Lo que yo quiero decir es América Latina...

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viernes, 10 de septiembre de 2010

Potosí, Visión de un saqueo.

De los balcones de Potosí cuelga el olvido y la miseria, el tiempo y el vacio. La encumbrada Potosí, la ciudad más alta del mundo, descansa sobre el recuerdo de lo que fuera el mayor punto de la explotación minera en el tiempo de la colonia, la fiebre de la plata se apodero en el pasado de su espíritu.
Corría la opulencia por sus calles empinadas. Putas, oro, plata, todo la revestía con un aire de ciudad cosmopolita, una de las mayores del mundo. Venían los españoles y demás arañando las entrañas de las montañas, sacando cualquier cantidad de plata posible y discurría el dinero en todos los bolsillos y la ciudad seguía creciendo, creciendo a ningún lugar.
De sus balcones colgaban las guirnaldas de plata, esos bellos, bellísimos balcones hechos en madera, balcones que abarcaban toda una esquina y abrazaban los hogares. Balcones tallados con la mejor madera, balcones que eran en si una pieza de arte, balcones hechos para perdurar, con los mejores acabados, con toda la elegancia posible. Colgaba la opulencia en aquellos tiempos. ¿Y hoy?, hoy no queda nada. Queda la vieja pintura en las fachadas, queda la caída pintura en las puertas de entrada, queda el olvido y el dolor en las calles. Ha ganado el espacio la pobreza y la tristeza de la que fuera una de las ciudades más alegres.
Potosí iba hacía el cielo, iba para arriba, Potosí siempre va para arriba, es una ciudad empinada. Si alguien de mi tierra antioqueña la definiera diría que es la ciudad de las tres efes, Fea, fría y falduda. Pero le sobra una efe a Potosí porque aun sabe guardar la belleza a pesar del saqueo. Su belleza se esconde en cada callecita que lleva un nombre de época y descubres en otra esquina que no habías visto si te atreves a recorrerla despacio y observando bien.
Difícil pensar que este pudo haber sido el centro del mundo por aquellos tiempos, que el auge de la plata extraída de la tierra lleno miles de bolsillos y se engalanaba la ciudad entonces con vestidos, tabacos y joyas. Difícil pensarlo si miras el rostro actual de Potosí y conoces aunque sea un poquito de su historia. Con sangre y muertes prematuras de esclavos se escribió su grandeza, que fue a la vez su caída, no es posible que se le trate tan mal a la tierra, que se le explote de tal manera, una peste habría de caer sobre la ciudad para terminar el saqueo.
Toneladas de plata bajan del aquel entonces cerro rico, toneladas y toneladas camino a Europa. Quiero pensar en esa imagen de la que hablan, aquella que dice que con toda la plata sacada de aquellos cerros pudo haberse construido un puente desde América hasta Europa. No creo que sea ingenuo pensar en aquella imagen de un inmenso puente que se extiende a través del mar, que surca las aguas cual delfín plateado para atracar en tierras Europeas y enchapar bancos y más bolsillos. No lo creo si tenemos en cuenta la magnitud de estos cerros, su estado de virginidad en esos tiempos, el hambre de riqueza que tuvieron los colonizadores y el manantial que encontraron en el cual saciaron su sed. Manantial que por supuesto secaron hasta que ya no hubo una gota y las miles de vidas que se extinguieron no importaron más que como cenizas que volaban de los cerros y se iban en el aire por toda la inmensa América.
Iglesia tras iglesia se aprecia por las calles de Potosí, bendiciendo la plata y el saqueo, bendiciendo la muerte y la explotación, bendiciendo la mano española que aniquilaba la indígena, bendiciendo su riqueza bajo la muerte local. En esas calles estrechas y empinadas se aprecian iglesias de todos los tamaños, que quitándoles la carga moral quedan como preciosos templos para adorar al viento. Casas y caserones de señores desde donde se delinquía, donde se comerciaba todo lo que bajaba del cerro.
Potosí ejercía una gran fuerza sobre mí, había visto muchos lugares que me interesaban en todo mi recorrido por Latinoamérica, pero esta ciudad me atraía de manera especial por su historia de dolor y muerte, por ser este uno los pilares del exterminio español, por ser metáfora del tiempo actual y de los futuros. Una fuente, un descubridor, un saqueo sin piedad y la posterior muerte del lugar. Quería constatar con mis propios ojos el cerro por el que en antaño muchos aventureros se jugaron la vida, otra especie de dorado, pero esta vez encontrado y de plata. Quería ver esa montaña, no tan inmaculada ya, manoseada, un poco triste en este paraje árido, reseco, donde el verde brilla por su ausencia, en un paisaje que no te pasa por la garganta cuando lo vez, no pasa por la garganta y lo que es peor te raya el corazón cuando te lo quedas viendo.
Al propio cerro había que subir, claro, caminar sus senderos y sentir como palpitaba la tierra ahora desde allí. Pero no subir como lo hacían y lo están haciendo muchos turistas. Es triste ver que las formas de explotación han cambiado de forma pero todavía subsisten.
Hay un tour para ir a ver el cerro, ver cómo trabajan los mineros, bueno, trabajan es una forma de decir. Es como ese tour del que supe hay en Río de Janeiro para conocer la miseria de la favelas, ni más ni menos. En el de Río no se les disfraza de malandros a los turistas para que se adentren en ellas, poco falta para que lo hagan, pero en el de cerro rico si, se les disfraza a los turistas como mineros, con su casco y herramientas y me imagino que hasta los dejaran arañar la tierra en algunas picadas, cuestión que me parece más que absurda y sin sentido. Van allí mientras estos humildes hombres, con los más rudimentarios elementos y en las más precarias condiciones, se parten el lomo por extraer cualquier roca que luego será procesada por una máquina para sacar de ella lo valioso que pueda tener. Yo no quería hacer parte de este horrendo juego, consciente de la explotación de hace de 500 años, no quería jugar a lo mismo en estos tiempos, pero si sentía la curiosidad por indagar cual era la realidad de ahora.
Un bus local nos deja en las puertas del cerro, este no se separa tanto de la ciudad, la gente convive con él. En el campamento de entrada hay un inmenso dibujo con una frase que reza lo siguiente: “Sin mineros no hay Potosí”. Todo es tan árido, tan rocoso, que en verdad sientes que de allí no podrá brotar nada, que todo está seco. Una vieja y obsoleta maquinaria se encuentra esparcida por la tierra, pedazos de ella por aquí y por allá. Solo existe el mínimo de movimiento, el calor y el viento frío conviven, parece tierra de nadie ya que algunas familias se han tomado pedazos de cerro para con sus propias manos y en los huecos ya hechos por otros excavar rudimentariamente las minas. Algunos niños te ofrecen tures para ver las minas, por unos pocos bolivianos, la moneda nacional puedes ir a ver como los hombres rasgan la tierra, no tenemos dinero ni nos interesa, por respeto más que todo. Uno de ellos enseña unas rocas que todavía se sacan de la mina, coloridas piedritas que los hombres buscan en la oscuridad de la tierra.
Vamos rumbo de la cumbre donde vemos un Cristo alzarse de brazos en lo que pare ce una capilla. En el camino, hombres, mujeres y hasta niños, llevan rocas de aquí para allá, son como topos desnudos que quisieran roer la tierra para sacar cualquier cosa. A cada tanto puedes ver uno que otro hueco de cierta extensión que va hacia el centro de la mina, son cientos de pasajes que hay por ahí. Carretas viejas que ya solo taren algunas rocas y de pronto, Pum, una explosión, otra, otra más, hay que darle como sea a la tierra para que se desprenda y nos muestre su interior, les muestre más bien a estos hombres que se juegan su vida por alguna piedrecita.
De camino a la cumbre, esta la que parece ser una oficina. Un hombre nos recibe amablemente y nos comparte sus experiencias como minero. Dice que el estado no se preocupa en lo más mínimo por su condición, ni siquiera servicios higiénicos tienen, es así como el cerro se llena de deposiciones por todas partes, siguen haciéndolo todo por su propia cuenta, comprando materiales costosísimos para explotar la mina, cuenta que así ha sido siempre, casi desde tiempos de la colonia. Este hombre no es tan hombre, es muy joven, tiene 28 años, la mina se les va comiendo la vida, el color, la alegría, la mina no da mucha expectativa de vida, comen gases tóxicos y es una lotería lo que puedan o no encontrar, puede ir desde una piedra preciosa, hasta la misma muerte.
En la cumbre hubo una capilla, ya no hay nada más que la imagen de Jesucristo convertido en un hogar donde vive una señora con sus hijos y sus animales, algunas antenas repetidoras y nada más. Ese Cristo se debe de haber cansado de mirar a la ciudad árida y seca, debe dirigir su mirada a algún punto de la montaña o del firmamento para ignorarla, como la ignora el estado y el mundo, menos los turistas que quieren ir allá a disfrazarse de mineros y jugar ser un topo sin futuro por unos momentos.

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