa ciudad era costoso, cuestiones que determina el auge del petróleo. Por suerte una playa cercana, Rada Tilly a 15 kilómetros abría su mar para mí. El camping municipal barato, bien equipado y tranquilo sería mi refugio. Una playa con gran extensión de tierra y no muy apta para tomar baño por el viento y el frio. Un lugar para estar y seguir pensando en el atrás y el futuro en el horizonte.

De aquí en adelante aparecerá una compañía no muy buena para el viaje, empieza la Patagonia que me imaginaba, la fría Patagonia. Además del viento y las cuestas del camino este helado compañero hará presencia. El frío complica un poco más las cosas, debes invertir más energía por lo que el desgaste físico es más notorio, pero hay algo que lo compensa todo y es pedalear al lado del mar. La brisa, el sol sobre el agua, la estrecha carretera se extienden hasta mi próxima parada Caleta Olivia. Otro paraje de paso, otro lugar que me desafía a buscar un refugio que se me hacia esquivo. Por una información errónea fui a buscar un camping a la salida de la ciudad que no resulto cierto, había que devolverse con el cansancio de una jornada de pedaleo y luego seguir buscando hasta encontrar el lugar. Un pequeño camping del sindicato de trabajadores del mar me abre espacio, soy el único allí. Solitaria carpita amarilla y enfrente el bravo mar que mece el viento formando poderosas olas que arremeten contra las rocas, veo unos barquitos amarillos que resisten en medio de la tempestad, los mismos que un momento más tarde tienen que fugarse de allí. Es la flota amarilla. Una pintada en la ciudad decía: ¡Aguante la flota amarilla! Me entero que es la comunidad de barcos pesqueros que hace 5 meses resiste haciendo una protesta todos los días ahí en frente. Una empresa norteamericana que vino a explotar el mar hizo daños ecológicos y ha matado a todos los peces con sus prácticas sucias, es por eso que la flota amarilla se ha quedado sin trabajo, nadie responde por ello, cinco meses sin suelo, sin peces, pero estos hombres siguen allí, ahora yo también digo: ¡Aguante la flota amarilla!. El día siguiente resulta fatal para mí pues una lluvia que había comenzado el día anterior se convirtió en una gran tormenta. Había ubicado mi carpa en un lugar donde se formaba un charco, todas mis cosas absolutamente mojadas flotaban sobre el agua. Nueve de la mañana y sacar todo con total presteza para que aquello no siguiera. Voy al baño del camping y me resguardo. Por suerte tengo el auxilio de los hombres del camping que permiten que seque mis cosas al lado del calentador y hasta un plato de comida me ofrecen y como no, unos exquisitos mates para calentar la fría tarde. Allí supe lo de la flota amarilla y de cómo es la vida al lado del mar.

Al seguir camino siento que estoy en el corazón de la Patagonia con un frio que me congela los huesos, que chuza por encima de la piel y hace difícil el pedaleo, es la desolación total y ligeras lloviznas me acompañan a lo largo de toda la jornada. La mente está en blanco solo concentrado en el próximo pedaleo, en mover los pedales y avanzar, en pensar que la lluvia es pasajera y que no pasara a mayores. Y es que así sucede en la Patagonia donde en un día tienes todas las estaciones. Llueve y luego el viento deja pasar un tímido solo que solo se mantiene por unos minutos después vuelve el frío acompañado con el viento, los autos tocan sus bocinas en señal de aliento pues en ese lugar donde no hay nada y pasa uno a cada tanto estoy yo dando la batalla con mis pedales. Me imagino los comentarios dentro de sus autos.

Llego a Fitz Roy, uno de esos pueblos que se ubican a la vera del camino. Un día frio y gris. Nada más que unas pocas casas, una estación de servicio, una oficina de turismo que ya en este punto te empieza informar de todos los puntos que hay que conocer del exótico sur. Hay un camping, no lo puedo creer, La ilusión, se llama, apropiado nombre para el momento y el lugar. Por supuesto vuelvo a ser el único campista. Me instalo y puedo tomar un baño, agua caliente para volver a la vida. Estoy tan agotado que no quiero cocinar, solo deseo una buena comida y como en el único restaurante que hay, lo tomo como un regalo que me debo dar por lo duro de la jornada. Luego de comer me paseo por el pueblo que parece deshabitado, vuelvo a la carretera y puedo pararme en mitad de ella, no pasan autos, disparo mi cámara de fotos queriendo llevarme un instante de infinito de esta fría y desolada Patagonia que me presenta otro reto, ahora le sumo un amigo mas, el frío.


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