Lo que yo quiero decir es América Latina...

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martes, 28 de septiembre de 2010

La Paz



Desde lo alto y desde el alto se llega a la Paz, la capital, el centro de esta particular Bolivia. Iba buscando una ciudad grande desde que entre al país y nada aparecía. Ciudades pequeñas, pueblos, poblaciones, caseríos es lo que vas viendo por todo el país. Parece que solo existiera la Paz como centro, eso fue lo que yo conocí.

Precedida por esa ciudad también caótica que se llama el alto, vas viendo a la Paz, allá, metida en un hueco. Me recordó a mi Medellín, a una mayor escala y sin el verde de sus montañas. Kilómetros de adobes apilados unos sobre otros. Te da una sed en el alma al ver la ciudad que se extiende hasta donde te alcanza la vista con sus miles de casitas, un gran pesebre es la Paz. Ligeras montañas que son los cerros de adoquines hace mucho despojaron al verde que me imagino hubo alguna vez aquí.

Hay que entrar en varias ruedas a las grandes ciudades. En estos centros urbanos se suele acumular todo. Siempre
el sueño del progreso se instala en las capitales, con ellos vienen los problemas, la delincuencia, sobre población, sueños truncados en última instancia. Por esto hay que tener precaución y guardar la bicicleta en la bodega de un bus y así llegar un tanto más tranquilo.

Es difícil que no te encuentres con el panorama habitual al entrar a la Paz, es decir, con una manifestación. De cualquier índole, de cualquier sector, siempre el grito en la calles por los derechos, por lo que falta, lo que es negado, lo mal pago, por la diferencia. Recordaba a Asunción el día que contabilice cinco marchas al entrar al centro de ella, lo de siempre, educación, transporte, salud, lo básico, lo negado. Esta vez era un grupo de mujeres pregonando por sus derechos, esta vez los faldones de colores engalanaban las calles con gritos, pancartas y coros de voces por un futuro mejor. Es triste que nuestro panorama sea la protesta, el reclamo, que la fauna común sea la ausencia de derechos, eso sumado al caos habitual de estas ciudades que siguen prometiendo el cielo cuando lo que brindan es el mismísimo infierno.

Kilómetros atrás un bici viajero nos comenta que hay una casa de ciclistas en la Paz y con dirección en mano nos dirigimos a ella. Después de sortear la manifestación tomamos calle abajo por esa principal que te lleva a la iglesia de San Francisco. Revienta la ciudad en gritos, transeúntes que van de aquí para allá tratando de pasar una calle o comprar uno de los miles de productos que te venden por ahí. Empiezo a buscar la dirección como un pirata con un mapa busca su tesoro. Una pregunta, una indicación, una calle que no se puede pasar debido a los arreglos en ella hace que tengas que dar una vuelta inmensa y te alejes de tu objetivo.

Nuestro hombre se ubica justo en esa calle donde confluyen todos los turistas queriendo llevarse algún “recuerdito”, cientos de artesanías, baratijas, tejidos, paños, camisetas con el nombre de Bolivia bien en el centro y así. Pasadizos que nos llevan al fondo de la entrada del café Chuquiago. Y bien interesante resulta ser nuestro anfitrión. Entender bien al hombre será la tarea más difícil de la humanidad, desentrañar sus intenciones, encontrar el quid del asunto. La verdad nunca supimos bien las intenciones de este hombre con la famosa casa de ciclistas. En este largo camino donde se me ha tendido tantas veces la mano, he tratado de leer la intención de esa mano que me abre puertas y que también me las cierra. La hospitalidad no tiene que ver solo con esa cama que brindas o ese vaso de agua que ofreces. La hospitalidad va más allá del ofrecimiento, es la intención que ha bien guardas detrás de ese ofrecimiento. Si bien es cierto que obtuvimos una casa, un espacio para resguardarnos, un baño donde tomar una ducha, una cocina donde preparar nuestros alimentos, nunca se nos fue dado una conversación amistosa, un encuentro para un café, un espacio para multiplicar nuestras experiencias de vida.

Recuerdo el día que íbamos hacia la casa aquella. Después de haber esperado un buen rato a que nuestro anfitrión nos condujera a la casa, consumiendo uno de esos partidos mundialeros que tan poco me importan pudimos ponernos rumbo al hogar. Aquello de que las grandes ciudades te tragan resulto casi verdadero en ese trayecto. Yo iba adelante siguiendo las indicaciones de mi anfitrión y mi amigo Juan detrás de mío. En una de esas interminables filas de carros, en una esquina y sin saber cómo ya no estaba Juan, así sin más ni más se lo había tragado la ciudad. Llegamos a casa sin él y deje mis cosas resuelto a encontrarlo, pero nada, la ciudad lo despisto y lo perdió. Si hubiéramos estado en Colombia hubiera pensado que lo habían secuestrado, pero igual tampoco, no valemos mucho en dinero los ciclistas. El caso fue que un rato más tarde apareció Juan, en efecto la ciudad se lo trago por un rato y luego lo volvió a poner en ruta.

La estancia en aquella casa fue bastante placentera, apenas para esos días que la precedieron que entre cuestas y cansancios atrasados agotaron los cuerpos. Volvimos a encontrarnos con nuestros buenos amigos españoles, la pareja de ciclistas conformada por Carlos y Sonia. Había que festejar el nuevo encuentro. Digo nuevo porque ya venía esa constante en este viaje. Ellos adelantan, paran, nos encontramos y viceversa, así es el juego del camino.

La Paz fue eso, Paz para el cuerpo. Se me hace difícil siempre hablar de las capitales. Hay tanto y a la vez no hay nada. Para uno que viene en un ritmo tan lento, tan piano, entrar en este ritmo discordante de ellas es un choque directo. En esos pueblos tan amables todo es cerca, todos se saludan, la gente existe. En la ciudad es todo lo contrario, todo es lejos, el tráfico te atropella, me siento absolutamente descolocado en estos lugares de nadie. Las ofertas se supone son tantas que no sabes por dónde empezar, que hacer, a donde apuntar. Menos mal sigo siendo un viajero tranquilo y poco ansioso. Yo las cosas me las voy encontrando y me vienen como deben llegar si es que tienen que llegar. Como sigo sin guía, mi guía son los desordenados pasos que doy en cualquier calle y el mayor atractivo turístico son los sitios sin nombre.

Las capitales que he encontrado en Sur América parecen todas hermanas. Tienen ese aire frio y apático entre sí. Se ubican en las alturas, tienen sus cerros cubiertos o no por la nieve blanca o por la espesa niebla. Su gente camina rápido, muy rápido. La Paz se me hermano mucho con Bogotá. A pesar de que La Paz esta mucho más alta, a 3800 msnm no es tan fría pero tiene ese frio bogotano tan sabroso para el cuerpo, basta una chaqueta y listo, así anónimo como caminaba las calles de Bogotá camine estas de la Paz, las de mucha publicidad en las aceras, las de buses que van por todos lados y las rutas que se pregonan desde las puertas de ellos en movimiento, la de las caras cuadriculadas por el estrés del trabajo, la de la guerra del centavo. Cartelitos ofreciendo trabajo por doquier, como por doquier se sabe la paga miserable. Un sueldo mínimo en Bolivia son 100 dólares, definitivamente es poco lo que se puede hacer con tal cantidad de dinero. Sin embargo esta la oferta en todos lados, trabajo hay, dinero, no sé. Seguía leyendo una ciudad de muchas caras en La Paz, seguía necesitando el verde que no veía, ni desde sus miradores ni desde la calle, así como quien nació al lado del mar necesita el sabor de la sal en sus labios y el ruido de las olas en su piel, yo soy monte, arboles, montañas que sigo buscando por todas partes, soy directamente lo que se dice, un montañero.

Hablando de miradores es todo un espectáculo llegar a uno de ellos en la Paz. Primero hay que ir en uno de esos buses urbanos piloteando cuestas, callecitas empinadas y pequeñas, estar en el barrio de verdad, el barrio que veías desde lejos, estar en el cerro. Otras caras, otro aire, sangre maleva por ahí que mira diferente al extraño, humos de diferentes colores, tienditas de ventanas pequeñas y luego un mirador que se encumbra en todo lo alto. Como lo he dicho la vista se cansa y a mi alma le da sed mirar las capitales, sobre todo en esta donde solo hay casas y mas casas, apiladas no se sabe cómo ni hacia donde. ¿Dónde termina y comienza la ciudad? ¿Tendrá esto un fin? Es una batea deforme La Paz, metida en un valle como mi Medellín.

Su centro tiene sabor indígena. Es innegable la raza en este país, además teniendo en cuenta que aquí sucede lo que en toda gran capital, la migración de sus pobladores hacia ella. En la famosa calle de las brujas encuentras la pócima, el brebaje para todo tipo de enfermedad. Curioso ver fetos de llamas colgando disecados en las tiendas, una ofrenda para la madre tierra. Frascos y frasquitos, polvos, yerbas, menjunjes de todo tipo de tienda en tienda, una cuadra entera con el mismo espectáculo.

En otra calle unos hombres juegan a leer la suerte con todo tipo de formas. Una clara de huevo que cae en un vaso medio lleno de cerveza, la mirada concentrada en él y el discurso del hombre sobre la suerte de su comensal. Otro juegan con una aleación parecida al aluminio que derriten y posteriormente leen la forma que ha quedado de esta, ahí está el destino, metido en un vaso o transfigurado en metal, el destino que el hombre lee a su antojo, como a su antojo debería estar el de forjárselo. Son rituales que se repiten de tiempo en tiempo, la curiosidad, las ganas de saber lo incierto, la vida sobre el papel, el vaso, la figura, el cigarro, el chocolate, la taza…y ¿la vida?.
En la Paz hay una feria, una celebración, a un santo, a la tierra, a todo, es un pueblo que agradece y celebra, a su manera, con sus trajes de colores y su música pausada de bandas que desfilan por las calles o se agolpan en las plazas.

Me queda el recuerdo de esa casa donde pase los días en la Paz. Una casa antigua que fue de un famoso artista Boliviano, Paceño. Conitzer era su apellido, una casa como la ciudad, abarrotada de figuras y figurines, una casa donde en cada rincón hay una sorpresa si te detienes a observar, una casa desordenada lista para ordenar, una casa lista para recibir amigos si se quiere, una casa que puede ser como nosotros queramos, si es que queremos.

1 comentario:

Daniela Falcón dijo...

Jaime me viene muy bien tu descripción de la Paz porque este verano me voy para allá... hace un par de años cuando llegué ahí me asustó y me largué para Copacabana... coincido con tu descripción de las grandes ciudades, no me gustan demasiado pero por eso mismo les sigo insistiendo, no se puede aprender de lo que nos resulta demasiado cómodo.

Abrazo!